Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?

La intolerancia, la desconfianza hacia el diferente o directamente el racismo son defectos tan despreciables como muy extendidos en la sociedad actual. Sobre los prejuicios, contra ellos, va Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, una divertida comedia francesa que cosechó un enorme éxito de público en el país vecino con 12 millones de espectadores. En el momento político que vive Francia, con el partido de extrema derecha Frente Nacional, que tiene entre sus principios un marcado discurso antiinmigración,  aumentando sus apoyos ciudadanos en todas las encuestas, uno quiere interpretar el éxito de este filme como un triunfo de la tolerancia y el respeto a todas las personas independientemente de cuál sea su lugar de procedencia. Francia es un país multicultural y el mensaje final que lanza esta cinta es que todo el mundo puede convivir cuando se comparten lazos como el amor y el respeto mutuo. 

En la película se presenta la historia de una pareja conservadora, los Verneuil, que tienen cuatro hijas. Tres de ellas se casan en cortos intervalos de tiempo con un musulmán, un judío y un chino. Para el matrimonio, católico y conservador, esto es un shock, hasta el punto que cortan durante un tiempo la relación con sus hijas. Son ilustradoras las conservaciones entre el padre y la madre en las que se dan la razón a su racismo, en la que intentan consolarse por la desgracia que creen que les ha caído encima por las distintas religiones y procedentes de sus yernos. Aún les queda una cuarta hija que les anuncia que se casará con un católico, pero africano y de raza negra. 

Es una comedia amable, por lo que actitudes tan espantosas e ignorantes como el racismo de los padres (en particular del padre de la novia y del progenitor del novio, que también es racista y muestra su odio a los blancos con la misma intensidad que hace con los negros su consuegro) son reflejadas con sutileza. En la vida real, sin duda, esta deficiencias mental, esta alergia a la diversidad, es bastante más grave. Pero el director opta, pienso que con acierto, por el tono de la comedia, incluso del disparate para construir una sátira sobre la sociedad actual, una llamada de atención sobre esos tics de racismo que todos llevamos dentro, para hacer un canto al entendimiento. Por ejemplo, vemos a la madre de la familia, que cae en una depresión por no poder ver a sus hijas, de las que se ha distanciado porque ella y su esposo son incapaces de aceptar que se hayan casado con inmigrantes. En ella vemos con claridad como la primera víctima de la intolerancia es quien la padece, la persona que alberga en su interior esa case de sentimientos. Su personaje cambia durante la película, empieza a mostrar comprensión. También lo hace, de un modo bien distinto, el padre de la novia. 

Algo que pensamos habitualmente cuando vemos a personas racistas, algo que resulta incomprensible en sociedades avanzadas en pleno siglo XXI pero que se sigue produciendo hoy en día, es que estaría muy bien que sus hijos se casaran con inmigrantes. Porque la intolerancia hacia el diferente se articula generalmente contra un todo, contra un ente abstracto. Así es cómo funciona la vida para las personas que adoran los tópicos. Todo es muy simple gracias a sus ignorantes prejuicios. Los negros son esto y los chinos, esto otro. Pero todo se complica para quienes afrontan la vida con tan escasa altura de miras cuando a ese ente abstracto de los inmigrantes del que ellos recelan tiene cara, nombre y apellidos. Cuando de repente los negros no son un todo al que despreciar porque no se les entiende o no se los conoce, sino el futuro marido de tu hija. Generalmente les hace mucho bien a aquellos que padecen patologías como el racismo conocer a personas inmigrantes, comprender que son exactamente igual que ellos, que son capaces de hacer feliz a su hija, que pueden resultar tan divertidos o cargantes como cualquier otra persona sea cual sea su procedencia o su religión

Todo lo que aparece en el film, temas muy serios como la discriminación a los inmigrantes, los prejuicios asentados en ciertas capas de la población o la convivencia entre religiones distintas, se trata con humor, que es el más afinado rasgo de inteligencia. Hay escenas hilarantes como la del párroco que confiesa a la madre de esta peculiar familia comprando cálices y sotanas a través de su iPad o la cena de presentación del novio de su cuarta hija a los padres de la familia cuando, ante la perplejidad de sus futuros suegros, el novio (negro) le suelta a su pareja "cómo no me dijiste que tus padres eran blancos". Creo que esta cinta, sin ser evidentemente un peliculón ni una obra maestra, ofrece lo que promete: humor, buena comedia y, además un mensaje de fondo muy interesante, el de que el amor puede ser la mejor vacuna contra la intolerancia. 

Esta película se compara con Ocho apellidos vascos y, en efecto, tiene muchos puntos en común. Al igual que la cinta española, ha sido un éxito descomunal en las taquillas francesas. Además, en ambos casos el amor es un componente esencial para abrir las barreras de los prejuicios y en ambas cintas los tópicos son los ingredientes fundamentales de la receta. Creo que en la película francesa están mejor condimentados que en la española, sinceramente. Hay algunas escenas de Dios mío... en las que se cae en lo gags de brocha gorda, pero por lo general el tono de la cinta es bastante notable. Alguno de los recelos que expresé sobre Ocho apellidos vascos son compartidos con esta película. 

En ambas cintas parece evidente la intención de sus directores de reírse de los tópicos. Emplearlos sólo para ridiculizar los prejuicios que, en mayor o menor medida y lamentablemente, todos tenemos. Pero detesto tanto a los tópicos que tal despliegue de ellos en una película me desagrada porque temo que en cierto sector de los espectadores la cinta pueda servir para perpetuar esos estereotipos y no para cuestionarlos. Creo que hay que ver estas cintas con la mente abierta, porque así puede entenderse que en el fondo son, además de comedias que buscan hacer reír, historias en las que se hace una sátira de la sociedad, en la que se nos ridiculiza a todos un poco, se nos pone ante el espejo de personajes y actitudes reconocibles. El vasco que cree que los andaluces están siempre de fiesta. El andaluz que piensa que los vascos son unos sosos. El francés de pura cepa que cree que las costumbres judías son una salvajada. Y así sucesivamente. Se busca la autocrítica, no la celebración ignorante de nuestros defectos y nuestra intolerancia. 

Mi lectura de la película es que se critican esas actitudes y se aboga por el entendimiento y por la convivencia, por vivir la vida respetando al diferente y no etiquetándolo. Pero creo que hay quien se queda con el chiste fácil y quien reafirma sus tópicos. Ayer, por ejemplo, al salir de la sala una mujer comentaba la película con quienes habia ido a verla y su primer comentario fue: "muy divertida, qué paciencia tenían los padres". Es decir, para esta buena mujer eran los padres racistas incapaces de hablar con sus hijas porque han cometido la osadía de casarse con unos inmigrantes, los que tenían paciencia. Se ve que para esta señora la película ha reforzado la idea de que, en efecto, debe de ser terrible que tus hijas se casen con un musulmán o un negro y no ha calado precisamente el mensaje de que importan las personas y no el color de piel o la religión de cada cual. Por eso recelo mucho del uso de los tópicos en el cine, incluso cuando parece obvio que su utilización busca satirizar a nuestra sociedad. No es, en todo caso, un defecto de los creadores de estas películas, el que haya quien las interprete en sentido opuesto al pretendido. Creo que Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? es una película muy divertida. 

Comentarios