Hay pocas cosas que nos gusten más a los periodistas que hablar de periodismo. Raro es el encuentro con otros amigos colegas que no termine derivando antes o después en un debate sobre el estado de la profesión, las últimas noticias, la penúltima polémica, el enésimo chascarrillo o cualquier otro tema sobre periodismo. Imagino que ocurrirá algo parecido con otras profesiones, pero diría que tendemos al ombliguismo muy por encima de la media. A veces pienso que nos iría mejor si dedicáramos más tiempo a hacer periodismo que a debatir sobre su futuro. Pero no podemos evitarlo. Lo pensaba al ver el documental Mientras podamos preguntar, dirigido por Santiago Mazarro, que puede verse en Filmin y que me ha resultado muy interesante, aunque me encantaría que tuviera una segunda parte en la que, como sugiere Ángeles Caballero, se reuniera a personas de la calle con otras profesiones para hablar sobre periodismo.
Ése sería otro documental, claro, y estamos aquí para hablar del que sí existe. El documental, dividido por temas y con la voz del añorado David Gistau como hilo conductor, reúne las opiniones sobre el estado del periodismo de profesionales como Carlos Alsina, Ignacio Escolar, Mònica Terribas, Almudena Ariza, Manuel Jabois, Rubén Amón, Antonio Camacho, Pedro García Guartango y Marta García Aller, entre otros.
El elenco, desde luego, es potente, y el resultado resulta muy atractivo, por más que en según qué opiniones de según qué periodistas que hablan a cámara uno no pueda evitar preguntarse si de verdad se sienten totalmente ajenos a esas malas prácticas que critican. Hay casos especialmente singulares, de una distorsión de la realidad notable. Pero, en todo caso, el documental presenta una fantástica diversidad de voces y de temas abordados, todos los que ocupan ahora los debates sobre el periodismo, tan necesario para el mantenimiento y la salud de la democracia, tan denostado y, por supuesto, también tan pervertido por algunos que dicen practicarlo y defenderlo.
Me gusta que los profesionales entrevistados en el documental, unos más que otros, se muestren autocríticos y reconozcan errores en la práctica del periodismo. Por ejemplo, el exceso de las tertulias y sus todólogos, que tanto abaratan el debate público. O la omnipresencia de la política. También reconocen que, con más frecuencia de lo que sería deseable, los medios se muestran alejados de las preocupaciones y del sentir de la gente de la calle. Me encanta lo que dice en ese sentido Ángeles Caballero, que habla del superpoder de no tener carnet de conducir, lo que la obliga a desplazarse en transporte público. Pisar la calle, algo básico que enseñan en todas las facultades de periodismo, se hace cada vez menos.
Por supuesto, la irrupción de las redes sociales también se menciona en el documental, como acelerador de la polarización reinante y también como exigencia insoportable de generar contenidos en todo momento. Otra máxima del periodismo clásico es que lo importante no es ser el primero en contar algo, sino ser el que mejor lo cuenta, con todas las fuentes precisas, con el rigor exigible. Esto, en tiempos de prisas, de desinformación y de bulos, de titulares engañosos que sólo buscan el clic, resulta cada vez menos frecuente, porque se penaliza, porque no es lo que está de moda ni genera tráfico web.
Cuando los periodistas hablan de su oficio se corre el riesgo de abrazar palabras altisonantes, como esculpidas en mármol, y eso da siempre cierta vergüencita, porque ensalzando al periodismo y su función social, puede parecer sin demasiada dificultad que en realidad se están ensalzando a ellos mismos. Pero lo cierto es que el periodismo bien ejercicio, el periodismo de verdad, es vital para la democracia. Lo es para perseguir y defender los hechos, las evidencias empíricas, en tiempos de bulos y falsedades. Lo es para ejercer de contrapoder. Y para marcar agenda, dando espacio también a temas pequeños a simple vista. Lo es para soportar las presiones de gobiernos y anunciantes. Ningún país puede considerarse una democracia plena sin una prensa libre, o al menos, con un suficiente grado de libertad.
La mayoría de los entrevistados en este documental son periodistas famosos, es decir, un porcentaje muy reducido del total de periodistas. Por cada profesional conocido por el gran público hay decenas y decenas de profesionales a los que nadie pone cara y que trabajan día a día para hacer un periodismo honesto y riguroso en todo tipo de medios. Por eso está bien que también se dé cabida en el documental a los medios regionales, al periodismo local, para muchos, el más puro de todos en su función de servicio público, y también el que siente desde más cerca las presiones.
Por último, también es muy interesante que se pregunte a los periodistas estrella por su fama y como la gestionan. Varios reconocen que existe la tentación de escribir al gusto del consumidor, es decir, para contentar al que los lee o escucha, para ofrecer exactamente la opinión que se espera de ellos. Existe el error de querer complacer y, en ese camino, perder el criterio, y también el de querer polemizar por polemizar, igualmente equivocado. Y aquí, como siempre, como en todo, Ángeles Caballero da en el clavo: “pues chico, a mí ya me quieren en casa”. Pues eso. Que el periodista debe comprometerse con el rigor, no con la imagen de él que el público se pueda hacer. El periodismo, afirma acertadamente Jabois, es hacer preguntas, y en un mundo de tantas certezas rígidas y de tanta disposición a demonizar al contrario y endiosar al líder propio, es más necesario que nunca.

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