Los venecianos cuentan Venecia

 

En la bellísima y muy singular librería veneciana Acqua Alta se pueden encontrar toda clase de obras, novedades y libros de segunda mano, de muchos géneros y en distintos idiomas. Por supuesto, también libros sobre la propia ciudad de los canales como  Los venecianos cuentan Venecia, de Alexandrine de Mun, editado en francés por Editions de la Saurerelle, que me llamó mucho la atención y leí aún con el recuerdo vivo del inolvidable viaje a Venecia. 

Cuenta la autora, nacida en Francia pero veneciana de adopción y enamorada sin remedio de la Serenísima, que su padre le habló por primera vez de Venecia cuando ella tenía ocho años. Esa ciudad en la que había barcos en vez de coches y canales que separaban a cientos de islas conectadas por puentes despertó su imaginación infantil y provocó en ella una fascinación anterior incluso a visitar la ciudad. Cuando lo hizo cayó rendida a sus pies y ya no dejó nunca de volver. La convirtió en su hogar y en su pasión. Este libro no cuenta, sin embargo, su relación con la ciudad, sino que se encarga de dar voz a venecianos y venecianas que narran cómo ven a su ciudad, rodeada de amenazas y retos como el turismo excesivo o las inundaciones, pero que también conserva intacta su esplendorosa belleza. 

Varios de los venecianos que aparecen en el libro son veteranos y recuerdan bien una Venecia con mucho menos turismo y, a sus ojos, más auténtica. Una Venecia en la que los niños aprendían a nadar en los canales (porque se podía nadar en ellos) y en la que temporada turística en la que trabajaban los gondoleros duraba del tercer domingo de julio al primero de septiembre, mientras que el resto del año se dedicaban a cuidar su embarcación. Esto lo cuenta Vinicio Grossi, que forma parte de una familia de gondoleros desde 1600. Él recuerda el exigente examen para ser gondolero y cómo ha cambiado su profesión con el paso de los años. 

Los testimonios reunidos en este muy interesante librito van desde las visiones más apocalípticas que presentan Venecia como una ciudad museo, un Disneyland que se ve reducido al papel de decorado para turistas, hasta las de quienes se rebelan contra ese pesimismo y se enorgullecen de todo lo que sigue haciendo única a su ciudad, a la que no quieren enterrar por más que tantos la den por muerta. Entre medias, toda una escala de grises. La autora escribe desde la admiración más absoluta a la ciudad, pero da voz a las preocupaciones de los vecinos, que en gran medida se centran en criticar la saturación turística. Algunos entrevistados no ven con tan malos ojos al turismo e incluso afirman que el auge de esta industria encaja a la perfección con la historia de Venecia, ciudad de tradición portuaria y de acogida de gentes de todo el mundo desde sus inicios.

En ese sentido, es muy interesante la historia de una profesora de la Universidad Ca’Foscari, que imparte un master con estudiantes procedentes de todas partes de Europa y del mundo, con el que mantiene viva la esencia histórica de Venecia: la mezcla de culturas y la acogida de personas procedentes de otros lugares. Basta pasear cerca de la universidad para encontrar esa vitalidad juvenil y esa diversidad en cuanto a los orígenes de sus estudiantes. 

El turismo, o al menos sus excesos, también está detrás de otra de las añoranzas expresadas en el libro, la del Carnaval veneciano auténtico. Los entrevistados cuentan que ha ido perdiendo su alma a medida que se ha convertido en atracción turística mundial. Cuando se recuperó la tradición en los años 70 participaba toda la ciudad y Venecia rendía así homenaje al clásico Carnaval, que era un canto a la libertad en todos los sentidos, casi incluso al libertinaje. Hoy queda más la forma que el dios, sus máscaras y su belleza más que ese espíritu rebelde y provocador de esta fiesta. 

Más allá de los gondoleros, otras profesiones que han cambiado mucho en Venecia en los últimos años y que también aparecen representadas en el libro son las de los pescadores y las de los artesanos del cristal de Murano. Los primeros se quejan de un declive incesante y temen por la propia supervivencia de su oficio, mientras que los segundos lamentan que no siempre el cliente valora lo excepcional de su trabajo y que no faltan tampoco comerciantes que venden réplicas procedentes en realidad de otras partes del mundo. 

Quizá el arte es la representación más viva y con más actividad de la ciudad. No sólo por la Bienal de Arte Contemporáneo de Venecia, que es el gran evento mundial de referencia, sino por la gran presencia de galerías, por la inspiración evidente que la ciudad supone para los artistas y por su forma de cuidar cualquier representación artística. Por muchas razones, Venecia siempre ha sido y sigue siendo el hogar ideal para los artistas. 

En los testimonios del libro, en fin, se percibe cierta añoranza por el tiempo pasado que tiene sin duda sus peculiaridades en la muy peculiar Venecia, pero que riman con lo que podría decir un habitante de casi cualquier otra ciudad que lamenta el turismo excesivo, la gentrificación y la pérdida de identidad de su localidad. Sucede, claro, que Venecia no es una ciudad cualquiera, ni hay ningún lugar en el mundo que se pueda comparar a ella, y de ahí que el sentimiento de orgullo por su belleza y también la inquietud por su futuro sean aún más intensos entre sus habitantes. Ser de Venecia no es cualquier cosa, desde luego. La autora termina el libro afirmando que ser veneciano es un arte de vivir y ella, no nacida allí, se siente y se sabe veneciana. Como tantos otros, no es ajena a los riesgos y amenazas a los que se enfrenta la ciudad, pero sigue profundamente enamorada de ella. Como para no. 

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