Veronese en el Prado



Cada vez que visito el Prado recuerdo siempre dos frases: aquella en la que Manuel Azaña, presidente de la República, afirmaba que la pinacoteca es más importante para España que la República y la monarquía juntas, y esa otra en la que el escritor Ramón Gaya escribió que cuando pensaba en el Prado no se le representaba “nunca como un museo, sino como una especie de patria”. Al volver al Prado también me preguntó siempre por qué no vengo más a menudo y recuerdo que es un privilegio excepcional vivir en la ciudad en la que se encuentra este templo que tanta belleza concentra, y que con él nos pasa un poco como con algunos amigos, a los que no vemos tanto como querríamos, pero que a los que al menos nos gusta saber que tenemos cerca. 

El Prado es, en efecto, mucho más que un simple museo y su importancia para España y para la historia mundial del arte es inconmensurable. El Prado siempre es buena idea y nunca deja de sorprender. Por eso, el primer plan cultural que hicimos muchos en 2020 en cuanto volvió un poco la normalidad tras la pesadilla del Covid-19 fue volver al Prado para disfrutar de su exposición Reencuentro. Y por eso siempre es buen momento y cualquiera es una buena razón para volver al museo. No ya sólo para volver a visitar su colección, sino también para acercarse a sus exposiciones temporales. Por ejemplo, la dedicada a Veronese, que se podrá visitar hasta el 21 de septiembre y que es deliciosa. 

Queda una semana, por lo tanto, para disfrutar esta muestra, que es la primera exposición monográfica dedicada a Veronese en España. Comisariada por Miguel Falomir, director del Museo del Prado, y Enrico Maria dal Pozzolo, profesor de la Università degli Studi di Verona, es una exposición fabulosa que reúne las obras de Veronese que alberga el Prado con obras de autores que lo influyeron y a los que él influyó y con préstamos de museos como el Louvre, el Metropolitan Museum, la National Gallery de Londres, la Galleria degli Uffizi o el Kunsthistorisches Museum de Viena. Una oportunidad única de ver tantas obras de Veronese juntas en el Prado. 

La exposición cuenta con seis secciones, desde la primera en la que se muestra su pedido de formación y la influencia de autores como Rafael y Parmigianino, hasta la última, en la que se reflexiona sobre la influencia del artista italiano que tanto contribuyó para afianzar el mito de la belleza y el lujo veneciano en pintores como el Greco, Rubens, Velázquez o Delacroix. En la segunda sección: «Maestoso teatro». Arquitectura y escenografía, se explica su forma de entender el espacio y narrar historias, en contraste con la de otros maestros. De esa sala impresiona El lavatorio, de Tintoretto, que está pintado  para ser visto lateralmente, y que, en efecto, ofrece una experiencia asombrosa, cambiando por completo en función del lugar desde el que se contemple

En la tercera parte, Proceso creativo. Invención y repetición, llama especialmente la atención cómo se explican y detallan las variaciones de los cuadros del pintor, gracias a los rayos X y la reflectografía. Es especialmente bella la cuarta sección, Alegoría y mitología, en la que destacan los cuadros consagrados a Venus, Marte y Cupido, con cierta ironía, y, especialmente, su interpretación del mito del Rapto de Europa, muy diferente a la versión de Tiziano. Veronese pintó este cuadro por encargo de Jacopo Costarini, amigo de Galileo Galilei.

Ya acercándose final, en la quinta sección, El último Veronese, contemplamos cuadros más sombríos, en parte por la influencia en su obra de Tintoretto y Jacopo Bassano; y en parte por la presión que suponía el clima religioso tras el Concilio de Trento. Es llamativo, por cierto, que el pintor se enfrentara a críticas e incluso tuviera problemas con el Santo Oficio por su forma de abordar escenas bíblicas. Me gusta especialmente en esta parte El buen samaritano, fina crítica a la hipocresía y el fariseísmo. 

La sección final, Haeredes Pauli» y los admiradores de Veronese, se centra en sus herederos en un doble sentido del término: sus familiares que siguieron con su taller una vez falleció Veronese, por un lado, y los artistas de todas las épocas que se sintieron inspirados por él. Quienes siguieron sus modelos, bajo la denominación de Haeredes Pauli, lo hicieron sin demasiado acierto, sin la personalidad y el talento que hacía únicos sus cuadros. Así se constata, por ejemplo, en Las bodas de Caná, donde se percibe con claridad que fue pintado por distintas manos, unas más acertadas que otras, lo que da un resultado muy desigual a la obra. Cierra la exquisita muestra El archiduque Leopoldo Guillermo en su galería de pinturas en Bruselas, de David Teniers II, que es uno de sus cuadros de cuadros en los que se contemplan, entre otras obras, tres lienzos de Veronese.

Naturalmente, una visita una exposición temporal del Prado con atención e interés, en especial si se trata de una muestra tan excelsa como ésta, pero también termina acudiendo una y mil veces a su colección permanente. No es posible entrar en la pinacoteca y no regresar a sus grandes obras maestras. Eso y, por supuesto, caer en la cuenta de otras que sorprenden de repente, a las que no prestaste atención en anteriores visitas, aunque lleven décadas ahí. O que miras de repente con otro ojo cuando las encuentras de pronto. Porque el Prado siempre sorprende, porque sus dimensiones y su concentración de belleza son la mejor garantía de que cada vez te llamarán la atención obras distintas, encontrarás sorpresas en cada sala. De esta visita me quedo con dos: Eclosión, una bellísima y sensual escultura de Miquel Blay, y El albañil herido, un cuadro de enorme modernidad de Goya. Hasta la próxima. 

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