Dolce Vita es el noveno disco de estudio de Amaral y también uno de los mejores. Pocos grupos pueden decir eso después de una carrera de más de 25 años, porque pocos mantienen la vitalidad, la creatividad, las ganas de probar sonidos nuevos y la fidelidad a sí mismos que exhiben Eva Amaral y Juan Aguirre. En este primer cuarto de siglo XXI, el panorama musical ha cambiado por completo, se ha vivido una revolución absoluta, pero Amaral ha seguido estando ahí siempre, en parte, porque nunca ha dejado de cambiar y probar sonidos nuevos, pero no por sucumbir a modas ni a concesiones comerciales. En esta era de escuchas digitales y singles lanzados cada cierto tiempo, Amaral sigue dando valor a los discos, que prepara y cuida con mimo, sin atender a las prisas ni las exigencias aceleradas de este mundo loco.
Anoche, el grupo zaragozano presentó en el Movistar Arena de Madrid (el Palacio de los Deportes de toda la vida) su último disco. Como contó Eva Amaral, es un disco que celebra la belleza, por naif que suene en este mundo de dobleces, postureo y malismo, un contexto que hace más necesarias que nunca canciones como éstas. Al igual que sus últimos trabajos, se trata de un disco con coherencia interna, un concepto y una atmósfera muy marcada. Es un disco primoroso, lleno de sabiduría vital, que resulta especialmente propicio para escuchar relajado en casa, pero en directo ganan aún más con la entrega y la energía de Amaral en el escenario. Ayuda el muy cuidado apartado audiovisual, con imágenes bellísimas de paisajes en las pantallas de fondo, una escenografía impresionante y unos más que solventes músicos acompañándolos sobre el escenario.
El grupo cantó ayer todas las canciones de Dolce Vita, lo que es una declaración de intenciones y deja claro lo a gusto que está está con su nuevo disco. No es para menos. Desde la canción que le da nombre al disco, con el que comenzó la noche, esa Dolce Vita en la que Eva canta “no soy la voz de una generación, no soy un faro, soy un resplandor, un parpadeo fugaz, así me debéis recordar”, hasta Ahí estás, ese precioso tema de amor con la que pusieron el broche al concierto (“ya era hora de olvidarnos la de la gente y su estúpida manera de juzgar”), el disco tiene temas maravillosos. Entre ellos. Podría haber sido yo, dedicada a Víctor Jara, que da pie a uno de los momentos más emotivos de la noche, cuando se muestra imágenes de una interpretación de Te recuerdo Amanda, y que también permite a Eva Amaral condenar a los fanáticos que matan a inocentes hoy como ayer, en este caso, en Gaza.
Alcanzaron otro vuelo en directo también, entre otras, las formidables La suerte (“la suerte que he tenido de encontrarte y de no perder de vista lo importante”), Eso que te vuela la cabeza (“la única bandera que haremos ondear, la única patria que yo quiero de verdad”) o La unidad del dolor (“una copa de vino al caer el sol, el olor de los naranjos, zambullirse en el río si hace calor a principios de verano, conseguir concentrar mi atención en las páginas de un libro”), temas todos ellos llenos de sabiduría que llaman a celebrar la vida, a abrazar la belleza y la fortuna de estar vivos.
Por supuesto, también interpretaron canciones de sus discos anteriores, muchos de ellos, convertidos ya en himnos que no pueden faltar en sus conciertos, como la emotiva y pionera en su día Salir corriendo, que el grupo escribió para una amiga que sufría la violencia machista y que hoy es feliz tras haber dejado a su agresor. Amaral no ha dejado de experimentar y cambiar, y aunque ayer la presencia de discos como Hacia lo salvaje o Nocturnal osciló entre lo testimonial y lo inexistente, porque son discos con una atmósfera y unos sonidos muy concretos y anoche se priorizó presentar el nuevo álbum, sí hubo una gran variedad de canciones en el repertorio. Transita Amaral con facilidad entre himnos guitarreros y canciones con versión acústica, entre temas íntimos y otros más marchosos, entre canciones de amor y otras con trasfondo social.
Anoche, antes de cantar la bellísima Tardes con la sola compañía de su guitarra y su voz, Juan Aguirre contó que el objetivo del concierto era que todos sintiéramos como si estuviéramos en una sala pequeña, en la que cantantes y público se puede mirar a los ojos. Justo después, durante la interpretación de En el centro de un tornado, Eva Amaral levitó con la ayuda de unos arneses y desplegó un majestuoso vestido rojo con mucha espectacularidad por las alturas del Palacio. Fue un contraste curioso. Quizá ningún grupo grupo como Amaral puede defender con tanta soltura y naturalidad esa aparente contradicción, de reivindicar lo pequeño de las salas a ofrecer semejante pirotecnia y golpes de efecto tan impresionantes, tan de grandes recintos. No chirrió en absoluto porque Amaral siempre ha jugado a ir cambiando, a probar cosas nuevas, y porque el nexo común a todo sus trabajos en estos más de 25 años es la autenticad y la verdad con la que defienden cada una de sus decisiones artísticas. Todo en ellos es verdad, nada es impostura ni parece forzado. Hacen lo que les da la gana siempre y se nota. Es algo que no se puede disimular.
Salimos del concierto pensando que, en efecto, Amaral siempre ha estado ahí, y deseando que así siga siendo mucho tiempo para celebrar la suerte que hemos tenido de encontrarlos y de tenerlos ahí siempre en las idas y venidas. Contó Eva en un momento del concierto que lo bello de la música es la capacidad de sentirnos identificados con todo tipo de canciones. Muchos llevamos más de un cuarto de siglo sintiendo que, como en aquella película de Jonás Trueba, todas sus canciones hablan de nosotros.
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