“Este es el libro que hubiera querido leer antes de juzgarme sin conocerme”, escribe Inés Martín Rodrigo casi al comienzo de Una homosexualidad propia, el ensayo publicado en 2023 por la colección Referentes de la editorial Destino en el que reflexiona sobre la importancia de la visibilidad y sobre el descubrimiento y la aceptación de su orientación sexual. Es un librito estupendo y, contradiciendo a la propia autora, yo sí diría que valiente, porque se expone en él con mucha honestidad y porque escribe desde un lugar muy personal de algo muy íntimo. Lo hace consciente de la importancia de los referentes y de la necesidad de dar un paso adelante en un tiempo en el que son muy reales y temibles las amenazas de marchas atrás en los derechos conquistados.
Me encantaría saber qué piensan de lo que narra la autora en este libro las jóvenes lesbianas y, en general, cualquier persona joven LGTBI. La infancia y adolescencia de la autora, que fue la de quienes compartimos generación con ella, fue muy distinta a la de nuestra sociedad actual. Entonces era muy difícil hallar referentes no heterosexuales en la ficción. Sigue habiendo mucho odio y mucha homofobia, y jamás diría que los jóvenes de hoy lo tienen fácil o que está todo ya conseguido en la continua lucha por la igualdad y la diversidad, pero sí pienso que vivencias y relatos como éste son importantes para recordar de dónde venimos y hacia dónde no debemos volver. Porque muchos habríamos agradecido tener banderas arcoíris y libros con personajes LGTBI en nuestros colegios, personajes con los que sentirnos identificados en las series, una mayor diversidad de historias.
Martín Rodrigo deja claro en el libro, cuyo subtítulo es “una reivindicación de la identidad lésbica a través de sus referentes culturales”, que ella cuenta su historia y su descubrimiento, pero que no pretende presentarla como ejemplar o como referente de nada. Cada cual tiene su proceso, sus vivencias. Ella explica que de niña la insultaban llamándola “marimacho”, y que se sentía diferente, excluida, porque le gustaba el fútbol y no jugada con muñecas, porque prefería las pelis de superhéroes y de acción y porque odiaba los vestidos, las faldas y llevar el pelo largo. Pero ésa es su vida y deja claro, naturalmente, que se puede ser lesbiana de mil maneras diferentes, y que ninguno de esos rasgos, de esos gustos o preferencias, la definen como lesbiana. Comparte con mucha honestidad su historia en este relato emocionante y muy inspirador porque “para eso también sirve la literatura, para mirarse en el espejo de los otros”.
Afirma la autora que no se planteó su verdadera sexualidad hasta los años de universidad y que durante muchos años no conoció a ninguna lesbiana. Recalca así la importancia de los referentes en la ficción, porque la representación es importante y sólo la desprecian quienes siempre se han visto reflejados en la pantalla y carecen de la mínima empatía para ponerse en el lugar del otro. El hilo conductor del libro, su esencia, es precisamente esa necesidad de contar con referentes, de encontrar en libros, series y películas a mujeres lesbianas. También en eso, en buscar de forma casi obsesiva historias LGTBI, nos podemos sentir identificadas muchas personas que compartimos la generación de la autora, para quien la serie The L World, que yo descubrí en la universidad igual que Queer as folk, fue un hito.
La literatura ocupa un papel central en la vida de Inés Martín Rodrigo, así que no es de extrañar que buena parte del libro esté dedicado a lecturas iniciáticas que han sido importantes para la autora. Habla, por ejemplo, de Carol, que Patricia Highsmith publicó bajo seudónimo en 1952, y que la autora leyó después de la versión cinematográfica del libro. La guía de lectura incluye, entre otras obras, el Orlando de Virginia Woolf; El lustre de la perla, de Sarah Waters; El mismo mar de todos los veranos y Con la miel en los labios, de Esther Tusquets; Ver a una mujer, de Annemarie Schwarzenbach; la tira cómica Lo indispensable de unas lesbianas de cuidado y la autobiografía gráfica Fun Home, de Alison Bechdel; Oculto sendero, una historia lésbica con tintes autobiográficos que Elena Fortún sólo publicó bajo seudónimo y a título póstumo, o ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson.
La representación y la visibilidad en la ficción es importante porque la ficción forma parte de la vida, porque aquello de lo que no se habla, que no se nombra, que no se muestra, es como si no existiera, y existimos, vais si existimos. Y también porque las historias de la literatura, a veces tan o más reales que la propia vida, sirven como inspiración y referencia. Ahí está, por ejemplo, la preciosa dedicatoria de Mary Oliver a su pareja, la fotógrafa Molly Malone Cook, en Horas de invierno: “cada vez que oigo algo horrible, quiero taparle los oídos a M. Cada vez que veo algo bello y me da un vuelco el corazón, es a M. a quien corro a contárselo”. ¿Existe más bella y precisa descripción del amor, no del amor entre dos mujeres o del amor lésbico, del amor sin más? Es sólo que todos los amores, todas las cosas e historias merecen ser vividas y contadas, como nos recuerda Inés Martín Rodrigo en este combativo, honesto e inspirador Una homosexualidad propia.
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