Fue Mark Twain quien dijo que la historia no se repite, pero a menudo rima. Tal vez por ello, estos últimos años se ha hablado mucho de los paralelismos entre la Europa de entreguerras y la actualidad cuando, al igual que entonces, asistimos a un peligroso auge del radicalismo político. La exposición Tiempos inciertos. Alemania entre guerras, que puede verse en el CaixaForum de Barcelona, recuerda los años que van desde el final de la I Guerra Mundial y la llegada de Hitler al poder, es decir, la República de Weimar, sus ilusiones, su explosión de creación artista y también su herida mortal por la hiperinflación y el crack del 29, que terminaría conduciendo a partido nazi al poder.
La exposición, que combina bien obras artistas con fotografías y numerosos vídeos, comienza con un vídeo en el que se cuenta el gran escándalo que despertó el estreno del ballet de Stravinski La consagración de la primavera en mayo de 1913 en el Teatro Campos Elíseos de París. Es un inicio algo desconcertante de la exposición, pero sirve para poner las bases de lo que veremos a continuación, ya que la muestra refleja el impacto de la creación artística en la realidad, ese juego de influencias en dos direcciones, ya que el arte refleja y también condiciona el mundo. Hubo disturbios en el teatro por el impacto que causó la obra en el público más conservador. Muy poco después comenzó la I Guerra Mundial, que causó la caída de los grandes imperios y que dejó a Alemania en una posición económica imposible, al tener que hacer frente a las penalizaciones del tratado de Versalles como derrotada de la contienda.
La exposición permite ver los acontecimientos más importantes de aquellos años en una muy interesante cronología, que sitúa al visitante antes de recorrer los distintos apartados de la República de Weimar. Por ejemplo, el impacto de la guerra en el arte, en especial, en las esculturas, que prestan especial atención a la representación del cuerpo. Como se cuenta en la exposición, el régimen del periodo de entreguerras en Alemania convirtió la política en un de inmenso de masas, lo cual parecía tener entonces algunas ventajas, pero que también terminó mostrando rápido sus inconvenientes. Todas las corrientes políticas agitaron al pueblo, un pueblo asfixiado por la hiperinflación salvaje, como demuestra el hecho de que en junio de 1923 una barra de pan costaba 100 marcos; en julio, 250, y en noviembre, tres millones. Hubo una reforma legal y se emitió una nueva moneda que permitió aliviar la situación, pero el crac bursátil del 29 dio la puntilla a lo que se conoció como los dorados años 20, porque Alemania era demasiado dependiente de los préstamos internacionales.
La exposición atiende también al papel del arte de vanguardia, en especial la fotografía y el cine, y la forma en la que se politiza. Bertlot Brecht dijo que “el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”. Y así lo creyeron muchos en aquel tiempo. Walter Benjamin escribió que “a la estetización de la política que propugna el fascismo, el comunismo responde con la politización del arte”. La muestra acoge obras expresionistas, del radicalismo dadá, constructivistas y también de la nueva objetividad. Se presta especial atención a la historia de la Bauhaus, una escuela rompedora que quiso ligar el arte con la técnica, y cuya evolución simboliza por sí misma la propia marcha de Alemania en aquellos años en los que se soñó con un sistema democrático, libre y avanzado, pero que terminaron siendo la antesala del horror nazi.
La parte dedicada a lo que se llama “el paisaje sonoro”, en la que el visitante puede escuchar canciones y composiciones de la época, da paso al tramo final de la muestra, en la que hay espacio para la mecánica cuántica y el impacto, no sólo en la ciencia, de la incertidumbre como principio. Hay un espacio para la filosofía, con un módulo en el que se pueden lanzar pequeñas pelotas como juego para mostrar el contraste entre lo que defendía Ernst Cassirer y Martin Heidegger, ante la duda de si el ser humano es un ser racional o si si existencia está en constante cuestionamiento.
La exposición también incluye un vídeo sobre la terrorífica quema de libros el 10 de mayo de 1933, en la que Goebbles proclamó el final del “excesivo intelectualismo judío”. Tras esas estremecedoras imágenes, la exposición concluye planteando una pregunta al visitante: ¿prefiere un mundo de certezas o un mundo de incertidumbres? Eso da pie a lo que se llama laboratorio de reflexión, con cuestiones sobre el mundo actual, que en ciertas formas tanto se parece a aquel periodo entreguerras.
Comentarios