Creo que a Carmen Martín Gaite le habría gustado la excelente biografía sobre ella que ha escrito José Teruel, editada por Tusquets, y que ha obtenido el Premio Comillas 2025 de Historia, Biografía y Memorias. Y no lo digo por la admiración a la autora con la que está escrita, porque intuyo que a ella, como toda persona inteligente, no le gustaban en exceso los elogios y halagos, sino porque el libro es verdaderamente entretenido y apasionante, es una auténtica narración y no una biografía al uso, seria, que acumula datos y citas solemnes, pero sin alma ni llegar a captar la esencia de la biografiada. Nada que ver. Es la biografía que merece la autora salmantina, escrita con el tono y el estilo que su genialidad requiere.
El libro resulta fascinante para quienes adoramos la literatura de Martín Gaite y creo que es también una fantástica invitación a acercarse a sus obras para quienes no la hayan leído y, por lo tanto, tengan aún por delante el privilegio de descubrirla. Es un festín, un acercamiento maravilloso a la obra de la autora salmantina, que tan impregnada de su propia vida estuvo siempre. La escritora dijo de Alonso Zamora Vicente, el director de su tesis, que era “un hombre muy serio, pero muy poco formal”. Imposible definir mejor con menos palabras la alergia a la solemnidad de la autora. Se puede decir lo mismo de su narrativa y de su forma de entender la literatura: muy seria, pero muy poco formal.
Martín Gaite dividía a los escritores entre intelectuales y cordiales. Prefería a los segundos, claro. Eso no significa que no fuera una mujer extraordinariamente inteligente, con muchas áreas de interés, una curiosidad desbordante y una muy marcada faceta académica. De hecho, toda su vida es, en en fondo, un baile entre un lado más alocado y otro más ordenado. Teruel lo vincula a su familia, al doble influjo de sus padres: el cultivo de la razón que heredó de él, frente a lo onírico y fantasioso de ella. El autor afirma que “la ambivalencia entre el orden y la seducción del caos” secuenció la vida de la autora.
Hija de una familia burguesa y avanzada para la época, con un padre abiertamente feminista, por ejemplo, algo poco habitual entonces, a la autora le marcó mucho el asesinato por parte del bando franquista de su tío Joaquín Gaite Veloso, hermano mayor de su madre. Esto convirtió a la familia en una apestada para la conservadora sociedad salmantina de la época. De aquel trauma infantil le viene una sed permanente de libertad, que refuerza en sus viajes de veinteañera a Coimbra y Cannes. En las inolvidables vacaciones en la ciudad francesa decidió que quería irse a vivir a Madrid. Al llegar a la ciudad sintió una dualidad: por un lado, estaba feliz por la libertad horaria y sus nuevas amistades, pero, por el otro, sentía también añoranza por el ritmo más pausado de Salamanca y el rechazo a un cierto esnobismo capitalino. Una vez más, las dualidades en su vida, otra vez, entre dos aguas.
Además del análisis de las obras de poemas, novelas y ensayos publicados por la escritora, la biografía se apoya también en las cartas que a lo largo de 50 años Martín Gaite envió a familiares y amigos. La obra literaria de la autora es indistinguible de su propia vida. Como escribió en uno de sus Cuadernos de todo, “la vida es una narración que se va haciendo aunque no la escribas. (…) Uno es lo que narra y cómo lo narra”. La escritora salmantina empezó publicando poesía, aunque estuvo desde 1949 hasta 1975 sin publicar poemas. En sus primeros años, escribía a escondidas y no hablaba con nadie de sus proyectos hasta que no estaban muy avanzados. Le solía decir a Torrente Ballester que nunca hablaba de sus libros hasta estar de siete meses, por si se malograban.
El libro cuenta su noviazgo y posterior matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio. También el papel clave en su vocación de Antonio Rodríguez-Moñino, que a través de la Revista Española fue mecenas de la propia escritora y también de Aldecoa, Sánchez Ferlosio y Alfonso Sastre, entre otros miembros del grupo de literatos amigos de Martín Gaite. Es precioso el pasaje en el que cuenta cómo la autora se enteró de que había ganado el Premio Nadal en 1958 por Entre visillos. Siguió por la radio de forma entrecortada la marcha del concurso, con las distintas votaciones. Se presentó con el nombre de su abuela, Sofía Veloso, para evitar que la asociaran con su marido, ganador del Nadal dos años antes.
Queda retratado en la biografía el machismo imperante de la época. Se tuvo que enfrentar a entrevistas en las que se le pregunta qué pensaba él del libro y si le hubiera prohibido presentarse al premio de haberlo sabido. Además, ella se encargaba en exclusiva de las tareas domésticas y del cuidado de su hija Marta. Sólo podía escribir desde las ocho de la tarde, cuando acostaba a su hija, hasta la medianoche. Muchos la trataban despectivamente como “Madame Ferlosio”. Su marido era consciente de sus rarezas y llegó a decir de ella que era “como una viuda que tuviera el muerto en casa”.
Teruel cuenta que Martín Gaite era “antidogmática por vocación”, pero apoyó a amigos perseguidos durante el franquismo y firmó varios manifiestos. En una entrevista en 1970 dijo que “el escritor hace política, quiera o no quiera, en cuanto se apasiona por la verdad”. Consideró el referéndum de la OTAN como una claudicación de la izquierda y se negó a acudir a la bodeguilla de la Moncloa en la que Felipe González recibió a no pocos escritores. Se distanció de la oficialidad de aquellos años. A su entierro, afirma el autor, no acudió ningún político.
Otro ejemplo de su alergia a lo oficial e institucional es su recurrente rechazo a entrar en la Real Academia Española. Nunca quiso formar parte de ella, y eso que le insistieron mucho. “Cada día detesto más la cultura oficial y amo más mi independencia”, escribió en una carta. La cita anual a la que jamás quiso faltar, sin embargo, era la Feria del Libro de Madrid, donde disfrutaba del encuentro con sus lectores. En especial, en los últimos años de su vida, cuando tuvo sus mayores éxitos editoriales, tras su vuelta a la novela con Caperucita en Manhattan, el libro en el que vuelva de forma indirecta el desgarro por la muerte de su hija Marta.
Los pasajes más duros de la biografía de la autora de El cuarto de atrás, Retahílas, Nubosidad variable y tantos otros libros inolvidables, son los que se refieren a la enfermedad y a la muerte de su hija, que falleció por culpa del sida y que fue una de las muchas víctimas de la drogadicción y de esta enfermedad tan poco conocida entonces. Marta llamaba a la autora Calila, por la forma infantil en la que pronunciaba de niña el nombre de Carmiña, que es como llamaban a la escritora sus amigos. Por su parte, Martín Gaite llamaba a su hija la Torci, por una niña rebelde y genial que vio en un paseo por el Retiro cuando estaba embarazada de ella. Estremece la historia del cuento El pastel del diablo, publicado poco después de la muerte de su hija, pero escrito antes, y que tiene algo de premonitorio. La muerte de la Torci marcó de por vida a la escritora, como se refleja una vez más en sus obras posteriores.
Seguiría y seguiría escribiendo durante horas sobre esta magnífica biografía de Carmen Martín Gaite y sobre lo que adoro a la escritora salmantina, pero voy terminando con una de las muchas facetas de la autora, su papel como crítica literaria durante casi cuatro años en Diario 16, periódico que abandonó cuando su entonces director, Miguel Ángel Aguilar, fue despedido por publicar una información sobre una tentativa de golpe militar en 1980. En su pañuelo como crítica fue especialmente generosa con los autores noveles. Reseñó los primeros títulos de Juan José Millás, Marina Mayoral, Rosa Montero, Soledad Puértolas, Esther Tusquets, Manuel Longares, Eloy Tizón y Antonio Muñoz Molina. En esas reseñas, que, por supuesto, no son reseñas al uso y en las que Martín Gaite solía hablar de sus propias vivencias y recuerdos personales, dejó auténticas joyas en las que dejaba muy clara su concepción de la literatura, como, por ejemplo, esta: “por mucho que os insten a ello los entendidos, no leáis nunca una novela que os aburra”.
Carmen Martín Gaite tradujo de varios idiomas, fue una erudita que investigó archivos históricos con profesionalidad y rigurosidad, tenía enormes conocimientos literarios y una curiosidad al alcance sólo de las personas más inteligentes y brillantes, pero jamás fue estirada, ni formal, ni elitista. Rehuyó la separación entre alta y baja cultura, nunca antepuso el favor de la crítica y de los intelectuales al del público general. Jamás aburrió a nadie. Convirtió en fascinantes narraciones sus novelas y relatos, pero también sus ensayos y conferencias. Fue, o más bien, es, porque sus obras resuenan tan vivas como el día en el que las escribió, tan vivas como si las estuviera escribiendo a medida que las leemos, una escritora vitalista, genial y sabia, sí, pero siempre sin solemnidad, con ligereza inteligente. Una autora única cuya vida y obra (que, en gran medida, son lo mismo) retrata con precisión y buen hacer José Teruel en una biografía imprescindible para los que adoramos a Martín Gaite y muy recomendable para los que aún no saben que la adorarán en cuanto la empiecen a leer.
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