Asalto al Banco Central


Hace unos años, el gobierno el británico pidió a Netflix que dejara claro al comienzo de cada capítulo de The Crown que se trataba de una obra de ficción y que, por lo tanto, los diálogos que se mostraban en la serie no ocurrieron así en la vida real. He recordado aquella polémica, que demostraba a la vez la poca confianza del gobierno británico en la madurez de los espectadores y también el enorme poder de influencia de la ficción a la hora de moldear el recuerdo de episodios históricos, al ver Asalto al Banco Central. Esta miniserie de Netflix, de apenas seis capítulos, relata el asalto con rehenes de un banco en Barcelona justo tres meses después del intento de golpe de Estado del 23F. 

La serie tiene un ritmo frenético, unos personajes muy carismático, diálogos muy bien construidos y un elenco notable. Es sensacional, entretiene y, a la vez, explica un episodio no del todo conocido hoy en día por la sociedad española, desde luego, no por los más jóvenes, que retrata muy bien aquella España de principios de los años 80. La serie, impecable, no tiene nada que se le pueda objetar como artefacto narrativo, como producción que consigue atrapar al espectador y contarle bien una gran historia. Sin embargo, sí remite a aquel debate sobre cómo se deben retratar en la ficción episodios históricos reales. 

Al terminar la serie se explica en unos rótulos que la versión sobre la implicación de Emilio Manglano, jefe del servicio de inteligencia de entonces, en el asalto al banco es la que dio el cabecilla del atraco y la que siempre ha defendido, pero que nunca se ha podido demostrar. Y es un asunto importante, no porque reduzca el interés de la serie, pero sí porque genera un debate inevitable sobre la capacidad de la ficción para moldear y fijar la memoria colectiva. ¿Cuántas personas tras ver esta serie darán automáticamente por buena la versión de aquel suceso que se ve en la pantalla? ¿Cuántas buscarán distintas versiones y más información? 

Este debate, apasionante y posiblemente sin fin, desde luego creo que sin verdades absolutas, es aún más intenso cuando se trata de hechos como éste en los que digamos que la solidez de la versión oficial no es del todo inquebrantable, por la época histórica en que ocurrieron, los antecedentes y el secretismo en torno a lo sucedido. En general, todo lo que rodea al 23F se presta a elucubraciones y versiones alternativas, por la sencilla razón de que sigue habiendo un secreto oficial sobre documentos que podrían arrojar luz sobre aquella intentona golpista que reforzó a la monarquía. Como se escucha en algún momento de la serie, nunca sabremos lo que ocurrió de verdad aquel día, del mismo modo que tampoco sabremos a ciencia cierta qué sucedió en el asalto al Banco Central en Barcelona, en un edifico señero de la Plaza de Cataluña. 

El caso es que esta serie, teniendo claro que la versión que cuenta es solo una de las existentes sobre aquel suceso, es realmente apasionante. El paralelismo formal con La Casa de Papel (se habla de un asalto a un banco, varios de sus actores protagonistas participaron en aquel exitoso protagonismo…) puede ser un arma de doble filo. Seguro atrae a muchos espectadores, pero quizá también echa algo para atrás a otros, precisamente porque, sin entrar en el detalle de la sinopsis de la serie, pueden pensar que ya está Netflix buscando replicar una fórmula de éxito. Aunque hay innegables similitudes, el hecho de que la serie esté basada en una historia real lo cambia todo, porque al ritmo trepidante de la trama se suma la vocación didáctica de la serie y la recreación histórica de aquel suceso y de aquella época tan trascendente en España. 

La serie, dirigida por Daniel Calparsoro y con guion y Patxi Amezcua, permite conocer sucesos y personajes decisivos en aquel período histórico en el que España dejaba atrás el franquismo, pero aún hacía frente a herencias del pasado. Simboliza como nadie ese paso del franquismo a la democracia, y toda la zona de grises de aquellos años, el personaje del capitán Emilio Manglano, a quien interpreta en la serie un casi irreconocible Roberto Álamo, que fue nombrado jefe del CESID tras el 23F y que, según se cuenta en la serie, sólo unos pocos años antes había dirigido a las Centurias amarillas, un grupo paramilitar  que hacía trabajos para los Servicios Secretos franquista de Carrero Blanco. 

La serie, que se narra por un orden cronológico lineal, pero que da saltos en el tiempo para contar de dónde vienen los personajes, tiene en su elenco a uno de sus puntos fuertes. Además del citado Roberto Álamo destacan Miguel Herrán, que interpreta con desparpajo y verdad al cabecilla de los asaltantes; María Pedraza, que da vida a una joven periodista que cubre el asalto: Hovik Keucherian, fotógrafo de su periódico que es perro viejo en el oficio y arrastra un trauma que intenta ahogar en alcohol, e Isak Férriz, un policía que intenta descubrir toda la verdad del asalto aunque incomode a sus superiores. La serie, en fin, aúna el interés de contar un episodio surrealista y relevante de la historia reciente de España, que sigue siendo un misterio, con todas las características de las grandes ficciones que mantienen al espectador pegado a la pantalla. Muy recomendable. 


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