El cine argentino, ese que ahora el gobierno del radical Javier Milei intenta asfixiar con drásticos recortes, nos ha regalado en los últimos años auténticas joyas. Pasará el tiempo y nadie recordará el nombre de los ministros del actual gobierno de extrema derecha en Argentina, ni tampoco las excentricidades y peligros de su presidente, que dice hablar con los perros, pero sí habrá espectadores que disfruten descubriendo películas como El secreto de sus ojos, Nueve reinas, Relatos salvajes, Argentina, 1985, Martín (Hache), El estudiante, El ciudadano ilustre y tantas otras.
Precisamente esos mismos políticos que no entienden la relevancia de la cultura y, en concreto, del cine, son los que tampoco tienen el menor interés en cuidar la educación pública. Puan, la película de María Alché y Benjamin Naishtat que triunfó en la edición del año pasado del Festival de Cine de San Sebastián, es en sí misma un ejemplo perfecto de lo bueno que aporta Argentina al cine y de la capacidad del séptimo arte de reflexionar sobre cuestiones relevantes como, precisamente, la educación pública. Es una película que triunfó en aquel país y que resume bien muchas de las virtudes del mejor cine argentino, ése que nunca decepciona y que traslada a todo el mundo la imagen del país, sus inquietudes y esperanzas.
Más allá del estereotipo que presenta a los argentinos como charlatanes que no paran de hablar y divagar sobre lo humano y lo divino, muchos apreciamos precisamente en el cine argentino que no le tenga miedo a la palabra, que no rehuya los diálogos profundos y con sustancia, a los guiones inteligentes. Esto se percibe especialmente en Puan, que se centra precisamente en la facultad de Filosofía Política de la Universidad de Buenos Aires.
Otra virtud del buen cine, apreciada con frecuencia en las mejores películas argentinas de los últimos años, es su capacidad de jugar a varias bandas, de no restringirse a un género marcado. Porque Puan es comedia, pero no sólo. Hay píldoras de filosofía, con varias escenas de clases de filosofía política que desarrollan conceptos dedicándolo tiempo, pero también es algo más. Es el duelo entre dos profesores de filosofía, Marcelo Pena (Marcelo Subiotto) y Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), pero también es una defensa de la educación pública y un ejemplo de cine social. Es todo a la vez, lo que puede desconcertar incluso a algún espectador. Es una película esta, difícil de definir, verdaderamente extraña.
Hay un momento de la película en el que el personaje al que da vida Sbaraglia, un profesor de Filosofía que lleva años impartiendo clases en Alemania, cuenta que quiere volver a Argentina porque “hay algo de este caos que es propicio para las ideas”. Y lo mismo cabe decir de películas como Puan, que también se acerca sin miedo a cuestiones como el feminismo o el sindicalismo. La interpretación de Subiotto, presente casi en cada plano de la película, es de lo mejor del filme. Da vida a un profesor de la vieja escuela, apasionado de su profesión, algo torpe y despistado, sin demasiadas habilidades sociales, que se ve desafiado por la llegada de un profesor más joven y con otras ideas. Aunque no tiene nada que ver el enfoque ni la temática, recuerda a veces al protagonista de Merlí, la fantástica serie de filosofía de TV3 que tuvo mucho éxito en Argentina.
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