Martín (Hache)

 

Si, como dice el tango, 20 años no es nada, 25 son poco menos que nada. Hace 25 años se estrenó Martín (Hache), de Adolfo Aristarain, que se puede ver en RTVE Play. La película, extraordinaria, tiene unas cuantas escenas que la justifican por sí sola y que explican que se convirtiera en un filme de culto. Fue precisamente un extracto de una de esas escenas con diálogos potentes con el que me topé en Twitter hace unas semanas la que le generó la necesidad de ver la película. La disfruté muchísimo. Pasan muy bien los años por ella.


La película comienza con la sobredosis de Hache (Juan Diego Botto). Los médicos dicen que fue un intento de suicidio. Su padre Martín, interpretado con su maestría habitual por Federico Luppi, que vive en Madrid, acude a Buenos Aires y se trae a su hijo a España. Aquí el joven se rodeará de la peculiar familiar de su padre: su pareja, a quien da vida Cecilia Roth, y a quien su padre desprecia de forma constante, y el mejor amigo de éste, Dante (colosal Eusebio Poncela). 

Una de las múltiples virtudes de la película es que todos los personajes están bien construidos, ninguno de ellos es plano ni está estereotipado, todos tienen aristas y de todos ellos conocemos bien su historia, sus contradicciones y sus motivaciones. Martín padre es un director de cine egocéntrico, acostumbrado a vivir solo, que adora a su hijo pero tiene miedo a vivir con él, y a quien le cuesta horrores compartir sus sentimientos con la gente que quiere. A ratos detestable, sobre todo por la forma en la que trata a su pareja, y a ratos brillante, como cuando comparte algunas reflexiones lúcidas en los varios diálogos prodigiosos del filme, es un hombre de carne y hueso, con tantos defectos como virtudes, en absoluto ejemplar en muchas cosas, fieramente humano. De él escuchamos en un momento del filme que sólo es capaz de amar aquello que respeta y que sólo respeta la inteligencia. 

Su hijo, que también se llama Martín y al que llama Hache (por la inicial de "hijo") está perdido en la vida, no sabe cuál es su lugar en el mundo, a qué se quiere dedicar, ni siquiera dónde quiere vivir. Siente que en Buenos Aires, en casa de su madre, sobra, porque ella ha formado otra familia, pero tampoco se siente integrado en Madrid ni del todo a gusto conviviendo con su padre, cuya aprobación siempre buscó. El personaje de Alicia (Cecilia Roth) es el que más sufre, el más injustamente tratado. Martín la quiere, pero se lo demuestra con torpeza y crueldad. Es devastadora su situación, sobre todo, porque se trata de un personaje frágil pero luminoso y vitalista, que se refugia en las drogas de la falta de amor. 

Y luego está Dante (Eusebio Poncela), que es EL personaje de la película. Actor, amigo íntimo de Martín, vive en los márgenes. Abomina del sistema, tiene ideas radicales y vive conforme a ellas. Mantiene relaciones sexuales con hombres y mujeres, experimenta con las drogas, vive en hoteles casi desde que empezó su vida adulta, porque no quiere compartir intimidad con la gente a la que quiere. Se define como amoral, entregado a placer. Suyos son varios de los mejores momentos de la película, como cuando habla con Hache de su supuesto intento de suicidio y le dice que "siempre hay que seguir, aunque sólo sea por curiosidad", o cuando el joven le pregunta por sus preferencias sexuales y él responde: "me seducen las mentes, me seduce la inteligencia. Yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes". 

Si tuviera que elegir mi escena preferida de Dante, y me dejo muchísimas, sería en la que detiene una representación de Esperando a Godot que protagoniza en el teatro y, de pronto, rompe la cuarta pared y se dirige a los espectadores. No tiene desperdicio: Luego volveréis a vuestras casas y todo será igual. Seréis tal corruptos, tan hipócritas y tan mierdas como siempre, pero tendréis la conciencia tranquila porque sois modernos, porque habéis aplaudido a rabiar una obra de izquierdas muy dura, durísima, tío. No estáis de acuerdo con el mundo que os ha tocado, pero no hay salida, no podéis cambiarlo. Hay que aceptar las reglas del juego. Pero vosotros no sois culpables, porque todavía sois capaces de soltar una lágrima por la revolución que no pudo ser. Sois unos farsantes, hijos de puta, que merecéis mi más profundo desprecio”.

La relación paternofilial entre Martín y Hache, el mundo del trabajo ("el trabajo es detestable, es algo que hay que evitar como sea", dice Dante), o el patriotismo son algunos de los temas que aparecen a lo largo de la película, cuyas dos horas de duración se pasan volando por la inteligencia de los diálogos. La escena que mencionaba al comienzo y que me animó a ver la película es una en la que padre e hijo hablan. Aquel le pregunta si o extraña Buenos Aires, su país. La respuesta, sublime, es para enmarcar: “No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañas si te mudas a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. La patria es un invento. (...) Uno se siente parte de muy poca gente. Tú país son tus amigos”. Y, en todo caso, como se ve en otra escena del filme, se terminan extrañando cosas chiquitas, como los silbidos de la gente por la calle. He tardado 25 años en descubrirla, pero lo bueno del cine, de la cultura en general, es que es paciente y nos espera el tiempo que haga falta. 

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