Sublime inauguración de París 2024


 Me encantan los Juegos Olímpicos desde que era niño, venero París como mi ciudad preferida del mundo y tiendo a ser un tanto obsesivo con mis aficiones, así que no es difícil imaginar lo enganchado que estoy ya a los Juegos Olímpicos de París 2024 que empezaron ayer. Se juntan dos de mis grandes pasiones. Y ayer, para empezar la fiesta, se celebró la más original, grandiosa y bella ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos. Hasta ahora tenía claro que la mejor ceremonia de apertura de los Juegos fue la de Londres 2012, impecable, pura eficacia británica. Pero desde ayer aquella ceremonia en la que se prestó al juego hasta la reina Isabel II tiene una digna adversaria en cuanto a calidad e impacto. Porque París fue anoche una fiesta y, por primera vez en la historia de los Juegos, su ceremonia de apertura no se ha celebrado en un estadio, sino a campo abierto, sobre el río Sena.



Apenas sabíamos eso, que la ceremonia transcurriría en seis kilómetros sobre el río Sena, pero no habían trascendido muchos más detalles. Las primeras imágenes desde el aire mostraban la ciudad más bella del mundo. Pensaba entonces que, en realidad, podría estar cuatro horas viendo imágenes de París sin necesidad de que hubiera delegaciones de países o espectáculo alguno. Pero es que, encima, el espectáculo, dividido en doce cuadros, en doce bloques artísticos, fue sublime. Claro que cualquier espectáculo de cuatro horas puede tener algunos altibajos, pero el nivel medio rozó la perfección y la cantidad de imágenes memorables fue enorme, fuera de lo común. Fue una ceremonia extraordinaria.  

Los responsables del evento fueron el historiador Patrick Boucheron, la guionista Fanny Herrero, la escritora Leïla Slimani, el director teatral Damian Gabriac y el director artístico de la ceremonia Thomas Jolly. Hace unas semanas, Le Monde publicó una muy interesante entrevista con los cuatro en la que, sin desvelar nada, daban algunas pinceladas de sus prioridades para este espectáculo, en el que han trabajado durante más de un año. Contaban que quería que fuera justo lo contrario que la ceremonia de apertura de Pekín 2008, que buscó dar una imagen grandiosa de la historia de China. También que sería la antítesis de Puy du Fuy, una representación de cartón piedra de la historia francesa. Y que buscaban evitar dar lecciones. No querían alimentar el mito de una Francia gloriosa del pasado, sino celebrar la Francia actual, diversa, multicultural, abierta al mundo. Lo han logrado con creces con un espectáculo poderoso, con todos los estilos de música, con danza, con propuestas sugerentes y rompedoras, porque Francia siempre asombró al mundo. “Si el teatro no es popular, para mí no es teatro”, suele decir el director artístico de la ceremonia. Y lo de ayer fue una fiesta popular por excelencia, con más de 300.000 espectadores frente al Sena y con millones de personas siguiéndolos con asombro por televisión en todo el mundo. 



El primer punto fuerte de la ceremonia, claro, fue que todo transcurriera en el Sena. Se veía felices a los deportistas de las distintas delegaciones, todos desfilando en barcos sobre el río. Era algo único, especial, nunca antes visto en unos Juegos. También en el río, o en su ribera, frente a él, se celebraban las distintas actuaciones musicales y artísticas. El Sena será esencial en los Juegos, porque también acogerá varias competiciones de natación, para lo que el país ha destinado cerca de 1.600 millones de euros. Quizá es el legado más evidente de los Juegos en la ciudad: poder volver a bañarse en el Sena. Ayer, desde luego, lució bellísimo. 




La ceremonia desmontó tópicos sobre Francia, tan caricaturizada siempre en otros países. No hubo ni rastro de esa Francia ensimismada o arrogante que desde fuera se pinta y que desde dentro algunos retrógrados alimentan, aferrados a un país que ya no existe, que quizá nunca existió. Al contrario. Se mostró al mundo una Francia abierta, diversa, que no se mira al ombligo, que se ríe de sí misma, irreverente (esa María Antonieta decapitada), alegre, festiva. La Francia de la vanguardia cultural, la que maravilló al mundo. Una Francia donde la cultura es cuestión de Estado. Una Francia, en fin, deslumbrante. La Francia que muchos adoramos. La mejor Francia. 




La ceremonia ha contado una historia, apoyándose en algunos vídeos grabados. Durante cuatro horas perseguimos a un personaje misterioso y sin rostro que portaba la antorcha con la llama olímpica. Entre medias, además del desfile de los deportistas, espectáculos de danza y música de toda clase, con guiños a los monumentos parisinos frente al Sena, ese museo al aire libre en sí mismo, y a la historia y la cultura francesa, pero despojados de toda solemnidad.  

Hubo referencias a tópicos sobre París, como el cabaret, la puesta en escena de la actuación de Lady Gaga o hasta un robo de la Gioconda por parte de los Minions (ideados en un estudio francés). También ópera y una representación teatral de Los Miserables. Uno de los grandes momentos de la ceremonia fue el cuadro vivo en la Conciergerie, donde el grupo de heavy metal francés  Gojira y la cantante lírica Marina Viotti interpretaron Ah ça ira, y rememoraron la Revolución francesa. 

Tras la revolución, un precioso canto al amor o, más bien, a los amores, en plural, (con un menage à trois incluido) con L’amour est un oiseau rebelle, de Georges Bizet, es decir, “el amor es un pájaro rebelde”. Hasta un corazón de dibujó en el cielo de París, quizá en el único momento cursi y un poco demasiado tópico de la noche, pero bien está, quedó bonito. 

Llegó después un momento memorable, otro más, cuando Aya Nakamura, francesa nacida en Malí, cantó acompañada por la Banda de la Guardia Republicana. Simboliza esa actuación como ninguna otra el espíritu de esta ceremonia, la celebración de la diversidad, la mezcla de estilos y la Francia multicultural y universal. Hubo críticas por parte de la xenófoba extrema derecha francesa a la presencia de Nakamura en la ceremonia antes incluso de que se confirmara. Decían que no representaba a su país. Pues toma. Actuación portentosa frente a la Academia. Impresionante y muy original fue también la interpretación de La Marsellesa a cargo de la mezzosoprano Axelle SaintCirel.




La ceremonia no se olvidó tampoco de las mujeres que lucharon por la igualdad, en unos Juegos que son los más paritarios de la historia. No faltó ni siquiera un desfile de moda en un puente sobre el Sena, porque no podía faltar la moda en París, claro. Otro de los momentazos de la ceremonia fue cuando la música electrónica y el petardeo se adueñaron de la fiesta, con un guiño a la cultura camp. Fue grandioso. Otro momento de urticaria para los más retrógrados de la sociedad, imagino. Demasiado colorido para su concepción en blanco y negro del mundo. Y, tras ese fiestón, una sensible y bellísima versión del Imagine, de John Lennon, a cargo de Juliette Armanet, frente a un piano en llamas. Delicioso y necesario llamamiento a la paz. Se acercaba el gran momento, el del encendido del pebetero olímpico. Para entonces la noche se hacía echado  ya sobre París y, de pronto, vimos a un caballo cabalgando sobre las aguas del Sena. Otra imagen que recordaremos con el paso de los años. Porque anoche todo era posible, hasta ver a un caballo sobre el río parisino. 



Cada bloque o cuadro tenía un título. El penúltimo se llamó Solemnidad y es irónico, porque toda la ceremonia hasta entonces había huido por completo de la solemnidad. Había sido una fiesta moderna, abierta y diversa. Pero, claro, también tocaba el momento solemne del desenlace de la ceremonia de apertura, con los discursos oficiales, el juramento de los atletas y demás. Fue quizá la parte menos interesante de la noche, pero no se podía evitar, claro. Y la brillantez de la ceremonia volvió rápido al rescate con la entrega de la antorcha olímpica a Rafa Nadal de manos de Zinedine Zidane. Otro momento de grandeza del espectáculo de ayer: un deportista español que reinó en la pista de tenis de París siendo protagonista en un momento clave. Otro gesto de humildad, otra forma de desmontar los tópicos sobre Francia. Fue precioso. 



Nadal portó la antorcha olímpica en una barca desde Trocadero hasta los jardines de las Tullerías junto a otras tres leyendas del deporte: Serena Williams, Carl Lewis y Nadia Comaneci. Allí le dio el relevo a la tenista Amélie Mauresmo y tras ella llegaron varios deportistas como  Tony Parker, Alexis Hanquinquan,  Nantenin, Marie-Amélie Le Fur o Michaël Guigou hasta que se desveló el secreto mejor guardado de toda ceremonia de apertura de los Juegos, el nombre de quién encendería el pebetero. Los elegidos fueron Marie-José Perec y Teddy Riner. 


Quedaban dos grandes sorpresas para poner el broche a una fiesta memorable. El pebetero se veía como una estructura grandiosa, redondeada, pero nadie esperaba que se convirtiera en un globo aerostático que elevó la llama olímpica al cielo de París. Sublime. Otra imagen más para el recuerdo. No fue casual ese original formato del pebetero ni tampoco el lugar donde se situó, precisamente en el jardín de las Tullerías, donde tuvo lugar el primer vuelo tripulado de un globo aerostático por parte de los Montgolfier.



Pero no habían terminado las momentazos. Porque, como se esperaba, sí, actuó Céline Dion. Reapareció la cantante canadiense tras varios años retirada de los escenarios por culpa del síndrome de la persona rígida, la enfermedad que padece. Fue un regreso fabuloso con una emotiva y excepcional interpretación de El himno al amor, de Edith Piaf. Una actuación inolvidable. 

Ah, y llovió. Llovió mucho. Pero dio absolutamente igual. Nada pudo deslucir la belleza parisina y la originalidad de esta ceremonia de apertura para la historia. Los organizadores de Los Ángeles 2028 tienen cuatro años para intentar idear algo que esté a la altura de lo que vimos anoche. El listón está altísimo. Qué impresionante fiesta parisina. 



Como titula hoy Le Monde, después de una ceremonia antológica, llega el turno del deporte. Desde hoy, muchos viviremos pendientes de las grandes citas de cada día, seguiremos deportes que sólo vemos cada cuatro años, buscaremos conocer las opciones de medalla. El judo, por ejemplo, desde hoy. Las selecciones de deportes de equipo. El dobles de Nadal y Alcaraz en tenis, uno de los grandes alicientes de estos Juegos. Maialen Chourraut, que encadena tres Juegos con medallas y a quien siempre es un espectáculo ver, igual que a Carolina Martín y a Ana Peleteito. También es siempre maravilloso ver la natación y la gimnasia, con Simone Biles. El atletismo, deporte rey. Los nuevos deportes. Y otro aliciente especial serán los escenarios únicos de estos Juegos, como la hípica en Versalles, el vóley en los jardines de Marte frente la Torre Eiffel o el tiro con arco en los Inválidos.  Sencillamente, en fin, empiezan unos días en los que poner un poco en suspenso nuestra vida, encender la televisión cuando las obligaciones laborales lo permitan y dejarse sorprender, entregarse a un amor loco por los Juegos. Y qué ciudad mejor para entregarse a cualquier amor loco que París

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