Bellas Artes


Hay pocos autores con cuyas películas y series haya disfrutado tanto en los últimos años como Gastón Duprat y Mariano Cohn. Me deslumbró El ciudadano ilustre, una inteligente y brillante sátira sobre la literatura, la relación del poder con la cultura y el patrioterismo barato; me lo pasé bien con Competencia oficial, que se ríe sin piedad de las excentricidades que a veces envuelven al mundo del cine y me gustó la serie Nada, ambientada además en mi querida Buenos Aires. Cualquier nuevo proyecto de estos creadores despierta, pues, una gran expectativa. Esperaba mucho de Bellas Artes, su serie estrenada por Movistar Plus, y lo cierto es que le ha gustado, sí. No llega a ser lo mejor que han creado Duprat y Cohn, pero sí encontramos aquí su mala leche, su ironía y su mirada critica e incorrecta a la sociedad actual

Por lo general, las historias de ambos directores, que aquí se suman a Andrés Duprat, director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, giran en torno a un personaje misántropo, por lo general, un hombre de mediana edad relacionado con el mundo de la creación, que suele tener una opinión pésima sobre el resto de las personas y sobre la sociedad moderna, que comparte visiones contundentes e incorrectas sobre el mundo. Son personajes que dan juego, que caen bien porque dicen barbaridades, aunque luego también tienen un punto egoísta y un tanto despreciable. Están encantados de haberse conocido, creen estar en la posesión de la verdad y suelen descuidar las relaciones personales, porque sólo su ego es mayor que su incorrección a la hora de plantear sus pensamientos.

En este caso ese personaje de la vieja escuela que no comprende la vida moderna es un experto en el mundo del arte que, para sorpresa de todo el mundo, empezando por él mismo, es elegido por el Ministerio de Cultura para dirigir un ficticio museo de arte moderno. Le da vida Óscar Martínez, siempre una garantía. Y, en efecto, es un personajazo. Eso no quiere decir, por supuesto, que sea un ejemplo a seguir. Es un padre pésimo y un abuelo aún peor. Tiene más cariño a los gatos que a las personas. Es cínico y egoísta. No le mueve más que su propio interés. No tiene la menor intención de escuchar a quienes defienden posturas distintas a la suya. Se ve a sí mismo como una especie de defensor de la cultura occidental ante los depravados jóvenes que quieren arrasar con todo. Pero, a pesar de todo eso, es un personaje tan punk, tan deslenguado y con tanto carisma que es el centro de la trama. 

Algunas de sus reflexiones son brillantes y otras presentan como rompedoras posiciones más bien retrógradas. Por ejemplo, afirma sin un atisbo de ironía que saber que ser hombre blanco y heterosexual le perjudica a la hora de ser elegido director del museo. Es un personaje contradictorio que en un mismo capítulo, con cinco minutos de diferencia, pasa de mostrar su enorme indignación por el mal trato dado por inmigración a un grupo de personas africanas que acuden al museo a hacer una performance, lo cual da a entender que es alguien con una cierta empatía con la realidad de la inmigración, a repetir ese clásico rancio de “si tanta pena te dan, por qué no te los llevas a casa”. La serie busca ser irreverente y rompedora, incorrecta. Quiere escocer a todo el mundo y creo que lo consigue, de eso se trata. Con todo, pesa más en la balanza esa vocación de abrir debates y posar una mirada crítica sobre la sociedad, independientemente de que pueda dar la sensación de que a veces se pasa de frenada y otras veces no llega. También de eso va, claro. 

La serie, muy centrada en el arte moderno esta vez, critica la frivolidad y el esnobismo de este mundillo. También se muestra la burocracia y el enchufismo. Naturalmente, no podían faltar cuestiones como los ataques a obras artísticas por el cambio climático o el eterno debate entre el autor y la obra. Ahí el protagonista defiende una postura radical con la que, la verdad, no puedo estar más de acuerdo: es irrelevante qué hiciera o dejara de hacer un autor para valorar sus obras de arte. Es cierto que es una lástima que no se dé ninguna opción a quienes tienen posturas contrarias. No hay demasiados matices ni demasiadas oportunidades de escuchar a los otros, de tomárselos en serio. Tampoco se da ninguna oportunidad al propio arte moderno, porque el tono satírico e irónico se adueña de todo y no plantea un auténtico contraste de ideas. No va de eso la serie, no lo pretende. A veces faltan matices, pero es lo que ocurre con las sátiras. 

Sólo por el último capítulo de la primera temporada, vale la pena ver la serie. En especial, por cómo se muestra un retiro organizado por la ministra de Cultura (enorme siempre Ana Wagener) con altos responsables de su ramo. Es una muy atinada sátira del espanto de esas actividades de team building y patochadas por el estilo, con juegos y actividad a cual más absurdas presentadas siempre como algo muy serio por parte de consultores, coachs y personajes así que uno siempre se pregunta si de verdad creen en lo que hacen o sólo lo fingen para poder seguir facturando. Sublime. 

Además de Martínez y Wagener, la serie se apoya en un notable elenco entre los que se encuentran Aixa Villagrán, Koldo Olabarri, Dani Rovira, Ángela Molina, José Sacristán, Adelfa Calvo, Ludwika Paleta, Jorge López, Miguel Garcés y Nicolás Rodicio. La serie ya ha confirmado una segunda temporada. 


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