Saben aquell

 


Una de las críticas de prensa de la primera actuación de Eugenio en Madrid decía que no podía entender su éxito porque era lento, tristón, monocorde. Y, en efecto, Eugenio tenía siempre un ritmo lento, una apariencia impertérrita y el mismo tono, pero justo ésa era su gracia. Por eso era único. Precisamente por eso era tan divertido, por lo absurdo de sus chistes, porque no le cambiaba la expresión facial en ningún momento, por esa seriedad al contar lo más disparatado. Ese humor especial de Eugenio lo refleja a la perfección Saben aquell, la película de David Trueba. Pero va más allá. No es, ni mucho menos, una sucesión de los mejores chistes de Eugenio, aunque no faltan, por supuesto, sino que retrata a la persona detrás del personaje, del humorista que cautivó a todo el país con su estilo propio y personalísimo. 

Conocía muchas actuaciones televisivas de Eugenio y recorbaba muchos de sus chistes, pero no sabía nada de su vida. Tampoco conocía la historia de Conchita, su mujer, que era cantante y dejó atrás su carrera para apoyar a su marido. Y es ella, el personaje de Conchita, el papel tan decisivo en la vida personal y pública de Eugenio, una de las grandes virtudes de la película. El filme es un retrato del genial humorista en el escenario y debajo de él, su miedo escénico, la casualidad por la que empezó a contar chistes, pero también, o sobre todo, la historia de la vida en común de Eugenio y Conchita. 

La película está basada en los libros Eugenio y Saben aquell que diu, de Gerard Jofra, hijo de Eugenio y Conchita. Ese origen se aprecia en la ternura con la que se retrata a los personajes, ternura que también es habitual en el cine de Trueba. Saben aquell, como otras películas anteriores de su autor, también reúne esa maravillosa concentración de ternura, inteligencia, sensibilidad e ironía. Es una película muy divertida, y no sólo por los chistes de Eugenio. Hay escenas memorables, como cuando el protagonista le cuenta a sus hijos que ese día no habrá colegio porque Franco ha muerto en la cama, justo adonde se dirige él para echarse una siesta. 

David Verdaguer, que ganó el Goya a mejor actor protagonista, borda el papel. Consigue que veamos a Eugenio, sin caer nunca en la imitación. Se le parece mucho físicamente, hay un gran trabajo también de maquillaje de peluquería, y un inmenso trabajo en la entonación y la forma de hablar. Pero en todo momento hay verdad, no es ese aire impostado que a veces tienen los biopics, en especial cuando son de personajes muy reconocidos como es el caso. En general el gran riesgo de los biopics es que resulten artificiales, Saben aquell es todo lo contrario. Y luego está Carolina Yuste, extraordinaria en el papel de Conchita. Por cierto, las escenas en las que escuchamos a Conchita cantar son de lo mejor de la película, de esos instantes que justifican por sí solo ver el fime. 

La película se plantea muy al comienzo por qué los humoristas son con frecuencia tristes. Eugenio, con el apoyo de Conchita, fue capaz de jugar con su timidez y ponerla a su favor, desde sus silencios hasta el tic en la ceja cuando se ponía nervioso, pasando por las gafas tintadas para no ver los ojos del público, que le intimidaban. Es una bonita reflexión esa. Todo lo que hacía único a Eugenio, o mucho de ello, eran en realidad debilidades suyas que supo convertir en fortalezas. Hay otra escena, ya al final de la película, en la que Eugenio reconoce que no es un buen padre, ni un buen hermano ni un buen marido, que sencillamente no sale, que no puede ser eso que se espera de él. Tiene una forma particular de afrontar las situaciones tristes de la vida, tal vez por aquella frase que también escuchamos en la película, porque cuando era pequeño quería ser un niño de mayor. En cierta forma, al menos en el escenario, lo consiguió. 

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