Upon Entry

 

Reconozco que soy de esas personas que sufren microinfartos cada vez que van a un aeropuerto. No por el vuelo en sí, nunca me dio miedo volar por más que me siga pareciendo milagroso eso de que un vehículo tan pesado sea capa de volar, sino por todo lo que lo rodea. No olvides el pasaporte, separa los líquidos del equipaje de mano y ponlos en una bolsa transparente, vuelve a revisar si llevas el pasaporte, ve con tiempo suficiente al aeropuerto por lo que pueda pasar, por qué no compruebas una vez más que llevas el pasaporte contigo. En fin, en ese plan. Después de ver Upon Entry, la muy interesante película de Alejandro Rojas y Juan Sebastián Vasquez, creo que esos microinfartos cada vez que vaya a un aeropuerto irán a más. Siento la frivolidad de arranque, porque el tema que aborda la película es más bien serio, pero lo menciono para resaltar una característica evidente de los aeropuertos: están construidos para poner nerviosa a la gente. Son no-lugares, como afirma Marc Augé, donde uno no es del todo él mismo.

Los aeropuertos son también un ir y venir de historias personales. Entre ellas, las de personas que buscan empezar una vida, que llevan todos los papeles, visas y toda clase de documentación requerida para quedarse permanente en países con muy exigentes políticas migratorias como Estados Unidos. Los protagonistas de Upon Entry quieren empezar una nueva vida en aquel país. Diego (Alberto Ammann) es un experto en urbanismo venezolano, mientras que su pareja Elena (Bruna Cusí) es bailarina contemporánea. Se conocieron en Barcelona y deciden cambiar de vida y mudarse a Miami. Al principio, todo son esos pequeños nervios que todos hemos sentido en un aeropuerto, lo dicho, que no se olvide el pasaporte, rellenar este o aquel impreso, historias así. Pero al llegar a Nueva York, donde hacen escala antes de coger su vuelo definitivo a Miami, todo cambia. Son llevados a una sala de inspección secundaria. No saben por qué, no entienden qué está pasando, pero no pueden salir de ahí mientras son interrogados una y otra vez.

La película, cuyos 77 minutos se pasan volando, mete al espectador en la intriga y la angustia que sienten los protagonistas. Es un thriller, sólo que sin salir de una lóbrega sala de un aeropuerto sentados frente a policías con caras de pocos amigos. La película plantea entonces con toda su crudeza la rigidez de las letras migratorias, la sospecha sistemática sólo por ser inmigrante, el racismo institucional y la capacidad poderosísima de la burocracia y el sistema de zarandear la vida de personas corrientes.

El ritmo de la película, la precisión de su guión, la originalidad del planteamiento y el tema abordado, las más que notables interpretaciones de sus dos protagonistas y también su desenlace y la sensación que causa en el espectador hacen de Upon Entry una película realmente especial y diferente a casi cualquier otra que uno recuerde. Muy, muy interesante. Eso sí, intentaré no recordarla la próxima vez que visite un aeropuerto.

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