Los elegidos

 

Soy de los que sí pueden y gustan de separar al autor de la obra. Puedo disfrutar un libro de alguien con quien no comparta ninguna de sus ideas o que incluso me caiga mal. No necesito admirar a un autor para que me gusten sus libros, ni el hecho de admirar a alguien convierte automáticamente sus textos en buenos. Pero admiraba el activismo de Nando López antes de leerlo y ahora, tras disfrutar leyendo Los Elegidos (editada por Destino), celebro enormemente que su admirable compromiso vaya de la mano de su gran talento literario. Es una novela extraordinaria, en la que se aprecia un gran trabajo de documentación y una impecable recreación del tiempo histórico en el que se ambienta, pero que a la vez plantea una bella y muy lírica defensa del poder de la literatura. Es un libro esperanzador y triste, realista y fantástico, reivindicativo y entretenido, impactante y reconfortante, todo a la vez.


El personaje principal de la novela es Santos, bibliotecario en el Ateneo, amante del teatro, miembro de una red opositoria al franquismo y, además, homosexual, lo que en aquel tiempo lo convertía en un tipo peligroso para el régimen. Santos tiene un respecto reverencial por la literatura. Para él, no es es una simple afición o un simple entretenimiento, es algo clave en su vida. Muchos nos reconocemos en esa pasión y es precioso cómo lo relata el autor en esta obra. Todo, desde su título hasta cada capítulo, pasando por los momentos más íntimos y los instantes más relevantes de la trama, está impregnado de literatura en este libro, cuyo título hace referencia a cinco libros elegidos por Santos, cinco obras teatrales especiales para él: La señorita Julia, Doña Rosita, Antígona, La vida es sueño y la Salomé de Oscar Wilde. 

Como tapadera para no ser señalado por su orientación sexual, Santos se casa con Asun, un personaje extraordinario, una mujer que canta en un tablao flamenco y quiere ser libre en una época no especialmente propicia para la libertad de nadie, menos de las mujeres. La relación entre ambos, preciosa, compleja, llena de matices y sutilezas, es quizá uno de los mayores aciertos del libro, en especial cuando entran en la vida de ambos dos huéspedes de su casa, Alonso y Miguel

Santos está convencido de que "si la poesía no puede cambiar el mundo, es que el mundo ya ha muerto". Por eso vive y respira literatura. Por eso tiene un grupo teatral de jóvenes, su tribu calderoniana. Por eso goza al mencionar versos de sus poetas preferidos siempre que puede. Y por eso acude a eventos como el los Encuentros entre la poesía y la universidad de 1954, el Primer Congreso universitario de escritores jóvenes o las Primeras Conversaciones Cinematográficas Nacionales en Salamanca. Por eso también, pone a prueba a los huéspedes que aloja en su casa en función de cómo reaccionan ante ciertos libros, en especial, la edición del 42 de Poeta en Nueva York que incluía algunas de las conferencias sobre literatura de Lorca.

El libro está contado a través de un narrador omnisciente, al estilo de Galdós o de la añorada Almudena Grandes, con cuyas novelas históricas encuentro parecidos que me entusiasman en Los elegidos. La obra recuerda la Ley de Vagos y Maleantes que perseguía a las personas LGTBI por el mero hecho de serlo, y también atrocidades como los campos de trabajo como el de Tefía, historias aún demasiado poco contadas en la narrativa de nuestro país. La novela, tan bella como dura, nos recuerda hasta qué punto es cierto que lo personal es político, y también nos hace pensar en todas las personas como Santos, cuyo nombre ha borrado la historia escrita por los vencedores. 

Es maravilloso cómo relata el autor el oasis de libertad de la casa de Santos y Asun en la calle Bordadores, ese entorno tan poético y teatral, tan hermoso, frente a la monótona, ramplona y gris prosa del exterior. Es una novela fabulosa que recuerda la importancia de recordar y de contar todas las historias, como refleja este breve diálogo que resume en sí misma la esencia del libro: 

-Contar no es poco, Carmen.

-Contar son sólo palabras.

-Puede. Pero si no nos contamos, no existimos.

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