La impostora

 

Cuenta Nuria Barrios al comienzo de La impostora que hasta que no empezó a traducir literatura no había caído en la cuenta de la trascendencia de la labor de la traducción y se acercaba a obras traducidas con cierta inocencia, como si hubiesen salido directamente en español de las manos de su autor. Esa confianza ciega, que es la misma con la que la mayoría de los lectores abordamos una obra traducida, demuestra la importancia que le damos a la labor de quienes han traducido el libro, aunque paradójicamente a la vez nos olvidemos a menudo de su labor. Es decir, de forma inconsciente, le concedemos una enorme trascendencia a la labor de traducción, tanta, que nos olvidamos de ella. 


El libro editado por Páginas de Espuma, que lleva por subtítulo Cuaderno de traducción de una escritora y que ganó el XIII Premio Málaga de ensayo, es apasionante. Barrios reflexiona sobre el papel de la traducción y cómo abordamos obras escritas en otro idioma traducidas al nuestro, que nunca son exactamente la misma obra, porque no pueden serlo. Por eso, explica que la traducción es la labor que más hace apreciar el idioma y todos sus matices. Comparte experiencias propias como traductora y también pone ejemplos históricos de traducciones discutibles o dudosas que han sido trascendentes cultural, política y socialmente. 

Es muy interesante, por ejemplo, lo que cuenta de la primera traducción de La metamorfosis de Kafka al español, atribuida a Borges, aunque se considera que la autora de la versión anónima previa en la que se basó el escritor argentino fue Margarita Nellen. El propio término "metamorfosis" no parece la traducción más precisa o directa de su título original (Die Verwandlung y no Die Metamorphose), pero hizo fortuna en las traducciones al español, el italiano o el francés. Distintos autores y traductores siguen debatiendo sobre ello con argumentos apasionados e interesantes a favor y en contra. 

También es muy atractivo lo que cuenta la autora sobre la traducción de la Biblia. Queda de fondo una pregunta muy sugerente: ¿Qué pasaría si Eva no hubiese sido creada de la costilla de Adán sino al costado de Adán? A veces, la traducción, un simple matiz, lo cambia todo. 

Entre otros muchos alicientes, La impostora tiene la virtud de invitar a la lectura de muchas de las obras citadas por Barros. Por ejemplo, La analfabeta, de Agota Kristof, autora húngara que tuvo que exiliarse en Suiza, donde aprendió francés y pasó a escribir en este idioma. "Yo no podía imaginar que pudiera existir otra lengua, que un ser humano pudiera pronunciar una palabra que yo no comprendiera", escribe sobre su infancia. 

La traducción a veces también es cuestión de vida o muerte, es una profesión de riesgo, como demuestra el asesinato de Hitoshi Igarashi, traductor al japonés de Salman Rushdie. También fue atacado, aunque sobrevivió, el traductor al italiano, Ettore Capriolo. 37 personas murieron abrasadas por el incendio provocado por parte de extremistas islámicos en un hotel en la ciudad turca de Sivas donde se alojaba Aziz Nesin, traductor al turco, que sobrevivió. Lamentablemente, el fanatismo tiene una larga tradición. El primer traductor al inglés de la biblia fue asesinado y excomulgado después de muerto.

Tal vez el pasaje que más he disfrutado del libro, y eso es mucho decir, es el que la autora dedica a las distintas traducciones al español de Los muertos, el relato de James Joyce. Sólo en el primer párrafo, en cuatro traducciones distintas, incluida la suya, de un mismo personaje se dice que es “la hija del encargado”, “la hija de la guardesa”, “la hija del vigilante” y “la hija del portero”.

Nuria Barrios también cuenta que Lumen le encargó traducir La colina que ascendemos, de Amanda Gorman, la poeta que recitó en la toma de posesión de Biden. Un artículo de prensa desató una polémica difícilmente comprensible sobre la supuesta necesidad de que las traductoras de la obra de Gorman fueran mujeres negras como ella. Barrios argumenta con mucho sentido común y cargada de razones por qué esa visión carece de sentido y va incluso en contra de la propia lógica del oficio de la traducción, que es ser otro distinto, adoptar otra voz. 

La impostora, en fin, es un libro fascinante tras cuya lectura no volveremos a enfrentarnos a una traducción de la misma forma. Porque, como escribe la autora, “La ficción no es fabulación, sino confabulación. Cualquier lectura de un texto implica un acto de interpretación. Una obra va siempre mucho más allá de su creador” y, por eso, “al igual que no existen dos lecturas idénticas, no existen dos traducciones idénticas”.

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