El amor en su lugar

 

Rosa Montero suele citar a Pessoa para afirmar que "la literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta". Necesitamos a la cultura porque, en efecto, nuestro mundo, nuestra vida, nos sabe a poco, no basta. No digamos ya cuando la vida se reduce al horror más absoluto alrededor y la falta de esperanzas, como les ocurrió a los 400.000 judíos confinados en el gueto de Varsovia por los nazis. En ese espantoso contexto histórico sitúa Rodrigo Cortés su soberbia última película, El amor en su lugar, que es muchas cosas a la vez, pero quizá antes que nada una poderosa reivindicación del poder de la cultura, especialmente, en los momentos más terribles

La película, rodada con el virtuosismo habitual del director, es visualmente impecable y emociona sin caer en ningún momento en el sentimentalismo. Pese al tema tratado, la cinta huye deliberadamente de la solemnidad. Es más, es una película divertida, que no renuncia al humor ni a la ironía. La película se basa en una historia real, la del estreno de una comedia musical en el teatro Fémina del gueto de Varsovia en 1942. Para entonces, los 400.000 judíos allí encerrados llevan ya un año soportando condiciones humillantes e infrahumanas. El cine está prohibido, los nazis los hostigan constantemente, nadie confía de verdad en salir con vida. Es entonces, cuando toda esperanza parecía inútil, cuando el teatro sirve al menos para entretenerse, para olvidar el horror de ahí fuera durante un rato, para reírse incluso en un momento tan terrible. 

La historia transcurre en tiempo real, una tarde de representación, y se centra en la vida de los protagonistas de la compañía, en especial de tres de ellos, que protagonizan un triángulo amoroso nada trillado ni convencional. Hay un juego metanarrativo muy interesante en toda la película, ya que, entre escena y escena, los protagonistas de la función hablan de su vida y de sus amores, discuten y piensan sobre una decisión crucial que deben tomar. Las escenas de la representación, en especial las musicales, son maravillosas. Los miembros de la compañía esperan que, esta noche sí, los espectadores venzan al frío que les atenaza y aplaudan de verdad, con las manos, no golpeando el suelo con los pies con tal de mantenerse abrigados. 

Tras un impresionante primer plano secuencia, la acción transcurre casi en su totalidad en el escenario y las bambalinas del teatro. Se habla del amor, de la vida más allá de la muerte ("me conformaría con tener una antes", escuchamos), de los sacrificios que estamos dispuestos a hacer por las personas que queremos y de la ética y los valores morales en un contexto en el que nada de eso existe, en el que horror lo arrasa todo. Las interpretaciones del elenco, que encabezan Clara Rugaard, Ferdia Walsh-Peelo, Magnus Krepper, Freya Parks y Jack Roth, están llenas de verdad y de honestidad. El guión de Rodrigo Cortés, lleno de hallazgos y de diálogos memorables; la música de Víctor Reyes, extraordinaria, y la impecable fotografía de Rafael García engrandecen esta película que, ya digo, escapa constantemente de la sensiblería y la solemnidad impostada. Cortés trabaja con un material sensible y el resultado es más que notable. Muy recomendable. 

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