Creían que eran libres

 

Los prólogos laudatorios son mucho más habituales que los epílogos críticos. Y es una pena, porque hay libros que tienen grandes ideas al lado de otras que no lo son, obras que envejecen mejor que otras, libros a los que conviene aportarles un contexto. Por eso, creo que es extraordinario que un libro incluya textos que lo maticen o cuestionen de algún modo. El conjunto termina siendo mucho más redondo e inspirador. La edición de Gatopardo Ediciones de Creían que eran libres. Los alemanes, 1933-1945, incluye un epílogo firmado por Richard J.Evans y publicado mucho tiempo después del original que analiza, completa, cuestiona e incluso critica en parte aquel ensayo. Es algo formidable, especialmente en estos tiempos nuestros de blanco o negro, de alergia a los matices. 


El libro, fruto del viaje que el periodista estadounidense Milton Mayer realizó a Alemania en 1951 para intentar entender que llevó a la población alemana a apoyar el nazismo, es muy interesante e incluye testimonios realmente valiosos, pero no deja de ser en algunos aspectos hijo de su tiempo. Por ejemplo, en la ausencia de mujeres entre las personas entrevistas por el autor, o en algunas generalizaciones demasiado categóricas que han soportado mal el paso del tiempo. Esto, claro, no resta valor ni interés al libro, pero sí hace que el epílogo que acompaña a esta edición lo enriquezca de forma notable.

El punto de partida del libro es, desde luego, muy sugerente. Un periodista estadounidense judío decide viajar a un pueblito de Alemania y vivir allí durante meses con el objetivo de entrevistarse con hombres corrientes de aquel país. Quiere saber por qué el nazismo pudo abrirse paso en Alemania, qué hizo o dejó de hacer la población civil cuando el régimen de Hitler puso en marcha el Holocausto. De fondo, la eterna pregunta, que aún hoy nos hacemos, ¿podría volver a ocurrir algo así? ¿Sería posible hoy en día que una sociedad abrazara semejante proyecto político criminal y demencial? En un momento como el actual en el que la extrema derecha y los discursos del odio se enseñorean por toda Europa, la cuestión es imperiosa. Claro que ha pasado mucho tiempo desde entonces, por supuesto que hoy sabemos hacia dónde conducen determinados discursos, precisamente porque conocemos las aterradoras consecuencias del nazismo. Pero, ¿podemos de verdad sentirnos libre de vivir algo semejante? ¿Podemos creemos vacunados del horror? ¿Hemos aprendido de verdad la lección?

El ensayo de Mayer se centra en los testimonios de diez hombres corrientes de Marburgo, a la que da el nombre ficticio de Kronenberg. 276 judíos de esa ciudad fueron deportados entre 1942 y 1943 y asesinados en campos de concentración. Son personas reales que comparten sus recuerdos de aquel tiempo y su relación con el nazismo. En un momento del libro el autor dice de ellos que son "unos hombres que ignoraban que eran esclavos e ignoran ahora que han sido liberados". 

Los testimonios de los diez "amigos nazis" del autor son lo más valioso del libro. Mucho más que las generalizaciones sobre Alemania y el carácter de sus habitantes que comparte el autor en el tramo final del libro, cuando cae bastante su interés. Lo que le cuentan estos alemanes corrientes a Mayer es que con la llegada del partido nazi al poder muchos ciudadanos experimentaron una mejora material de sus condiciones de vida. También que, aunque oían lo que les pasaba a los judíos en el primer momento, cuando aún no había deportaciones pero sí un hostigamiento creciente, la mayoría de los ciudadanos miraba hacia otro lado, porque tenía sus propios problemas, porque seguro que todo eso eran exageraciones. 

Varios de los hombres que hablan con el autor le explican  que creían de verdad que el partido nazi se moderaría y se aburguesaría con el paso del tiempo. El autor constata la lealtad como un valor sagrado para funcionarios y militares, incluso hasta el punto de cumplir órdenes inhumanas y demenciales. El nazismo, leemos, surgió como partido del pueblo y para combatir al comunismo. “Los partidos que quedaban en medio, entre esas dos piedras de moler, no tenían papel alguno entre esos dos radicalismos. Sus partidarios eran básicamente los Bürger, los burgueses, las personas “finas” que deciden las cosas a través de trámites parlamentarios; y los políticamente indiferentes; o las personas que querían conservar o, en el peor de los casos, sólo modificar el status quo”, leemos. 

En esos testimonios queda claro que el discurso antipolítico de Hitler atrapó a muchas personas, a lo que contribuyó la brecha cada vez mayor entre el gobierno y el pueblo alemán. Fue un proceso con pequeños pasos. El autor comparte la teoría de que sólo hubo un millón de alemanes entusiastas del nazismo. Los demás sólo eran gente corriente que se dejó llevar y miró hacia otro lado.

Me interesa mucho menos, ya digo, la parte en la que habla de cómo son los alemanes, así en general, y creo que se deja llevar bastante por estereotipos y prejuicios. Habla, por ejemplo, de lo muy disciplinados que son los alemanes, para lo que cita una frase de Lenin: “los revolucionarios alemanes no pudieron tomar los ferrocarriles porque no tenían billete de andén”.

Ya en la parte final, el autor se muestra muy crítico con la Ocupación estadounidense de Alemania y la “reeducación” tras la guerra. La Guerra Fría acabó con algunos avances en ese proceso de desnacificación y democratización, cuenta. También habla de un movimiento clandestino financiado por la CIA para perseguir a comunistas y socialdemócratas en Alemania Occidental, y del rearme posterior de la Alemania occidental promovido por EEUU. Es una obra escrita en los años 50, casi inmediatamente después del final de la guerra, y ése es su gran valor, aunque a la vez sea también su mayor defecto. La balanza, en cualquier caso, se inclina claramente a favor del interés de esta obra, que ahonda en algunas de las razones que llevaron (y pueden volver a llevar) a personas corrientes a apoyar auténticas atrocidades movidas por el odio. 

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