No mires arriba

 

En este mundo en el que discutimos por todo, no tengo nada en contra de las discusiones sobre películas. Puestos a debatir de forma vehemente sobre algo, mucho mejor que sea sobre cine que sobre la última polémica política estéril. El estreno de No mires arriba, la última película de Adam McKay, ha suscitado un gran debate en las redes sociales. Todo perfecto, ya digo. Encantado. El problema es que, al igual que pasa con muchos otros debates estos días, se ha polarizado demasiado. Si nos guiáramos por los comentarios en Twitter, sólo hay dos opciones: o es una obra maestra o es una película infumable.

Es algo bastante recurrente. Parece que no hay término medio. O brillante o despreciable. O una maravilla o un despojo. Sucede, claro, que la inmensa mayoría de las películas no está ni en una categoría ni en la otra. Por razones obvias, muy contadas películas cambian la historia del cine o logran convertirse en obras maestras. Pero también pocas películas, alguna más, es cierto, pero no la mayoría, son olvidables por completo, fallidas de inicio a fin, sin que nada se pueda extraer de ellas. Así que, bienvenido sea el debate sobre películas, porque es estupendo que generen un intercambio de opiniones, incluso encendidas, pero casi mejor si dejamos la polarización aparte. 

Bueno, vale, pero entonces, ¿qué? ¿Obra maestra o película infumable? Pues ni una cosa ni la otra. Que Adam McKay no es amigo de la sutileza lo sabíamos ya después de ver La gran apuesta, que me encantó, y Vice, que me resultó demasiado caricaturesca, que me superó y me echó para atrás. McKay es un director excesivo, busca epatar, no le gustan los términos medios, y eso explica en parte también las reacciones tan contundentes que ha despertado su último filme. Todas las películas buscan gustar y atraer al espectador, claro, hasta ahí podíamos llegar, pero McKay tiende a buscar que se admiren sus obras, que se le reconozca su brillantez excelsa. 

En No mires arriba, McKay plantea una sátira que a veces se pasa de frenada y otras acierta de pleno a la hora de retratar la estupidez de la sociedad actual. Si el espectador es capaz de pasar por alto los excesos, porque a ratos es todo demasiado hiperbólico, está excesivamente subrayado, la película se disfruta mucho y es divertida. No es sencillo que una película te haga desear que el planeta desaparezca y, con él, la especie humana. No mires arriba lo consigue. 

La película comienza con el descubrimiento por parte de Kate (Jennifer Lawrence) y Randall (Leonardo Di Caprio) de un cometa que se dirige directamente a la Tierra. Es un cometa inmenso y su colisión acabaría con la vida en el planeta. Los dos científicos, claro, dan la voz de alarma. Se dirigen a la presidenta estadounidense, un trasunto de Trump en mujer a quien da vida Meryl Streep. No le viene bien hacer frente a una emergencia para la humanidad, porque tiene en el horizonte unas elecciones de mitad de mandato. Después acuden a un programa televisivo de la mañana, de esos llenos de risas y frivolidad. Tampoco ahí parecen tener demasiado éxito. 

La película es demoledora con la sociedad actual. Muestra a una política cortoplacista y absurda, a una sociedad idiotizada y obsesionada con las redes sociales, a unos medios de comunicación que frivolizan la realidad y no entienden a los científicos, a un empresario visionario que sólo quiere hacer dinero pero envuelve su discurso y sus apariciones públicas con palabras tan altisonantes como vacías de contenido, a un discurso contra los intelectuales y los científicos que ensalza la ignorancia, a unos ciudadanos tan entregados al sectarismo político que son incapaces de ver la realidad tal cual es si sus dirigentes les dicen que deben creer en lo que les dicen y no en lo que ellos mismos ven... Ya digo, la película es excesiva, pero hay temas muy interesantes en el filme. Por ejemplo, la forma nítida en la que refleja la absoluta incapacidad de la sociedad de ponerse de acuerdo sobre los hechos más elementales. No en las opiniones sobre esos hechos, no, en la misma realidad, en los propios hechos. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en cuál es la realidad, la propia convivencia se pone difícil. 

La película apela de forma bastante directa a la situación de la pandemia, un ejemplo claro en el que los políticos deben escuchar a la ciencia; con la amenaza del cambio climático, que es un riesgo menos inminente que el cometa de la película, pero sobre el que los científicos llevan mucho tiempo alertando ante la indiferencia general, y también, claro, apela al riesgo de que políticos ignorantes y radicales lleguen a los puestos de mando. Porque esta película llega después de la presidencia de Trump. Es de suponer que medio país en Estados Unidos directamente ni irá a ver esta película. Esa parte de la sociedad que no se ha puesto la mascarilla para combatir el virus porque es un invento de los malvados izquierdistas, por ejemplo. 

No mires arriba cuenta con un reparto estelar, algo que no siempre juega en favor de la misma. La presencia de intérpretes de relumbrón no es garantía de buenos resultados. Aquí el rendimiento de los intérpretes es irregular. Me gusta especialmente la interpretación de Jennifer Lawrence, cuyo personaje mantiene durante toda la película una broma recurrente a cuenta de un militar que les cobró unas botellas de agua y una bolsa de aperitivos en la Casa Blanca, aunque estos productos eran gratis. La broma habla bien de lo cutre que es a veces el poder. El mismo personaje le cuenta a un grupo de amigos que confabulan sobre las verdades razones detrás de las decisiones de la presidenta estadounidense y su inacción ante el cometa que los poderosos "son demasiado estúpidos como para para ser tan malvados como imagináis". A veces, en efecto, atribuimos a la maldad lo que se explica casi en exclusiva por la estupidez. 

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