Maixabel

 

Quizá el mayor de los muchos retos a los que se enfrentó Iciar Bollaín a la hora de rodar Maixabel, su emocionante y conmovedora última película fuera conseguir que algunos de sus pasajes no parecieran una pura invención. El propio planteamiento de la historia nos sonaría a ficción poco creíble en una película si no fuera porque sabemos que es el relato de una historia real. Por eso la congoja y la impresión que causa son aún más poderosas. También la admiración que despierta su protagonista, Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jauregui, asesinado por ETA, a quien interpreta en el filme una inmensa Blanca Portillo. Es una historia real muy bien contada. Por eso la película resulta tan extraordinaria.


Que la historia que cuenta una película sea asombrosa y admirable no convierte automáticamente en asombrosa y admirable el filme. La historia real de Maixabel Lasa es impresionante, pero es que además la película consigue trasladarla con una sutileza y un impecable equilibro en el tono. La película conmueve desde la sencillez y la sobriedad. Es un filme fiel a la protagonista que le da nombre, Maixabel Laxa. Una película reflexiva, defensora del diálogo, alejada de toda clase de odio.

Todo en Maixabel, incluida la música que firma Alberto Iglesias y que envuelve sin enfatizar de más la historia narrada, funciona a la perfección. La película no se regodea en el dolor, ni mucho menos en el sentimentalismo. El asesinato de Juan María Jauregui, que se muestra en toda su crudeza, pero con mucha delicadeza y sobriedad, sólo ocupa una pequeña parte del metraje del filme, que pronto da un salto temporal para mostrarnos a la protagonista comprometida con la defensa de la memoria de las víctimas, de todas las víctimas, también las de los excesos policiales en la lucha contra ETA y los GAL. Es una mujer con una ausencia siempre presente, marcada por el dolor del asesinato de su marido, que le impide volver a sentir una alegría plena, pero no es una mujer que albergue el odio, ni que se desentienda de sus principios, compartidos con su marido, quien era partidario del diálogo para poner fin a la lacra del terrorismo. 

La película cuenta muy bien lo que sucedió en la vida real, cómo Maixabel Lasa aceptó reunirse con dos de los asesinos de su marido, en el marco del programa lanzado con algunos presos etarras que se acogieron a la vía Nanclares, que implicaba su reconocimiento del daño causado y su renuncia a la violencia. Luis Tosas y Urko Olazabal dan vida a esos dos presos, lo cual permite contar con honestidad el recorrido de ambos, conscientes de que el daño causado por su odio y su sinrazón no podrá revertirse. Se cuenta su historia sin ánimo de empatizar ni de comprender nada, pero sí con la pretensión de reflejar ese mundo del modo más honesto posible. Ambos firman dos interpretaciones excepcionales, como lo es la de Blanca Portillo. 

Cuesta no sentir un nudo en el estómago y una enorme congoja durante toda la película. Es una película dura, pero también es un necesario ejercicio de memoria. Hay varias escenas de una intensidad dramática brutal en el filme. La charla entre Maixabel y otra viuda por culpa de ETA, mientras caminan frente a la playa de Ondarreta en San Sebastián, es una de ellas. También impresiona especialmente aquella en la que el etarra arrepentido recorre en su coche distintos puntos marcados para siempre por los atentados de la banda criminal, o como él mismo dice, la secta a la que perteneció. La historia de Maixabel, su generosidad, su espíritu cívico, su serenidad, su fidelidad a la historia compartida con su marido, su grandeza como ser humano, merecía ser contaba. Es magnífico que lo haya hecho Itxiar Bollaín con tanta maestría. Una película dolorosa. Una película extraordinaria. 

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