Luis Ramiro, o cómo vivir en el intento de ser feliz


El otro día debatía por WhatsApp con unos amigos sobre los efectos de la pandemia en nuestra vida. Uno de ellos, siempre sabio, comentó que no queda otra que desarrollar una mayor capacidad de adaptación y disfrutar de las pequeñas conquistas que nos permite esta extraña y anómala “nueva normalidad” de medidas de protección y cautela, de los buenos momentos que podamos hallar en estos momentos. Al menos, hasta que esta pesadilla haya quedado atrás. Yo le contaba que hay cosas a las que cuesta horrores adaptarse y que es inevitable, o al menos lo es para mí, sentir cierta nostalgia de la vida de antes, de eso que la otra amiga de la conversación llamó acertadamente “alegría despreocupada”. 


Precisamente ambos amigos me regalaron hace un par de años por sorpresa entradas para un concierto de Luis Ramiro en la sala Galileo, un día que habíamos quedado para comer. Ninguno de los dos había escuchado antes  ni una sola canción del cantautor madrileño, pero ambos sabían que a mí me encantan (y salieron contentos). Fue una noche extraordinaria. Hasta que días así puedan volver, y no me cabe duda de que estamos más cerca de lograrlo, toca, en efecto, adaptase y disfrutar lo posible del presente, sin pensar demasiado en el futuro. Por ejemplo, gracias a los conciertos online que ofrece Luis Ramiro, el último, el sábado pasado, y que se puede disfrutar hasta siete días después. Quién iba a decirnos hace meses que disfrutaríamos con un concierto a través de la pantalla. 


Yo me negué durante mucho tiempo a ello, porque todo me parece un sucedáneo de la normalidad de verdad, la de antes, la que mola, pero gracias a estos conciertos privados por YouTube del autor de tantos temas maravillosos, poco a poco, le he ido cogiendo el punto. Y, aunque estoy deseando tener la segunda dosis de la vacuna, y que todo esté más controlado con la pandemia para poder volver a un concierto presencial, reconozco que el otro día disfruté muchísimo viendo este último concierto online de Luis Ramiro, con las gaviotas y las olas de mar como sonido de fondo. A esto sí me puedo adaptar sin excesivos problemas.  


Además de varios de sus temas clásicos, los que no suelen faltar en ninguna de sus actuaciones, Luis Ramiro cantó esta vez varias canciones que llevaba tiempo sin incluir en su repertorio. Por ejemplo, El universo, que según contó era una petición recurrente de una seguidora suya desde hace meses.  Deberemos dar las gracias a esa chica, porque es una canción maravillosa que, en efecto, hacía tiempo que no escuchábamos en directo. Un temazo, no sólo por hacer una rima con el espidifen, que ya sería más que suficiente, sino por la forma en la que hace poesía de lo cotidiano y canta a las pequeñas cosas que dan sentido a la vida. “Los cines de verano, las medallas que nunca ganamos, las camas que no son para dormir”. Las letras de muchas de las canciones de Luis Ramiro, como nos pasa con casi todo últimamente, desde luego, también con las novelas, las películas y las series, adquieren otra dimensión en estos tiempos pandémicos que no terminamos de dejar atrás, un significado distinto. En una de las estrofas de El Universo, por ejemplo, canta: “ya sé que es complicado ser feliz, tendremos que vivir en el intento, tendremos que inventar para vivir”. Imposible no tomar prestados estos versos para afrontar el momento que nos ha tocado vivir, este gran trauma colectivo de la pandemia de Covid-19. 


Por cierto, hablando de peticiones, ojalá Luis Ramiro se anime a cantar Barcelona y Madrid en alguno de sus próximos conciertos. Fue un tema que compuso y compartió cuando el conflicto político con Cataluña estaba en sus peores momentos y a muchos nos reconfortó y alegró, por su forma de celebrar la singularidad y la belleza de estas dos ciudades que tanto amamos y que siempre hay quien quiere enfrentar


Como es habitual en sus conciertos, el cantante también recitó algunos de sus poemas. En uno de ellos, por cierto, habla de la necesidad de “tener siempre algún sueño en la encimera”. De nuevo, imposible no pensar en la pandemia. En otro de los poemas, titulado Dos Mujeres, celebra la diversidad y critica a los “hipócritas, imbéciles que ladran, no saben que el amor no tiene cura”. Un canto a la igualdad de las personas LGTBI que se agradece siempre, especialmente, en estos tiempos oscuros en los que los discursos de odio y las agresiones parecen campar a sus anchas.


En el repertorio del concierto también incluyó  Sálvame, de su segundo disco, dedicada a su público, que hacía también mucho que no interpretaba en un concierto, y poco después, al piano, Aviones de papel, también infrecuente en sus conciertos, igual que Ramiro. El final oficial llegó con la magnífica y algo porteña Relocos y recuerdos, mi preferida, y para los bises quedaron Perfecta, otro tema imprescindible de su ya larga discografía; La chica del perro, que según contó, incluyó en su último disco, 2029, gracias a Marwan, a quien le encantó; Mi capitana y Bridget Jones, ambas también de su último disco, ése que presentó en una abarrotada Joy Eslava el último fin de semana de vida normal antes de que la pandemia se descontrolara, aquella noche en la que no éramos conscientes de que echaríamos tanto de menos los conciertos a la vieja usanza, sin distancias, ni preocupación, ni riesgos, ni control de aforos, ni mascarillas, sólo con la alegría despreocupada de una noche de concierto en la que todo puede ocurrir. 


En esa parte final del concierto resonaron dos versos que, por supuesto, también se pueden aplicar a la situación que vivimos ahora, cuando queremos creer que el final de la pesadilla está cerca, gracias a las vacunas, la ciencia y los sanitarios.La nostalgia es tan solo una trampa, un contrato con párrafos abusivos”, cantó, y tiene razón. “El miedo es la excusa perfecta para malvivir”, escuchamos también. Conciertos como éste, aunque sea online, y la música en general, siempre la música, nos ayudan a vivir en el intento de ser feliz y a tener siempre algún sueño en la encimera. Ya queda menos. 

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