Realidad y ficción

 

La semana pasada, el ministro de Cultura del Reino Unido solicitó a Netflix que incluyera un aviso antes de cada capítulo de The Crown en el que se indicara a los espectadores que van a ver una ficción, que no es la realidad, no vaya a ser que alguien crea que el actor que da vida a Carlos de Inglaterra ha sido nombrado príncipe. Pese a lo ridícula que resulta la petición del ministro, abre un debate interesante sobre la relación entre la realidad y la ficción, sobre qué se le debe exigir a una ficción que se basa en hechos reales y sobre el papel que juegan las series y películas a la hora de fijar la Historia con mayúsculas en el espectador. 

Para empezar, lo obvio: es de agradecer que las series nos traten como personas adultas. No, no necesitamos que nos expliquen que estamos viendo a actores interpretar a personas reales, ni tampoco que nos concreten que las conversaciones que vemos en pantalla son recreaciones de lo que pudo ocurrir, porque nadie estuvo escuchando detrás de una cortina en los salones de Palacio. La ficción es ficción. Tiene que ser verosímil, nada más, pero tanto las series basadas en hechos reales como las que no lo son. 

Sí tiene razón en algo el ministro de Cultura. La ficción tiene un poder enorme y para muchos británicos lo que vean en The Crown pasará a ser la verdad de lo cuenta. No seamos cándidos. Para muchas personas, el conocimiento de determinados periodos históricos procede de las ficciones. ¿Cuántos españoles le ponen la cara de Michelle Jenner a Isabel la católica? Lo que pasa es que eso no es responsabilidad de los creadores de las series. El hecho de que en ocasiones las series o las televisiones sean didácticas, hasta el punto de ser casi la única aproximación a un periodo histórico para algunas personas, no se puede obviar. Pero, de nuevo, eso no significa que se deba imponer a esas series ningún tipo de exigencia, ni mucho menos un aviso que señale lo obvio, que estamos viendo una ficción. 

Es verdad que en este caso, sobre todo en la cuarta temporada, se habla de hechos recientes, que la mayoría de la sociedad recuerda, y que muestra a personas reales, en doble sentido del término, personas de verdad y de la realeza. Es especialmente delicado, por supuesto, retratar a la jefatura del Estado y su historia reciente. Es lógico que la serie despierte polémica y debate. Y seguro que habrá escenas en las que algunas personas de las que salen retratadas en la serie no se sientan representadas, pero es que a una ficción no se le puede exigir que nos cuente la verdad, sea lo que sea la verdad. 

Hay otros dos factores interesantes de este debate planteado por el ministro de Cultura del Reino Unido. No podemos olvidar que la queja llega desde el gobierno británico actual, compuesto por personas que mintieron en la campaña del Brexit. Tiene su aquel que precisamente ellos, profesionales de la mentira en aspectos mucho más importante que una serie de televisión, se sientan ofendidos por The Crown y tengan tanto afán por defender la verdad. Justo allí donde esperamos encontrar la verdad y donde debería ser mucho más inadmisible la mentira, que es en la política, es donde más mentiras y engaños encontramos. 

Por último, otra obviedad: todo es ficción. Los discursos de los políticos, también. Y los informativos y los documentales. No necesariamente porque mientan, sino porque desde el momento en el que nos contamos algo, lo que sea, lo estamos reconstruyendo, estamos inventando. Depende de las palabras que elijamos. Del tono empleado para contarlo. De dónde pongamos el acento y sobre qué puntos decidamos pasar de puntillas. Incluso los recuerdos son ficción. O, mejor dicho, especialmente los recuerdos son ficción. Aquel concierto no fue tan glorioso como lo recordamos, esa comida no estaba tan buena, ese viaje en realidad no fue como hoy nos lo contamos. Pero eso da exactamente igual. Las cosas son como las recordamos, como nos las contamos. Así que no sólo es absurdo pedir a los productos que se reconocen como ficciones que avisen que lo son, sino que, ya puestos, tendríamos que hacer el mismo aviso antes de discursos políticos, informativos o charlas familiares. Todo es ficción. 

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