"El Ministerio del Tiempo" se despide a lo grande (otra vez)

En noviembre de 2017 todo hacía indicar que el último capítulo de la tercera temporada de El Ministerio del Tiempo iba a ser también el final de la serie. Nos dividíamos entonces los ministéricos entre la pena por despedirnos de una serie excepcional, lo mejor que le ha pasado a la televisión en España en muchos años, y la satisfacción de saber que Entre dos tiempos, ese capítulo final, era un más que digno desenlace para la serie creada por Pablo y Javier Olivares. Hoy, dos años y medio después de aquello, como si se tratara de uno de esos bucles temporales retratados por la serie, estamos en las mismas. El último capítulo de la cuarta temporada de la serie tiene sabor a despedida y llega en mitad de la incertidumbre sobre su futuro. Si es el final definitivo, que ojalá no lo sea, es un adiós más que digno, con viaje al futuro incluido, algo inédito en la serie.


De principio a fin, la serie ha estado a la altura de su leyenda en esta cuarta tanda de episodios. Con todos sus protagonistas, aunque haciendo rotaciones en los capítulos, como los futbolistas, y con la misma forma libérrima, absolutamente desencadenada por momentos, de divulgar personajes y episodios de la historia de España, mientras avanza en la trama de los personajes de la serie

Este capítulo final ha tenido un aire existencial, refutando en parte al propio ministerio del tiempo y el impacto de sus acciones en el futuro. ¿Y si lo que han hecho los agentes todos estos años para preservar el rumbo de la historia de España, en realidad, lo ha trastocado? ¿Y si lo que consideramos la auténtica historia es en realidad el resultado de las misiones del Ministerio? El más difícil todavía. Si en la despedida de la tercera temporada, cuando pensábamos que podía ser el adiós definitivo de la serie, nos regalaron un episodio espectacular, con una distopía histórica, esta vez, en el adiós de la cuarta temporada (y puede que de la propia serie), también hay mucho de distopía, pero con un tono distinto. 

Uno de los grandes méritos de esta serie, y la lista es larguísima, es su osadía, su constante atrevimiento, su obsesión por reinventarse y por no repetirse, por no ser una copia de sí misma. Ha mantenido su esencia y su espíritu, por supuesto, pero ha jugado, lo ha parado de jugar, de divertirse y divertir al público. Siempre yendo un paso más allá, jugándosela, manteniendo el listón que la propia serie se puso muy alto con su original premisa: un ministerio dedicado a mantener la historia de España libre de alteraciones, porque “el tiempo es el que es”. Con ese punto de partida, la serie ha reivindicado a esos héroes de su pasado a los que España no trató bien, ha huido tanto de la glorificación de un supuesto pasado legendario como del fatalismo tan español, nos ha dado a conocer a personajes históricos que no aparecen en los libros de historia, nos ha divertido tanto como nos ha emocionado. 

No se ha acomodado en ningún momento, por el talento de sus creadores y guionistas, porque le ha sentado bien, desde un punto de vista creativo, vivir en el alambre, siempre en la incertidumbre. La necesidad agudiza el ingenio, dicen, y cada solución narrativa que ha tenido que tomar la serie por esa incertidumbre lamentable que ha vivido, ha sido acertada. No debería una serie tan sublime tener esos problemas ni tener siempre su futuro tan poco claro, tan confuso. Porque es de lo más brillante que se ha creado en España en la reciente historia de la televisión. Porque resulta del todo incuestionable su valía. Pero, incluso de esas limitaciones (presupuestarios, de incertidumbre de fechas, de dudas sobre su continuidad...) ha sacado algo bueno. Como si cada complicación fuera una oportunidad de crear una trama más enrevesada, de darle una vuelta y otra más a la historia de sus personajes. Han hecho siempre de la necesidad, virtud. 

Ha sabido la serie construir personajes llenos de matices, pero también repartir bien el peso de la trama entre todos ellos. Todos son importantes y ninguno es imprescindible. Salvador (Jaime Blanch), Ernesto (Juan Gea), Irene (Cayetana Guillén Cuervo), Pacino (Hugo Silva), Alonso (Nacho Fresneda), Julián (Rodolfo Sancho), Amelia (Aura Garrido), las distintas Lola Mendieta (Natalia Millán y Macarena García)... Todos han enriquecido la serie, pero ninguno ha acaparado el protagonismo para sí. El conjunto ha sido mucho más que la suma de las partes

Si esto es el final de El Ministerio del Tiempo, que esperemos que no, al menos nos quedará la gratitud por tantos buenos ratos, por las aventuras, las risas, la divulgación, la ironía, la mirada lúcida a la historia de España y el fiel retrato de este país, con sus virtudes y sus defectos. Ha sido un viaje extraordinario, que ojalá tenga nuevos capítulos. Si no es así, siempre nos quedarán las puertas del tiempo (o los dvd) para recordar misiones antiguas de la patrulla y refugiarnos en el pasado. Gracias por tanto. 

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