Un doctor en la campiña

La despoblación de las zonas rurales, que describimos como La España vacía por el magnífico ensayo homónimo de Sergio del Molino, no es un problema exclusivo de nuestro país. Por ejemplo, en Francia también es una realidad la pérdida de servicios de los habitantes de los pueblos, su falta de oportunidades. La Francia vacía es el escenario en el que transcurre la tierna y encantadora Un doctor en la campiña, de  Thomas Lilti, que se estrenó en 2016 y que ahora se puede ver en plataformas como Movistar. 


Es una película que reúne buena parte de las virtudes del cine francés actual. De una humanidad fuera de lo común, esta película cuenta la historia de un médico de pueblo. Nada más. Con sencillez, sin estridencias, ni sensiblerías, ni amoríos, ni caminos trillados, ni trampas baratas ni giros de guión sorprendentes y ruidosos. Nada que ver. Sólo una buena historia bien contada. Jean-Pierre (siempre genial François Cluzet) vive por y para sus vecinos, a quienes atiende en su consulta y, sobre todo, a domicilio. Cuando le detectan un tumor tendrá que pedir la ayuda de otra médica, para que aprenda el oficio a su lado, para bajar algo el ritmo y afrontar su tratamiento, aunque él se resiste a contar a nadie lo que le pasa. 

Es un hombre abnegado, una buena persona. Con mucho carácter, eso sí, pero bueno. Alguien que sabe la importancia de su trabajo y que atiende a los demás con absoluta entrega. La película reflexiona sobre la vida en el ámbito rural, pero también sirve de homenaje a tantas personas (médicos, enfermeros, profesores...) que se encargan de hacer llegar a las personas de zonas despobladas todos aquellos servicios que sí tenemos quienes vivimos en las grandes ciudades. De nuevo, sin estridencias, sin pedir medallas ni aplausos, sin buscar el reconocimiento o la aprobación de nadie, sólo porque es lo correcto, porque es su trabajo, porque alguien tiene que hacerlo, nada más. 

La relación entre Jean-Pierre y Nathalie (Marianne Denicourt) no será fácil, pero poco a poco ambos aprenderán a convivir con el otro. Los dos se necesitan y ambos aportarán al otro. Sin escenas explosivas, sin dramatismos, sin excesos narrativos de ninguna clase, la historia avanza, llena de ternura, de delicadeza. Hay varios instantes del filme (un baile, una conversación) casi milagrosos. Es una pequeña joya esta película, que muestra lo lejos que puede llegar el cine cuando enfoca a la realidad, hasta qué punto la sencillez es a veces el camino más directo a la emoción. Una película, en fin, maravillosa, que le toma el pulso a la vida real de miles de personas en zonas despobladas y a quienes las cuidan con dignidad y humanidad. Una delicia. 

Comentarios