¿A por ellos? ¿A por quiénes?

Más de tres millones y medio de españoles han votado a un partido racista, machista, homófobo, ultranacionalista y nostálgico del franquismo. La noche electoral de ayer deja varios titulares, pero ninguno tan preocupante y triste como éste. Hasta hace no tanto, nos vanagloriábamos de que en España no tenía cabida la extrema derecha, frente a lo que ocurría en el resto de Europa. Nos llegamos a creer vacunados contra ese virus del odio, pero no lo estábamos. Como tantas otras veces, lo que creíamos ventaja era sólo retraso. No es que la extrema derecha no tuviera cabida aquí, es que iba a llegar, como casi todo, mucho más tarde que a Francia, Holanda o Alemania. Pero, cuando ha llegado, lo ha hecho con una fuerza inmensa y alarmante.



Los 3,6 millones de ciudadanos que han apoyado a Vox han votado exactamente lo que han votado. Han votado a Abascal leyendo nombres de apellidos de personas extranjeras en un mitin para jalear los más bajos instintos, la más repugnante xenofobia. Han votado a Ortega Smith reventando un minuto de silencio de recuerdo por una mujer asesinada por su marido delante de sus hijos, porque interpretó que era el mejor lugar para sus soflamas retrógradas y machistas. Han votado el plan de Vox de tratar de impedir que se eduque en igualdad y diversidad en las escuelas, como si unos padres fanáticos tuvieran derecho a educar a sus hijos en el fanatismo, como si estos niños no debieran ser protegidos de las salvajadas de sus progenitores. Han votado a quien decide ver como enemigos malvados y peligrosos a unos menores de edad que se han visto obligados a abandonar su país y que no tienen nada, presentándolos poco menos que como una banda de delincuentes. Han votado a quien sólo piensa en destruir y en quebrar la convivencia. 

Los votantes de Vox han votado el odio al diferente. Y no valen excusas ni discursos paternalistas. No vale achacar el voto a un desencantado con el resto de partidos políticos, por muchos errores que hayan cometido, porque cuando votas a un partido de extrema derecha, oh sorpresa, estás votando a un partido de extrema derecha. Sin paliativos. Sin excusas. Estás votando su pobreza intelectual, estás votando su discurso del odio, sin edulcorantes. Quienes han aupado a un partido de extrema derecha a la posición de tercera fuerza política del país son lo 3,6 millones de españoles que han votado a esta formación. Es la triste verdad.

Podremos buscar causas y analizar qué y quiénes han contribuido a este crecimiento de Vox. Podremos señalar la irresponsabilidad histórica de Pedro Sánchez al forzar una repetición electoral en la que ha terminado perdiendo votos y en la que se ha disparado la extrema derecha. Podremos no perdonar jamás al independentismo catalán que haya despertado al más rancio nacionalismo español. Podremos cuestionar el altavoz que algunos programas de entretenimiento han dispensado a esta formación. Podremos pensar que alguien tendría que haber rebatido las ideas racistas de Abascal y sus datos falsos en el debate de candidatos, en vez de apostar por ignorarle por cálculos electoralistas. Podremos pedir responsabilidades al PP y Ciudadanos por apoyarse en la extrema derecha allí donde han tenido ocasión para acceder al poder, siguiendo el camino inverso al de las formaciones de centro derecha y liberales del resto de Europa, que aíslan a los extremistas, no pactan con ellos por una alcaldía. Podremos decir todo eso y más, pero los responsables últimos del espectacular resultado de Vox en las elecciones son sus 3,6 millones de votantes. Eso es lo dramático.

Hay más de tres millones y medio de españoles que han apoyado a una formación que llama dictactura progre a los más elementales consensos sobre derechos y libertades, que clama contra el feminismo y su reclamación de igualdad real entre hombres y mujeres, que cree que si a los niños no se les habla de que existe la homosexualidad y que no es algo de lo que deban avergonzarse, saldrán todos muy heterosexuales. Hay más de tres millones y medio de españoles que han votado a un partido de extrema derecha, que dice no tener complejos, pero que más bien no tiene decencia ni humanidad. Es muy peligroso alimentar a este monstruo porque uno está mal (promoviendo ir contra el que está aún peor que uno) o porque los otros partidos han cometido errores (como quien intentar apagar un incendio con gasolina). Puede que Vox sea una moda, pero en Francia el Frente Nacional lleva décadas instalado en la vida pública, sin que los demócratas hayan conseguido desactivar su discurso del odio y, peor aún, tomando éstos medidas radicales para contentar al electorado de Le Pen (que ayer felicitó a Abascal de forma muy entusiasta en Twitter), con las personas más vulnerables como rehenes de ese politiqueo de bajos vuelos.

Anoche, cuando el presidente de Vox salió al balcón de la sede de su partido, sus simpatizantes entonaron toda clase de cánticos. De ellos, uno retumbó especialmente: “A por ellos”. No dejaban de cantarlo. “A por ellos, a por ellos”. ¿A por quiénes? ¿Quiénes son esos “ellos” y que significa lo que cantaban? ¿Qué quieren decir exactamente? ¿Todos los que no votan como ellos son la antiespaña? ¿Cómo pretender ir a por ese ellos que nos incluye, me temo, a muchos? ¿Esos “ellos” eran los representados en aquel meme nauseabundo en el que Vox se presentaba a sí mismo como un caballero con espada dispuesto a atacar a feministas, personas LGTBI, catalanes y vascos?

¿Qué noción de España, esa España que tanto dicen querer, tienen? ¿Cuando gritan, enfervorecidos, "a por ellos", están diciendo lo que parece que están diciendo? ¿En ese "ellos" entran quienes no ven a España como la ven ellos, quienes no comparten su nacionalismo de pandereta? ¿Esos contra los que van a ir son todos aquellos españoles a los que no ha seducido su discurso racista? ¿Qué esperan hacer exactamente con quienes no pensamos como ellos, asumiendo que lo suyo sea pensar? ¿A quién quieren ganar y de qué forma? ¿Qué tiempos añora esta gente? 

En ese “a por ellos” está todo Vox. Ahí está su ideología. Ése, exactamente ése, es el plan que tienen para el país que tanto aman y que tan estrecho ven, en el que tanta gente les sobra. Habló Abascal, por la mañana, cuando fue a votar, de recuperar la “concordia” entre españoles. Sería divertido si no sonara tan cínico, si la presencia de la extrema derecha en las instituciones no fuera tan peligrosa, tan tóxica. Cualquiera diría, escuchando ese "a por ellos", que han votado a la contra. Han votado contra quienes llevan décadas trabajando por la diversidad, en asociaciones que trabajan por una sociedad mejor, pero que ellos llaman chiringuitos subvencionados (y de chiringuitos Abascal sabe un rato). Han votado contra la marea feminista. Han votado contra la España plural, la que se enorgullece de sus varios idiomas, de su diversidad cultural. Han votado contra todos los que no comparten su visión retrógrada de la vida. Por votar, hasta han votado contra el siglo XXI, contra el paso del tiempo, contra el más elemental progreso. Han votado a favor de censurar la presencia de los medios de comunicación que no son de su agrado. Han votado a un partido que contradice los Derechos Humanos. Eso, exactamente eso, han votado. 

Vox ha subido tanto, afirman hoy muchos analistas, porque han dicho lo que mucha gente quiere oír. Probablemente así sea. Lo dramático es que mucha gente quiera oír a un líder político agitando un discurso tan abiertamente xenófobo, o que se encienda escuchando a Abascal defender toda clase de medidas de mano dura en Cataluña. Lo dramático es que ese discurso de Vox cale entre la gente, que sea lo que muchos quieren escuchar, porque es puro odio. Odio al diferente, a todos esos que estamos dentro de ese grupo de “ellos” a por el que dicen querer ir. Da miedo y pena, muchísima, infinita, saber que 3,6 millones de personas respaldan a un partido así. Algo habremos hecho mal todos los demás en España para que así sea, seguro, pero, quizá, algo han hecho muy mal quienes han creído que el radicalismo y el odio es la solución a sus problemas. Qué triste. 

Comentarios