¡Ba-lon-ces-to!


El grito efusivo de Pepu Hernández, entonces seleccionador nacional, en la celebración del Mundial de baloncesto conquistado por España hace ya 13 años en Japón significa muchas cosas. "¡Ba-lon-ces-to!", gritó entonces. Muy alto, muy despacio, separando las sílabas, reivindicando a un deporte que encierra más emoción y espectáculo que ningún otro, reclamando más atención a un grupo extraordinario de jugadores que acababa de hacer historia para el deporte español. El próximo domingo, ahora con Sergio Scariolo como seleccionador y con la mayoría de los héroes del Mundial de Japón ya retirados, España tendrá una nueva oportunidad de llevarse el oro en un Mundial. Será gracias a un partido colosal hoy ante Australia, con dos prórrogas. Un partido de los que hacen afición y quitan años de vida, de los que te llevan a amar con pasión el baloncesto, pero también a sufrir mucho. No ha dado un balón por perdido, no se ha rendido España ni un instante, y eso que por momentos el partido parecía perdido ante una imponente selección australiana. Pero el equipo reaccionó a tiempo para seguir prolongando una racha histórica, imperial, legendaria, que tardaremos muchos años en saber apreciar en su justa medida. 


Marc Gasol, más modesto de lo que se esperaba de él en lo que llevábamos de Mundial, ha regresado justo a tiempo, con un partido estratosférico en el que ha ejercido el liderato que le corresponde.  33 puntos y seis rebotes. Ricky Rubio (19 puntos y 12 asistencias) ha vuelto a estar soberbio en la dirección del juego y ha seguido aportando a la anotación más que nunca antes con España, sabedor durante todo el torneo de que el equipo necesitaba ese paso adelante. Sergio Llull ha sido de nuevo el jugador frenético y genial que destroza a los rivales a base de triples y que inyecta moral en vena a su equipo. Scariolo ha tomado decisiones correctas, como el cambio defensivo a la zona que ha detenido la hemorragia en los peores momentos para España. Pero, sobre todo, ha sido una victoria de equipo, de luchar hasta el final, de garra, de conjura de un grupo de jugadores que sabían que tenían una cita con la historia. 

Comenzó fuerte la selección el primer cuarto, pero pronto se torció el encuentro, con Australia manteniendo una enorme intensidad y entregándose a la clase de Patty Mills (32 puntos) y de Nick Kay (18). Mills ha sido una auténtica pesadilla para España, imparable, imposible de defender. Durante el segundo cuarto y buena parte del tercero, la selección española pasó por una travesía por el desierto, en la que llevó a estar once puntos por debajo. Sin ideas en ataque y con serios problemas en el rebote defensivo ante una poderosa Australia, España no daba con la tecla. Pero nunca se llegó a ir del todo del partido, jamás desconectó. Y ahí, mucho más que en el acierto ofensivo de Gasol o en la maestría de Ricky Rubio como director de orquesta, estuvo la clave del partido. Nunca se fue del partido España. Siguió enchufado, sin perder la intensidad, sin dejarse llevar. Como Nadal cuando no tiene su mejor momento en un partido, pero nunca lo entrega. España no tiró la toalla y sobre esa fe y esa entrega, sobre ese gen competitivo de este equipo, supo asentar la remontada

Forzó Mills con un tiro libre la primera prórroga. Su fallo en el segundo tiro libre, por cierto, dio vida a la selección española. La primera prórroga fue muy igualada y llegamos a una segunda en la que España ya se había comido anímicamente a los australianos. Llegaron a verse en la final, tuvieron el partido casi sentenciado, pero en ese casi residió la clave del encuentro. España era una roca contra la que los australianos se enfrentaban una y otra vez, nunca tirando la toalla, jamás dándose por vencida. La selección española, gracias en buena medida a un inspirado Lllull, dominó esa segunda prórroga y acabó con la agonía de los espectadores. Al final, 95-88 y pase a la final para España, que ahora espera rival en la final del domingo del duelo que mantendrán hoy a las 14 horas las selecciones de Francia y Argentina. 

Tardaremos en valorar en su justa medida lo que está haciendo este bloque, entre otras cosas, porque el bloque de la selección española se ha renovado a lo largo de los últimos años y ha seguido manteniendo su competitividad y sus opciones de luchar por medallas en los grandes torneos. A pesar de las bajas sensibles, a pesar del paso del tiempo, a pesar de todo, España sigue siendo España desde hace muchos años y eso se lo debemos a la entrega de quienes se reúnen cada verano con la familia para divertirse y defender a la selección, tras venir de una exigente temporada con sus equipos en Europa o en la NBA. Se lo debemos al bloque que consiguen crear, todos a una, dejando a un lado personalismos. Se lo debemos también, por cierto, a los jugadores que defendieron a España en las ventanas clasificatorias, a las que no pudieron acudir, por el calendario que tenían, las grandes estrellas del equipo. 

Y se lo debemos a Sergio Scariolo. El talento de los jugadores de la selección española estos últimos años y su garra son incuestionables, pero no podemos dejar de alabar la labor del técnico italiano. Seleccionador nacional entre 2009 y 2012, primero, y desde 2015 hasta ahora, ha conseguido con España oros en los Eurobasket (2009, 2011 y 2015), una plata olímpica en Londres 2012, un bronce olímpico en Río 2016 y otro bronce en el Eurobasket de 2017. Con la medalla que consiga la selección el domingo, de oro de plata, serán ya siete medallas con la selección en nueve años. Impresionante. Su capacidad para transmitir calma a sus jugadores en los momentos de más tensión de cada partido, sus aciertos tácticos y su trabajo para que la selección sea una piña son vitales para el buen rumbo de la selección. El domingo será un día para soñar con el segundo Mundial de la historia para España. Será un día grande, otro más, de ba-lon-ces-to. 

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