Legendario Nadal

Convertir lo extraordinario en cotidiano, lo prodigioso en rutinario, es algo que sólo está al alcance de deportistas legendarios, de los que nacen cada muchas décadas. Rafa Nadal es uno de ellos. Ayer conquistó su duodécimo Roland Garros, algo que parece haberse convertido en una tradición, en un simple ritual que forma parte del mes de junio, como los primeros calores o los días con más horas de luz. Como si fuera lo más normal del mundo, como si simplemente cumpliera con una misión rutinaria. Nadal gana Roland Garros como quien compra el pan o saca a pasear al perro, porque es lo que toca. Hace que parezca fácil, pero, naturalmente, no lo es en absoluto. 


La vida es eso que ocurre mientras nos empeñamos en hacer otros planes, dijo John Lennon. O eso que ocurre mientras vemos a Nadal, de año en año, imponerse en la pista central de Roland Garros en París. La vida es eso que pasa mientras Nadal sigue haciendo historia, continúa venciendo adversidades y derrotando a leyendas, como Roger Federes, o a futuras estrellas destinadas a dominar el tenis, como Dominic Thiem, a quien venció ayer en cuatro sets en el torneo parisino. Nadal es un portento, una fuerza de la naturaleza. Ha sabido canalizarla para ser uno de los mejores tenistas de todos los tiempos y, probablemente, el mejor deportista español de siempre. Pero es mucho más que eso. Es capacidad de sacrificio, es ejemplo de no rendirse nunca, de no darse por vencido. 

Nadal lo ha ganado absolutamente todo y no tiene que demostrar nada a nadie ya. Pero cada vez que se ha caído, se ha levantado. Lo que hace grande de verdad a Nadal no es ese don natural que le lleva a ser un portento en la pista, sobre todo en la tierra batida. Lo que le hace legendario y ejemplar es su capacidad de trabajo, es todas esas veces que ha sufrido lesiones graves y ha regresado. Nadal es grande por las cualidades innatas que tiene, pero sobre todo lo es por su grandeza mental. Ha estado en el dique seco muchas veces y todas ellas ha regresado, nunca se ha rendido. Nadal ha vuelto a las pistas. Siempre. Igual que nunca ha dado un partido por perdido, jamás ha tirado la toalla cuando se trataba de volver a la élite, de regresar a su lugar en el Olimpo del deporte mundial. 

Nadal inspira por ser un campeón prodigioso, claro. Por su potencia descomunal. Por todas esas cualidades que destacarán mejor quienes entiendan de tenis. Pero eso, digamos, siendo relevante, no es lo más sustancial. Nadal es talento, sí, pero es también sacrificio y esfuerzo. Y así como lo primero no se puede elegir, sólo perfeccionar, lo segundo es lo que define su personalidad, lo que da ejemplo. Porque un partido de tenis de Nadal es mucho más que un partido de tenis. Porque uno extrae siempre lecciones de este deportista legendario. La fundamental: vivir como Nadal juega la tenis, sin darse nunca por vencido, luchando por cada bola, sin contemplar la opción de rendirse. 

He visto a Nadal ganar torneos desde casa, desde hoteles en el extranjero, en un autobús, en chiringuitos de playa... Nadal y su victoria, Nadal y su tesón, nos han acompañado a lo largo de los últimos años. Es parte de nuestra vida. Una parte no menor, porque nos ha regalado grandes momentos felices y porque inspira con su grandeza y humildad en la pista de tenis. Nadal es patrimonio de la humanidad, de todos los amantes del tenis, de cualquiera que aprecie el esfuerzo de alguien empeñado en ser más grande cada vez, en superarse a sí mismo, cuando ya lo tiene todo ganado, cuando los adjetivos se han acabado hace años para definir sus logros, cuando sólo se enfrenta a la historia, para agrandar aún más su leyenda. Nadal, siempre Nadal. Rafa para todos. Inmenso. Estratosférico. Gigante. Legendario. 

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