Una imparable marea feminista

"No somos histéricas, somos históricas", se podía leer en uno de los muchos carteles ingeniosos que inundaron ayer la masiva manifestación del 8 de marzo, Día de la Mujer, en Madrid, que tuve que seguir en la distancia por razones totalmente ajenas a mi voluntad. Volvió a ser, en efecto, un día histórico. Una marea feminista imparable. El machismo y sus sombras siguen ahí, igual que la brecha salarial o las terribles injusticias a las que se enfrentan a diario mujeres en todo el mundo, pero lo de ayer, igual que la manifestación de hace un año, es un poderoso impulso para seguir adelante con la lucha feminista, esa que persigue la igualdad real entre hombres y mujeres. 


Lo primero que se puede decir de las multitudinarias manifestaciones de ayer en todas las ciudades de España es algo evidente, pero que conviene remarcar hoy: ninguna causa, ningún partido político, ningún movimiento serían capaces de movilizar a tantos cientos de miles de personas. Ninguno. Es algo importante. Para quienes apoyan el feminismo, es decir, los Derechos Humanos, debe ser una motivación gigantesca para seguir adelante, para confirmar que este movimiento es imparable, que vamos por el buen camino. Y para quienes se resisten a aceptarlo, para los que, de forma activa o pasiva, trabajan para mantener el status quo, es decir, el patriarcado, lo de ayer también es un mensaje potente: ahí está esa impresionante marea humana, decidida a no dar un paso atrás, convencida de que el tiempo sólo avanza hacia adelante, a la que sólo le gustan los viajes al pasado en series como El Ministerio del Tiempo, pero no en la vida real. 

Ayer volvió a ser un día emocionante, igual que el 8 de marzo de hace un año, cuando algo cambió para siempre. En este año transcurrido desde aquellas marchas históricas, el machismo se ha quitado en muchos casos la careta y también han quedado más claras las posturas tibias de quienes no entienden bien lo que es el machismo o, entendiéndolo, no lo comparten. Por ejemplo, hay quien acusa al feminismo, oh dios mío, de ser político. ¡Por supuesto que el feminismo es político! Obviamente. Otra cosa es que, quizá, ese movimiento po-lí-ti-co que defiende la igualdad real entre hombres y mujeres no les guste a todo el mundo. Pero naturalmente que es política. Para empezar, porque todo en la vida lo es. Y para continuar, porque un movimiento que pretende cambiar la sociedad, en este caso para hacerla más digna y más justa, evidentemente, es un movimiento político. No puede ser otra cosa. 

Tal vez lo que quieren decir realmente es que hay partidos políticos que intentan adueñarse de esa causa justa o gente que cree que defender la igualad entre hombres y mujeres es sólo propio de un determinado posicionamiento partidista. Y esto, en efecto, es un error. Pero no tengo del todo claro quién se equivoca más, si quien, desde el feminismo, pretende excluir a personas con ideas políticas de derechas, o quien, desde la derecha se desmarca absolutamente del feminismo y se aparta del movimiento más masivo e ilusionante de las últimas décadas en España. Es posible que algunos de los políticos que se desmarcaron de la manifestación de ayer hayan ido a pocas manifestaciones en su vida, o sólo a las que tiene un tufillo nacionalista. Porque quienes sí hemos ido a alguna que otra manifestación sabemos que es altamente improbable coincidir al 100% con el manifiesto de los convocantes. De hecho, a mí me preocuparía mucho coincidir en todo con un manifiesto. Prefiero pensar de forma libre y autónoma. Pero parece más razonable poner en la balanza qué importa más, si esas diferencias, siempre enriquecedoras, porque el feminismo no es ni pretende ser un bloque monolítico de pensamiento único, o todo lo que une a alguien decidido a trabajar por la igualdad con cualquier movilización feminista. 

Al margen de la política de bajos vuelos, de la de los partidos políticos que intentan llevar el ascua a su sardina o desacreditar un movimiento noble, masivo y transversal en la sociedad española, lo importante es que lo de ayer volvió a ser muy inspirador. Cientos de miles de mujeres, apoyadas por hombres que saben que trabajar por una sociedad más igualitaria es positivo para todos y no va contra nadie, salieron a las calles para dejar claro que este es el momento, que ya está bien de esperar. Se habló ayer, por ejemplo, de la injustificable e inaceptable brecha salarial entre hombres y mujeres. Se habló de la incomprensible separación que hace el Código Penal entre abuso y agresión sexual, que muchos descubrimos, indignados, con la sentencia a la manada. Se habló de los micromachismos del día a día, de cómo muchas mujeres vuelven a casa por la noche con miedo. Se habló, en fin, de todo lo que esta sociedad debe cambiar. 

En estas manifestaciones hay muchas imágenes emocionantes. Pocas lo son tanto como ver a mujeres mayores con los ojos vidriosos, constatando cómo esa misma marcha que hasta hace no tanto era minoritaria, reúne hoy a tantas personas de todas las edades y de todos los géneros. Porque, sí, hay mujeres que llevan décadas saliendo a la calle cada 8 de marzo. Pero, hasta hace poco, estaban demasiado solas. Hoy, y ya para siempre queremos pensar, la manifestación del 8 de marzo es una cita ineludible para todas las personas que creen en la igualdad. Salvando todas las distancias, pero con puntos en común evidentes (su reacción contra el machismo, fuente de tantas discriminaciones), es un recorrido similar al que ha seguido la movilización del Orgullo. Lleva muchos años celebrándose, pero sólo hace relativamente poco dejó de ser una marcha minoritaria para convertirse en uno de los eventos más multitudinarios de Madrid, en una de sus señas de identidad. La principal diferencia, claro, es que las mujeres son la mitad de la población, son una minoría muy mayoritaria. Ninguna discriminación es tolerable. La que oprime, o al menos se lo pone más difícil, a las mujeres por el mero hecho de serla, es particularmente sangrante. 

Queda mucho trabajo por delante. Muchísimo. El riesgo de lo de ayer es pensar que ese oasis de marea violeta, de tanta energía positiva, de tanto compromiso junto, es la realidad. Es una parte importante de la realidad, por supuesto. Es la que, estoy convencido, transformará la sociedad para mejor. Pero hay otra realidad, precisamente, contra la que se rebelan las personas que inundaron ayer las calles. Lo de ayer fue algo maravilloso e inspirador. A lo de ayer volveremos cada vez que perdamos las fuerzas o nos domine el pesimismo. Tiene una importancia colosal, porque demuestra que la sociedad avanza imparable en la senda correcta y porque quedarse fuera de lo de ayer es estar en el lado equivocado de la historia. Pero esa otra realidad está ahí, acechando, y rearmándose ante el movimiento de liberación que ayer volvió a hacer historia. No hay marcha atrás. Esto avanza, pero queda mucho por hacer. Un año más, gracias a todas por el ejemplo y por construir una sociedad más justa. Seguimos, siempre adelante. 

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