Monstruas y centauras

El gran logro de la efervescencia del debate sobre feminismo de los últimos años es, precisamente, que se está produciendo ese ilusionante y necesario debate. Lamentablemente, el Me Too no ha conducido a nuevas leyes para combatir al machismo, ni se ha logrado que la sociedad pierda la costra de heteropatriarcado que la envuelve, ni se han eliminado de la Justicia lamentables injusticias que se lo ponen aún más difícil a mujeres víctimas de abusos. Pero, al menos, se habla de desigualdades largo tiempo calladas, se expone en público todo lo que debe cambiar esta sociedad, se cuestiona lo que durante demasiado tiempo se ha considerado normal. Se ha abierto una ventana y entra aire fresco. Queda mucho para la sala se airee del todo y hay incluso amenazas serias de retroceso, por el modo en el que se está rearmando el machismo, pero al menos se ha abierto un debate. 


La aportación a este debate de Marta Sanz es Monstruas y  centauras. Nuevos lenguajes del feminismo, un muy interesante ensayo que publica Anagrama. La escritora presenta estas líneas como "reflexiones dispersas y posibles vías de trabajo. Balizas. Puntos que se señalan en el mapa del tesoro. Las marcas que deja una goma de borrar cuando se ha escrito mal, a lápiz, una letra. Correcciones y frases". El libro, claro, es mucho más que eso. Tiene un doble interés, en el fondo y en la forma. En la forma, porque todo lo que escribe Marta Sanz es interesante. Su estilo ágil, directo, contundente, sin concesiones, sin querer agradar a nadie, auténtico, honesto. Cada línea escrita por Marta Sanz atrae, independientemente de lo que cuente. Pero es que, además, lo que cuenta pesa, importa. Porque plantea sus contradicciones, convicciones y dudas, sus reflexiones sobre este tiempo de necesario despertar del feminismo. No se dirige la autora a los ya convencidos ni presenta un panfleto. Pone en limpio sus pensamientos, lo que siente ante el Me Too o la carta de las intelectuales francesas, criticando aquel movimiento, entre otros aspectos. 

Comienza la obra con la autora marchando en la histórica manifestación del 8 de marzo del año pasado, en la que algo se quebró, en la que algo importante nació. Sanz muestra su ilusión al ver a tantas mujeres alzar la voz, y también al ver a tantos hombres aliados. Porque ella tiene claro que la otra mitad de la población también debe participar del feminismo, ese movimiento que busca la igualdad real de oportunidades entre hombres y mujeres; nada más, nada menos. Muestra la autora su compromiso con la causa justa del feminismo y denuncia las muchas desigualdades que aún sufre la mujer, pero no se queda ahí. Por ejemplo, algunas de sus líneas parecen anticipar el rearme del machismo que el éxito electoral en Andalucía del partido de las tres letras reveló con crudeza. "Hoy vivimos un momento de epifanías y mucha gente se quita el antifaz de hombre enmascarado para declarar -declamar- su contractura y su miedo ante la previsible caída de la civilización occidental por culpa de unas locas que reclaman su lugar en el mundo", escribe. "Temo que lo que sucede se nos eche encima. Temo que el cuento de la criada se haga más y más aterrador. Temo que la fortaleza del discurso esconda un cristal delicado", afirma unas páginas más allá. 

Recela la autora de quienes esconden en una presunta defensa de la libertad de expresión y de la incorrección política su derecho a seguir haciendo chistecitos machistas que denigran a las mujeres. Reconoce que le cuesta verse identificada en las actrices que protagonizan el Me Too, aunque concluye que cualquier plataforma para dar altavoz al feminismo debe ser aprovechada. "La cuestión del feminismo se hace mediática gracias a la presencia de personajes mediáticos. Esperemos que no quede en noticia de usar y tirar, que cale, empape y sirva para corregir la legislación y las conductas cotidianas", leemos. Y, poco después, escribe que "a menudo los mensajes de las mujeres que hablan en un suplemento femenino se desestiman sin tener en cuenta la posibilidad de llegar a mucha más gente que desde una tribuna universitaria". 

Critica Marta Sanz la postura de las intelectuales francesas y su panfleto lleno de tópicos contra el Me Too. Pero también critica excesos del otro lado, por ejemplo, la campaña que busca eliminar la carrera profesional de escritores, actores o directores por prácticas inadecuadas o inaceptables en su vida privada. La autora lo tiene claro: "no se puede meter a nadie en la cárcel por lo que escribe, pinta y compone, y tampoco se puede desacreditar un poemario, una canción o un busto por la conducta cívica de quien la construyó". Si alguien comete un delito, que sea condenado y vaya a la cárcel, pero eso no anulará la calidad de su obra, viene a decir, con razón. Tampoco le gusta a Sanz "la censura de los cuentos de hadas en la época de la pornografía en internet", que considera "un gesto de proteccionismo hipócrita y una fórmula algorítmica de empobrecimiento -cultural y neuronal". Cree la autora que "nunca está de más saber de dónde venimos, por qué nos duelen las cosas que nos duelen". Es decir, no hay que eliminar los clásicos o los cuentos repletos de machismo, de la mirada machista de la época, sino que se deben mantener, para saber de dónde venimos, al tiempo que se superponen a esos relatos versiones alternativas, con una actitud inteligente, "sin prohibir nada, sin parar, en acción, con la lengua fuera, la ansiedad y la esperanza, pensándolo y reinventándolo casi todo". 

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