Madrid Central

No hay gran ciudad europea que no mantenga un encendido debate sobre la movilidad y la sostenibilidad. Ninguna. En Londres existe una tarifa de congestión, es decir, un peaje que se cobra a los coches que circulan por ciertas zonas del centro de la ciudad. París, ante las 48.000 muertes al año por contaminación en Francia, prepara muy restrictivas medidas para prohibir la circulación por el centro de los coches más contaminantes. Berlín redujo a los 30 kilómetros por hora la velocidad máxima en las principales calles del centro de la ciudad alemana. Bruselas también ha puesto en marcha un calendario para reducir el acceso al centro de los coches más contaminantes. Y podríamos añadir un largo etcétera. 


Este preámbulo puede servir para no ver las medidas adoptadas por el Ayuntamiento de Madrid, en especial el área de bajas emisiones en la que se restringirá el acceso de los vehículos privados, como una manía persecutoria de Manuela Carmena. Porque agota este tono pueblerino de ciertos debates en España, a medio camino entre el sectarismo y la ignorancia. Cada vez que escucho ciertas críticas a las medidas del consistorio madrileño, que naturalmente son criticables y que sin duda son mejorables, pienso en ese buen hombre que, haciendo aspavientos, se preguntaba dónde estaba la contaminación, dónde, que él no la veía. Esa imagen (aquí) resume bien una parte de la oposición a Madrid Central y a cualquier medida que busque combatir la contaminación. 

En un mundo ideal, los partidos de la oposición, que buscan paralizar por la vía judicial Madrid Central, plantearían sus alternativas razonadas para cumplir con la normativa europea y para evitar las miles de muertes al año por la contaminación. Pero, claro, no es eso lo que pasa. Es mucho mejor ridiculizar cada medida y defender, por encima de cualquier otra cosa, el derecho de cada cual a ir en coche a comprar una barra de pan a la vuelta de la esquina. Es incuestionable que las muertes por contaminación aumentan cada año. Es obvio que éste es un problema real. Pero lo importante para muchas personas es poder seguir yendo en su coche a todas partes. Son esas personas que desconocen la existencia del transporte público, o que, conociéndola, no la contemplan como una opción, porque cómo van ellos a mezclarse con el populacho del Metro. 

Debatir Madrid Central, si tiene que aplicarse antes o después, si se tiene que reforzar esta o aquella alternativa, es algo bienvenido y necesario. Ninguna medida es inmejorable. Es muy sano que haya debate, incluso vehemente. Ojalá fuera eso lo que estuviéramos viviendo en Madrid. Pero no. La oposición a Madrid Central, salvo contadas excepciones, se limita a caricaturizar a Carmena (porque el Ayuntamiento de Madrid no existe, claro, todo es directamente obra de la malvada Carmena) como una mujer que odia los coches, así en general. Y, claro, pobres coches, se van a sentir ofendidos. Convendría elevar el tono del debate. Es razonable que haya dudas puntuales y concretas sobre las medidas que está aplicando el Ayuntamiento. Es lógico que se cuestione que los coches más contaminantes, que suelen ser los más antiguos, son también los que poseen los conductores con menos recursos, mientras que los más adinerados tendrán más fácil acceder a vehículos poco contaminantes. Es razonable que se garantice, en la medida de lo posible, que los trabajos que dependen sí o sí del coche en el centro de la ciudad se vean lo menos perjudicados posibles. Todo eso es sensato. Esa y mil críticas más que pueda recibir Madrid Central. Pero las que llegan de esa actitud patán de defender el derecho de cada uno a meterse hasta la cocina en su coche, obviando todas las alternativas de transporte existentes, no aportan nada más que ignorancia. 

El Ayuntamiento espera reducir en un 40% las emisiones de dióxido de nitrógeno, cuyos niveles incumplen la normativa desde 2010. Se busca combatir la contaminación y las enfermedades asociadas a ellas. Naturalmente, los cánceres que provoca la contaminación afectan también a los cochodependientes, hasta a los que no ven la contaminación y se preguntan dónde está. Hay un debate pendiente en Madrid, sin duda. Pero, por favor, que no se defiendan posiciones que dividen a los ciudadanos entre peatones y no peatones, como si hubiera personas genéticamente programadas para no ir andando por la calle o para no coger jamás el bus o el Metro. Al centro de Madrid acceden decenas de líneas de bus de la EMT, seis líneas de Metro y unas cuantas también de Cercanías. No es imposible acceder al centro por vías distintas al coche particular. Con un poco de suerte, quizá muchos madrileños descubran un nuevo mundo, el del transporte público, en el que, por supuesto, los usuarios debemos exigir una mejora del servicio.

Si esto va de debatir y plantear ideas, genial. Sería genial que aportara algo razonado al debate todo el mundo, de un partido u otro, más comprometido o menos con el drama de la contaminación, de esta edad o de la otra, usuario o no del transporte público. Seguro que el Ayuntamiento podría haber gestionado mejor la aplicación de estas medidas. Es muy posible que no haya escuchado todo lo necesario a todo el mundo implicado. Y seguro que haría falta una mayor flexibilidad. Pero si la propuesta de los contrarios a Madrid Central es, básicamente, que todo siga igual que hasta ahora, poco se podrá hablar con ellos. Por cierto, si viven en Madrid o vienen de visitar, no dejen de pasear por la nueva Gran Vía. La zona que ya ha ganado espacio al peatón parece otra calle, otra ciudad, otro mundo. Porque lo prioritario es combatir la contaminación, claro, pero no desdeñemos tampoco que con esta clase de medidas se construye una ciudad más amable, más habitable. Para todos, incluidos los cochodependientes, a quienes también aconsejo pasear a sus anchas por esa nueva Gran Vía. 

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