El adiós de Rajoy

Dani Gago (vía: Twitter). 
Mariano Rajoy es muy amigo de los refranes y las frases hechas, pero probablemente nunca más volverá a recitar ese que dice “tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, jueves santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”. Ayer, jueves y día del Corpus, Pedro Sánchez defendió una moción de censura que, salvo sorpresa mayúscula, desalojará hoy a Rajoy del Palacio de la Moncloa. Era el último escenario que podría imaginar el presidente del gobierno cuando aprobó la semana pasada los Presupuestos Generales del Estado. Un día después se conoció la primera sentencia judicial del caso Gürtel y todo cambió. Aun así, nadie daba un duro por la moción presentada por el líder del PSOE, sobre quien habrá que convenir que es un superviviente político.


Hoy Sánchez se convertirá en presidente, fundamentalmente, porque sólo a Ciudadanos no le ha resultado conflictivo, al parecer, ponerse al lado de Rajoy. Sólo el partido naranja, junto a Foro Asturias y UPN, una  suerte de sucursales del PP en Asturias y Navarra con imperceptibles matices de diferencia, se ha negado a apoyar la moción de censura. Los votos clave serán los del PNV, el mismo partido que permitió al PP sacar adelante los Presupuestos. Una cosa es apoyar unas cuentas que benefician claramente a Euskadi y otra bien distinta es quedar ante la opinión pública como el salvador de un partido condenado por corrupción.

Lo que acabó con Rajoy fue la corrupción, claro, y la política, esa cosa tan extraña y liosa que el presidente tan poco acostumbra a hacer. Su estilo, consistente en dejar que el tiempo dé soluciones a los problemas, le ha venido bien hasta ahora, pero ha terminado pasándole factura. Pedro Sánchez, sobre todo, ha hecho política. Estamos tan poco acostumbrados a ello que casi ni lo reconocemos, pero es lo que ha ocurrido. Política osada. Probablemente oportunista. Pero política en estado puro. España es una democracia parlamentaria y, como bien recordó el líder del PSOE, ningún escaño vale menos que otro. La moción de censura es un instrumento constitucional perfectamente legítimo, no hay nada extraño ni deshonroso en ello, por más que el PP y su entorno se empeñen en lo contrario. 

El final de Rajoy es, además, de sainete, porque el presidente decidió dedicar varias de sus últimas horas en el cargo atrincherado en un restaurante. Es una impresentable falta de respeto al Congreso, ausentándose toda la tarde del pleno de la moción de censura contra él. Da una idea bastante clara de su concepción de la democracia: gobierna quien gana, aunque no tenga minoría, aunque la inmensa mayoría del Congreso condene su corrupción insoportable, aunque en una democracia parlamentaria se deben buscar acuerdos con todos. Rajoy y el PP han hecho un cálculo claro: les compensa pasar a la oposición y dedicarse a predicar toda clase de apocalípticas consecuencias del gobierno que formará Sánchez. La oposición es un lugar mucho más cómodo que el gobierno y, con el recuerdo de la desleal oposición del PP a Zapatero, parece claro que el principal partido de la derecha se encuentra particularmente cómodo en esa posición. 

El escenario político que se abre en España es complejo para todos los partidos. Todos se juegan algo. El PSOE se apunta una victoria incuestionable, el trofeo de haber desalojado a Rajoy de la Moncloa, con astucia e inteligencia. Pero ahora se encontrará en el gobierno con una posición extremadamente débil, muy minoritaria. Está por ver cuánto tarda Sánchez en convocar elecciones. Da la sensación de que se quiere apuntar algún que otro tanto, veremos si rebajando la tensión con Cataluña, lo que probablemente sería tan bueno para el país como malo para sus expectativas electorales, porque no cesaría el ruido de quienes le acusarían de rompepatrias, de desleal, de malvado amigo de los independentistas. Corre el riesgo Sánchez de dar la sensación de querer el poder por el poder, a toda costa, un poco como el PP los últimos años, en un gobierno frágil que no ha podido aprobar apenas ninguna ley. Desde luego, harán mal sus adversarios en menospreciar una vez más a Sánchez, el mismo a quien expulsaron de su partido los barones, pero después recuperó la Secretaría general del PSOE gracias a la militancia, y el mismo que hoy sacará adelante una moción que nadie esperaba que prosperara. 

Los aliados de Sánchez, que se han unido por el hartazgo con la indecente corrupción del PP, son muy diferentes entre ellos y no será fácil llegar a acuerdos. Es mucho más difícil pactar en positivo, por determinada medida o ley, que hacerlo en negativo, para romper con un partido que se había convertido en tóxico por tantos escándalos a su alrededor. Quien espera que la situación en Cataluña mejore y confía en que esto debe resolverse con diálogo puede tener cierta esperanza del cambio de gobierno, pero es evidente que el PP y Ciudadanos competirán a ver quién contenta más al españolismo, al voto de la bandera española en el balcón, ese voto que lo último que desea es que haya diálogo alguno. 

Podemos también queda en una situación peculiar, porque apoyará un gobierno que mantendrá los presupuestos aprobados por el PP, sólo para no ahuyentar al PNV. Iglesias, en horas bajas aún por el esperpéntico caso de su chalet y la posterior consulta a su militancia, acertó ayer al reconocer que falló cuando pudo convertir a Sánchez en presidente hace dos años. Puede ser un primer paso para recomponer la imagen del partido morado, muy deteriorada. De entrada, ver a Iglesias haciendo algo parecido a pedir perdón, ¡él!, ya es un avance considerable. ¿Y Ciudadanos? Albert Rivera sigue haciendo equilibrismos. Dedicó medio discurso a criticar a Rajoy, el mismo líder al que no ha dejado de apoyar en ningún momento en esta legislatura, y la otra media a atizar a todos los demás partido de la Cámara, unidos para expulsar al líder del PP. No se le dan mal esos equilibrismos al partido naranja, que intentará alzarse como el líder de la oposición del gobierno Frankenstein. Tendrá que disimular, eso sí, sus ganas de ir a las elecciones, azuzadas por las encuestas. Ayer dijo que la solución más democrática era convocar ya elecciones, como si un instrumento recogido en la Constitución como la moción de censura no fuera democrático. 

En el PP, mientras, se abrirá la lucha por la sucesión de Rajoy. Como el presidente no supo o no pudo romper con el pasado de corrupción, que siempre vuelve, ahora se marcha en las peores condiciones posibles. Hay quien dice que Rajoy quiere seguir siendo el candidato del PP, algo así como Puigdemont, jugando la baza de ser el presidente legítimo. Pero costaría creer que dentro de su partido nadie alzara la voz para decir que aquello no sería una buena idea, como no lo fue pasarse la tarde de su moción de censura encerrado en un restaurante hasta las diez de la noche. Sánchez debería contar con un cierto margen de confianza, pero él mismo sabe que está abocado a convocar elecciones más pronto que tarde. En esos comicios, el PP debería buscar otro candidato. 

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