¿Todos somos Ghouta?

Cada vez que se perpetra un atentado en una ciudad occidental, las redes sociales se llenan de mensajes de solidaridad, en la que afirmamos que todos somos París, Bélgica o Londres. Lo decimos porque lo sentimos de verdad, nos vemos zarandeados y conmovidos por esos viles ataques. Sin embargo, parecemos habernos resignado a que esa misma violencia, o más bien de una intensidad mucho mayor, sea parte del escenario habitual en muchas otras ciudades. Es inevitable que la cercanía influya a la hora de reaccionar a las noticias, pero no deja de resultar terriblemente injusto.¿Todos somos Ghouta, la ciudad siria que está siendo cruelmente bombardeada por el régimen de Al Assad y su socio en los crímenes, Rusia? ¿O estamos asistiendo a la masacre diaria en Siria con inaceptable indiferencia? 


La guerra siria comenzó en 2011, cuando parte de la población civil se rebeló contra la dictadura de Al Assad. Eran tiempos de la denominada, quizá de forma prematura y excesivamente optimista, primavera árabe. Muchos pueblos se despertaron contra sus tiranos. Algunos lograron derrocarlos, pero en otros los dictadores se aferraron al poder. En Siria, Al Assad decidió que no le importaría exterminar a cuantos conciudadanos sea necesario para seguir en la poltrona. El conflicto sirio, no ha dejado de empeorar, alimentado por los intereses geopolíticos enfrentados de muchos países extranjeros, agigantado por la incapacidad de la comunidad internacional para detener la sangría e intoxicado por la utilización de  grupos radicales y terroristas de este caldo de cultivo de violencia y sinrazón. 

Siria es el gran fracaso de todos. De los dirigentes que, como Barack Obama, comprometieron su palabra afirmando que intervendrían de forma activa en la guerra contra el tirano sirio si éste utilizaba armas químicas contra su pueblo. Lo hizo, lo sigue haciendo, pero el entonces presidente estadounidense dio un paso atrás y aceptó un vergonzoso acuerdo según el cual Rusia, cómplice de los crímenes de Al Assad, se atribuía el papel de garante de la destrucción de las armas químicas del régimen sirio. El sucesor de Obama en la Casa Blanca, tan bravucón con otras cosas, tan dispuesto a coquetear con conflictos internacionales, tampoco hace nada para intentar detener la matanza diaria en Siria. 

El drama en este país roto y desangrado es también responsabilidad, y no menor, de Rusia. Putin está manchándose las manos de sangre, bombardeando a la población civil siria, ejerciendo de perro de presa del dictador sirio. Los intereses económicos de Rusia en aquel país son más importantes para Putin que las miles de vidas que ha quitado con sus armas. Ahora, en un gesto de cinismo que pretende disfrazar de humanitarismo, Putin ha aceptado conceder una tregua de cinco horas al día en Ghouta, es decir, bombardeará y masacrará a los civiles encerrados en esa ciudad, último bastión de los rebeldes, pero les dará tregua durante cinco horas. Impresentable. 

También es un fracaso de la ONU, que nada ha podido hacer para frenar la guerra. Ya hemos perdido la cuenta de las conversaciones de paz y de las propuestas de tregua permanentemente incumplidas por el régimen sirio. La irrupción de grupos terroristas que han aprovechado la destrucción del país para operar en él, desvirtuando la legítima y necesaria lucha contra el tirano sirio, ensuciando las justas reivindicaciones de los rebeldes sirios, no ha hecho más que enfangar la situación. Hay quien cree que Al Assad, el carnicero de Damasco y responsable de miles de muertes de sus compatriotas, es el mal menor frente a grupos yihadistas que se han hecho fuerte en algunas partes de Siria. Es elegir entre lo malo y lo peor, nos dicen. Al Assad, al menos, contendrá a los terroristas, afirman, quizá sin caer en la cuenta que Al Assad considera terrorista a todo aquel sirio que no le apoye, aunque sean civiles pacíficos que sólo quieren perder de vista al dictador. Hay unas 400.000 personas atrapadas en los bombardeos en Ghouta. Y el mundo mira hacia otro lado, sin hacer nada para detener la masacre y sin ni siquiera caer en la cuenta de que los miles de refugiados que llegan a Europa huyen de infiernos como este. 

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