Dejemos en paz a las lenguas

No hay nada que envidie más en otras personas que su capacidad de hablar muchas lenguas. Siempre que voy al cine veo las películas en versión original, conozca o no el idioma en el que están rodadas, porque es la forma de captar en su esencia las interpretaciones y por la belleza de la musicalidad del idioma de turno, que es distinta en cada lengua. Me fascina América Latina por mil razones, pero sin duda una de ellas es porque resulta maravilloso compartir lengua con tantos millones de personas al otro lado del charco, por escuchar con otros acentos bellos y con otras expresiones encantadoras el mismo idioma. Estoy estudiando francés, al fin, un proyecto largamente postergado. De París me enamora todo, incluido ir por la calle escuchando francés, ese idioma tan musical, tan hermoso. Cuando hago alguna entrevista en inglés o me sé defender en ese idioma siento una gran satisfacción. Siempre que vuelvo a Euskadi intento, sin demasiado éxito, quedarme con alguna expresión, con algún término, al menos para saludar y dar las gracias en euskera. 


Cuando voy en el Metro, en la línea del aeropuerto que me lleva al trabajo, no pocas veces aparco un ratito mi lectura para escuchar distintos idiomas, distintos acentos, de viajeros que van o vienen. No por cotillear sus conversaciones, desde luego. Pero sí por la belleza de cada idioma, todos ellos distintos, todos con su propio encanto. Si es un idioma que conozco, intento captar alguna frase o comprobar la pronunciación de algún término. Si lo desconozco por completo, me quedo atrapado de esas palabras que no comprendo, de ese ritmo armonioso, del tono en el que son pronunciadas. Me encanta comprender, tras escucharlas varias veces y consultar su letra en Internet, los temas en catalán de Manel. Disfruté de Verano 1993 (Estiu 1993) en catalán, igual que de Handia en euskera y de todas las películas en inglés, francés o alemán que disfruto (con subtítulos, claro) cada año en el cine. 

Cada día tengo más claro que me hubiera gustado recibir en el colegio unas pequeñas nociones básicas de todos los idiomas oficiales de España. Me encantaría poder tener una mínima base en gallego, en catalán, en valenciano, en euskera. Jamás defenderé que a alguien se le prive de un idioma, más bien todo lo contrario, que pueda aprender los máximos posibles. En las calles de Barcelona, por ejemplo, maravilla escuchar la mezcolanza de idiomas, de tantos turistas de todas las partes del mundo atraídas por la ciudad, y también ver a grupos de barceloneses que hablan entre ellos indistintamente en español y catalán, sin el menor problema. Las lenguas existen para comunicarse, son riqueza cultural, son diversidad. Y exactamente para eso se usan en Cataluña, por mucho que se empeñen cuatro fanáticos de aquí y cuatro de allí en sostener lo contrario.  

Naturalmente, se puede estar en contra del modelo de inmersión lingüística en catalán. Obviamente, se pueden sostener posturas diferentes, a ser posible, con argumentos. De eso va exactamente la política, aunque no estemos acostumbrados a ello en este país. Pero nada de eso es lo que hemos visto estos días con la polémica por la intención del gobierno de cambiar, aprovechando el artículo 155, el modelo educativo en Cataluña. De entrada, utilizar un recurso excepcional como el 155 para cambiar un sistema que fue aprobado por los legítimos representantes de los ciudadanos catalanes, con un enorme consenso en aquella sociedad, suena feo. Que, además, quien tome esa medida sea un partido político residual en Cataluña, según los resultados de las últimas elecciones, añade algo de rareza a todo esto. Y, para colmo, que el debate, por decir algo, se plantee en términos tan ásperos, tan llenos de odio y desprecio al de enfrente, algo que vemos por ambos lados, ya desmoraliza del todo. 

Parece evidente que en una sociedad plenamente bilingüe como la catalana, conocer el español y el catalán es algo necesario. No porque haya unos malvados señores independentistas que quieran imponer de forma atroz un idioma al resto. Es más sencillo y menos conspiranoico que todo eso. Sencillamente, en Cataluña se hablan ambos idiomas con absoluta normalidad. Lógico, por tanto, que se enseñen ambos idiomas. El hecho de que la lengua vehicular sea el catalán puede, naturalmente, parecer en error a muchas personas. Es legítimo que piensen así y que propongan otro modelo. Pero, de nuevo, da la sensación de que tiene sentido que se preserve especialmente un idioma minoritario, como es el catalán. Sencillamente porque nadie puede sostener con el menor rigor que el español (idioma que comparten cientos de millones de personas en todo el mundo) corre peligro en Cataluña. 

La gran paradoja en todo esto, creo, es que quienes más se enervan por la inmersión lingüística son personas que hablan español y que exigen que a sus hijos se les enseñe ese mismo idioma que ya escuchan en su casa, en lugar de, qué horror, aprender otro que también escucharán con normalidad en las calles. Uno piensa que sería sensato que fueran las personas que sólo hablan español las más interesadas en que en la escuela se impartieran las clases en catalán, para que sus hijos conozcan y dominen ese idioma, lo cual les dará más oportunidades en la sociedad. Seguro que hay razones legítimas en ambos lados del debate, excluyendo a los fanáticos radicales de un lado y otro. Segurísimo. Pero, de entrada, uno no ve nada anómalo en que en una sociedad bilingüe se luche por preservar el idioma más minoritario, que se proteja especialmente al catalán, que es tanto como proteger una cultura, unas obras escritas en ese idioma. De forma totalmente complementaria con el uso del español, que está totalmente extendido por Cataluña. 

Por supuesto, habrá quien proponga otros modelos y quizá sean razonables. Desde luego, ningún modelo es inmejorable. Pero me da la sensación de que lo que estamos viviendo estos días es algo bien distinto a un debate sosegado sobre el sistema educativo en Cataluña. Más bien veo una competición entre el PP y Ciudadanos a ver quién es más nacionalista español en su respuesta a los nacionalistas catalanes, porque ya sabe que todo nacionalismo es espantoso salvo el propio, al que llamamos patriotismo y aquí paz y después gloria. Ojalá se entendiera, allí y aquí, que las lenguas están para unir, nunca para separar. Ojalá supiéramos apreciar la riqueza de tener varios idiomas en España. Ojalá hubiera menos personas que exigieran de forma tan asombrosa que a sus hijos no se les enseñe otro idioma distinto al suyo, salvo que sea un idioma extranjero, que entonces sí nos parece muy bien que el chaval lo estudie. Ojalá el politiqueo barato no ensuciara también las lenguas, todas hermosas, todas necesarias y bellas a su manera, pues sirven a las personas para comunicarse entre sí, y con ellas se crean poemas, películas o cancionesOjalá, en fin, dejáramos en paz a las lenguas. 

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