El bar

Álex de la Iglesia no olvidará fácilmente el año pasado, especialmente prolífico para él. Estrenó a comienzos de 2017 El bar, una historia disparatada y excesiva, es decir, una historia de Álex de la Iglesia, que ahora se puede ver en Movistar, y no sé si en alguna otra plataforma. Y a finales del año llevó a la pantalla grande Perfectos desconocidos, una versión de una comedia italiana que está teniendo un éxito arrollador en taquilla, con esa historia de amigos que deciden jugar al peligroso juego de compartir los secretos que revelan sus teléfonos móviles, con imprevisibles consecuencias. 

La audiencia y la crítica han aplaudido más esta última película, y probablemente es mejor que El bar, pero esta cinta no es por ello poco interesante. De hecho, es mucho más reflejo del personalísimo cine del director que su última cinta, donde deja señas de su estilo, pero más mitigadas. En El bar la locura y el exceso se adueñan de la historia desde el primer plano. Puro Álex de la Iglesia. Con un comienzo frenético marca de la casa, conocemos a los distintos personajes que protagonizarán la historia. Distintas personas que desayunan en un bar del centro de Madrid. De pronto, uno de los clientes, empleado de banca que ha hecho un descanso de 20 minutos para descansar, se marcha, apresurado. Y, nada más pisar la calle, alguien le dispara. Otra persona sale del bar para auxiliarle. Y también es tiroteado. 


No puede ser más sugerente el principio. ¿Por qué disparan a todo aquel que sale del bar? ¿Por qué, de pronto, el centro de Madrid está vacío? ¿Por qué no salen en las noticias estos dos asesinatos misteriosos? ¿Y a qué se debe que ningún móvil tenga cobertura? Álex de la Iglesia es único planteando situaciones delirantes. Rodeado de varios de sus intérpretes de referencia en sus últimas películas, como Blanca Suárez o Mario Casas (probablemente, en su mejor interpretación), la historia avanza de un modo totalmente desenfrenado, el caos de apodera de todo. Los personajes tienen miedo. "El miedo trastorna a las personas", dice uno de los personajes. "No, el miedo muestra su verdadera cara", expresa otro. Y así, con pavor ante la situación extraña que sufren en ese bar, y con un desarrollo más y más delirante a cada plano, avanza una historia que quizá pierde algo de fuerza en su tramo final. Es relativamente frecuente en el cine del director, y en parte se comprende, porque sus películas comienzan siempre muy arriba y no es sencillo mantener el pulso. Pero es, en todo caso, una película muy disfrutable, muy loca, muy recomendable. 

Como suele ser habitual en el cine de De la Iglesia, los personajes son muy peculiares. Blanca Suárez da vida a una chica más bien pija que no suele frecuentar esos bares. Mario Casas sí, porque es un hipster de manual que abraza la esencia de esos bares auténticos de aceitunas y máquinas tragaperras. A estas máquinas está enganchada la mujer a la que interpreta Carmen Machi, siempre magnífica en cualquier registro, y desde luego en el cómico. La propietaria del bar es Terele Pávez, en su penúltima película, y a su lado está Secun de la Rosa, quien protagoniza uno de los monólogos más divertidos de la cinta. Completan un reparto en estado de gracia el actor argentino Alejandro Awada, Joaquín Climent y un soberbio Jaime Ordóñez, quien da vida al personaje más histriónico del filme, un mendigo que repite sin cesar pasajes bíblicos, ríe en las situaciones más dramáticas y protagoniza las escenas más hilarantes del filme. 

Estos personajes tan dispares deben cooperar, o no, para intentar salir de esta extraña situación. Es una película divertida, en la que uno constata de nuevo el rico mundo interior de Álex de la Iglesia, su desbordante imaginación y su extraordinaria capacidad de retorcer más y más una trama ya de por sí surrealista. Sus películas son las más gozosas celebraciones del exceso. Cine sin límites ni control, cine con mayúsculas. 

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