Cobardía e irresponsabilidad

A Carles Puigdemont le está pasando lo mismo que a los guionistas de las series que se alargan más de lo debido: se le va de las manos la historia, no sabe cómo ponerle punto final. No sé si todo terminará siendo un sueño de Artur Mas, como Resines en Los Serrano, o si Puigdemont resucitará alguna antigua reivindicación, como en esas series en las que resucitan personajes con inusitada facilidad, como si aquí no hubiera pasado nada. Pero sí parece claro que el president (o expresident, tras el 155) no tiene muy claro por dónde seguir. Su comportamiento en los últimos días, desde que el Parlament proclamó la república catalana y el gobierno central aplicó el artículo 155, es la propia de alguien desconcertado en una alocada huida hacia adelante. 



La portada de hoy de El Periódico resume bien la opinión de muchos sobre los acontecimientos de los últimos días. "President, déjelo ya", leemos en la primera del diario catalán, desde luego, nada sospechoso de españolista ni anticatalán. Y es lo que pensamos muchos que, como este diario, llevamos tiempo defendiendo que hay que escuchar las legítimas reclamaciones de los dos millones de personas que apoyan a partidos independentistas en Cataluña y clamando por dar una respuesta política a un problema político. Nada de eso ha cambiado. Esos catalanes independentistas siguen existiendo y siguen sin ser unos diablos malvados, son personas normales con una determinada posición política que es perfectamente legítima y que debe ser respetada y escuchada. Seguimos pidiendo diálogo, tender puentes, cuidar la convivencia. Nada de eso ha cambiado. Pero quizá algunos hemos puesto demasiado énfasis en este aspecto, que seguimos considerando vital, y hemos ahorrado por ello críticas a la sinrazón de los gobernantes independentistas. Y una cosa es seguir estando convencidos de que la respuesta de los sucesivos gobiernos españoles a las reclamaciones de una parte de la población catalana ha sido insuficiente y que no conviene echar leña al fuego, y otra bien distinta es no remarcar como conviene la irresponsabilidad impresentable del Govern. 

Carles Puigdemont compareció ayer en Bruselas en una rueda de prensa surrealista. Avisó Oriol Junqueras hace unos días en un artículo que el gobierno catalán (destituido con el 155) iba a tomar decisiones que iba a costar entender. Lo que no sabíamos es que hablaba literalmente: que no íbamos a entender nada de lo que hicieran y dijeran los responsables independentistas. El president combina muchos de los peores defectos políticos. Igual que el resto de diputados partidarios de la independencia, se comportó con cobardía al promover una votación secreta en el Parlament. Pero, siendo cobarde, no es prudente. Todo lo contrario. Es un incendiario, un kamikaze que ha hecho oídos sordos a las señales bastante claras del daño a la convivencia en Cataluña que estaba causando su política. 

Es sectario, mucho. Se puede ser abiertamente independentista. Lo repetiremos una y mil veces: es totalmente legítimo. Pero no puedes pretender aplicar tu proyecto político sin contar con la mayoría suficiente para hacerlo y sin escuchar a la mitad de la población, como mínimo, que no piensa como tú. Los partidos independentistas convocaron unas elecciones autonómicas en 2015 a las que decidieron dar un corte plebiscitario. Las perdieron. No tuvieron más votos que los partidos no independentistas. Entonces, en lugar de afrontar la realidad, decidieron divorciarse de ella y, aprovechando que tenían más escaños gracias a la ley electoral, confundir su mayoría parlamentaria con una mayoría social amplia. Se presentan como únicos representantes válidos de los catalanes, como si quienes no les votan no fueran igual de catalanes que ellos. Puigdemont, junto a ERC y la CUP, decidió conducir a los restos de la antigua Convergencia a un precipicio. Saltándose la ley. Dividiendo a la sociedad. Pidiendo diálogo con la boca pequeña mientras no se apeaba de su proyecto de ruptura unilateral. 

Ha demostrado cobardía, irresponsabilidad y sectarismo. Cobarde fue votar en secreto por la independencia. Y cobarde, mucho, ha sido esta huida extraña hacia Bélgica, dice que no para pedir asilo. Mientras pide a los funcionarios catalanes, a quienes ha puesto en una situación imposible, que resistan a la aplicación del 155, él se va a Bruselas a hacer turismo. Impresentable. Declaró que no volverá a España hasta que no tenga garantías. Lo declaró en una rueda de prensa con medios internacionales en la que no atendió a medios españoles. El independentismo se había apuntado hasta ahora no pocos tantos en la batalla mediática, en parte, gracias a errores de bulto del gobierno central, como las cargas policiales del 1 de octubre. Pero este sainete, el circo de ayer, es demasiado absurdo como para que nadie lo compre en los medios internacionales. España tiene no pocos defectos y comete no pocos excesos(acusar a los líderes independentistas de rebelión, delito que incluye el uso de la violencia, es uno de ellos), pero presentarlo como una especia de dictadura en la que no hay garantías de un juicio justo es algo impresentable. 

Además de todo eso, Puidgemont ha demostrado incoherencia, porque si acepta que declaró la independencia el otro día, no es comprensible que se presente a las elecciones del 21 de diciembre, ya que es una forma de aceptar que él ya no es president y que concurriendo a esos comicios autonómicos, convocados por Mariano Rajoy, asume la aplicación del 155 y todo lo que ello implica. Es un alivio que los partidos independentistas concurran a estas elecciones, porque el riesgo de un boicot era alto y hubiera generado una situación muy indeseable. Pero no es coherente con su certeza de haber proclamado la independencia. Y supongo que será muy difícil vender este funambulismo político a los votantes independentistas. Tampoco es coherente que Puigdemont diga que España es un país sin garantías, pero sólo se vayan él y unos pocos consellers a Bruselas, mientras que el vicepresidente desu Govern o la presidenta del Parlament siguen aquí. 

Reconozco que, enfocado en la necesaria convivencia, en el respeto escrupuloso a quienes piensan distinto a mí, en la desesperación por los excesos del bloque unionista (que haberlos, haylos, a raudales), quizá he pasado demasiado de puntillas por la crítica que merecen desde hace mucho los gobernantes catalanes. No digo los catalanes, esa generalización tan estúpida e interesada, ni siquiera digo los catalanes independentistas, personas respetables con una posición política legítima, digo los líderes independentistas. La ineptitud, incompetencia, cobardía e irresponsabilidad de Puigdemont y compañía. Su daño devastador a Cataluña y a España. No está claro por dónde seguirá la línea de defensa de Puigdemont, pero su abogado ya ha dicho que no se presentará ante la Audiencia Nacional. Veremos. Es todo tan surrealista, tan irresponsable, que si fuera independentista estaría muy disgustado con estos líderes, que desde luego no están a la altura de las legítimas aspiraciones de tantos ciudadanos en cuya cara se ríen. 

Sería un error, en todo caso, pensar que esta disparatada actuación de los líderes independentistas, que han quedado totalmente noqueados por la audaz convocatoria electoral del 21 de diciembre por parte de Rajoy, supone el final de este problema. Repetimos lo dicho tantas veces: no van a desaparecer esos ciudadanos catalanes partidarios de la independencia. Ni se van a restañar por arte de magia las heridas de estos meses. Los recelos, las insatisfacciones, los odios, el fanatismo, el auge peligroso de la extrema derecha, los excesos allí y aquí, el patrioterismo barato y chusco, el daño a la convivencia. La intervención de Josep Borrell en la manifestación unionista del domingo pasado fue muy aplaudida por personas de distintos planteamientos políticos (no por independentistas, claro). Intuyo que cada cual se fijó en una parte del discurso. Hay quien entró en éxtasis con la cursi metáfora de las hojas de otoño con los colores rojo y amarillo, muy por debajo del nivel de Borrell y su inteligencia, pero no reparó en su llamamiento a "reconstruir los afectos", algo vital, a lo que desde luego no se están dedicando los líderes independentistas, pero tampoco quienes pretenden humillar a todos los independentistas en vez de intentar reparar todo lo que este proceso y la intolerancia han destruido. Es lo que toca. Más importante que cualquier otra cosa. Reconstruir los afectos. No nos hagamos más daño. 

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