Abracadabra

"¿Pero qué me has traído a ver?", preguntaba entre anonadada e indignada una joven a su compañero en los cines tras salir de ver Abracadabra, la última película de Pablo Berger. "Pues a mí me ha gustado", respondió él. Supongo que conservaciones parecidas se han escuchado en todos los cines en los que se expone esta muy peculiar y personalísima película, protagoniza por Maribel Verdú, Antonio de la Torre y José Mota. Es una cinta disparatada y excesiva, con momentos geniales y una mezcla de géneros que, como sucede con las comidas, se le puede indigestar a más de uno. 

Lo mejor del filme es que es libérrimo. El director ha hecho exactamente lo que le ha dado la real gana. Debería ser siempre así, pero pocas veces queda tan claro. En pocas ocasiones es tan personal, tan desprejuiciada y tan atrevida una película. Esto no significa que sea una obra maestra, pues hay momentos en los que la cinta desbarra y su final quizá no está del todo a la altura de lo visto hasta entonces. Pero sí quiere decir que es una película en la que el director hace una apuesta valiente, levantando una historia pocas veces vista, del todo inclasificable, que tiene en esa frescura del guión y en las sublimes interpretaciones de sus protagonistas sus dos principales puntales. 



Hay escenas memorables, que justifican por sí solas la película, como un monólogo de Julián Villagrán narrando un suceso del pasado que es insuperable. La cinta es divertida, más cuando no pretende serlo, cuando no busca hacer reír deliberadamente. Pero es mucho más que eso. No podría calificarse de comedia. O no del todo. Hay momentos de intriga, casi de cine de terror, pero nunca es convencional. Lo surrealista, lo que parece no tener ningún sentido (porque, en ocasiones, no lo tiene), es muchas veces lo que más talento requiere. Y talento y valentía le sobran a Pablo Berger, quien viene de triunfar hace años con una versión muda en blanco y negro de Blancanieves. Allí no había color ni palabras, mientras que aquí, en Abracadabra, hay ruido, gritos, carreras, histerismo y una explosión de colores. Son tan diferentes, que se parecen en su originalidad, en llevar el sello de un autor que sabe lo que quiere contar y cómo quiere hacerlo. 

Suena a tópico, pero en este caso es real, es una película que no deja a nadie indiferente. Es imposible que esta cinta te deje frío. Puede parecer una bufonada sin sentido, como intuyo que le pareció a la chica de la que hablaba arriba, o que es una genialidad, pero desde luego no dejará indiferente. Aunque se piense que es una cinta irregular, con altibajos (que lo es, o eso creo), es imposible no reconocer que tiene personalidad. Es una opereta, una película excesiva en todo, pero subyace una historia más profunda y seria de machismo y dominación. La protagonista, magistralmente interpretada por Maribel Verdú, sufre a su despótico marido, a quien da vida con la solvencia habitual Antonio de la Torre. Todo cambia cuando, en una boda familiar, el primero de la protagonista (José Mota) somete a un ejercicio de hipnosis al esposo de aquella. De pronto, empiezan a pasar cosas raras. 

Con algunas escenas brillantes y otras previsibles, pero sin dejar de atraer la atención del espectador, Abracadabra es la típica película que no recomendarías a todo el mundo, pero sí a quien acude al cine con ganas de dejarse sorprender, de encontrar historias diferentes que no aborden temas manidos ni recorran caminos trazados. Por cierto, la cinta, además de otras muchas cosas, tiene un cierto mensaje feminista, muy sutil y original, y en eso se parece a la genial Colossal, de Nacho Vigalondo. Dos obras muy personales e imposibles de etiquetar de dos directores españoles sin complejos estrenadas este año. Dos cintas notables. 

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