Zenit. La realidad a su medida



En las cortes medievales, sólo los bufones podían cantar las verdades, disfrazadas de broma, camufladas entre risas, de las que se van congelando a medida que uno descubre que la gracieta divierte, precisamente, porque describe la realidad. Unos cuantos siglos después, la compañía teatral Joglars ejerce la misma función. No es casual que se llamen así, juglares, esos artistas que entretenían y que tiraba de ironía y picaresca para reírse de todo. En su último trabajo, Zenit. La realidad a su medida, Joglars plantea una sátira brillante sobre la situación del periodismo en la actualidad


Cuanto más surrealista es la situación representada en escena, cuanto más exagerado parece el planteamiento, más precisión milímetra se aprecia en su disección sobre los medios. Tanto que duele. Uno ríe, pero no porque la bufonada esté alejada de la realidad y fabule situaciones hilarantes, pero poco reconocibles, sino porque describe lo que pasa con asombrosa fidelidad a los hechos. Zenit es un periódico ficticio, demasiado parecido en demasiadas cosas a tantos medios hoy en día, en el que mandan los clics a las noticias, las fotografías de impacto, el sensacionalismo. Su directora viste siempre con una chaqueta amarilla, el color que se asocia con el periodismo sensacionalista. La obra transcurre en un escenario sencillo que representa la redacción de Zenit, una redacción súper moderna, en la que el grupo de medios se ha gastado todo el dinero, para luego malpagar a sus empleados y contratar a becarios. Otra vez, tan real que duele. 

El protagonista central de la obra es un periodista de la vieja escuela, que tiene una afición algo desmedida al alcohol, y en cuya mente ocurren algunas de las escenas más brillantes de la función (su sueño inicial, que repasa distintos episodios históricos, es descomunal). Es este personaje un trasunto de don Quijote y llama Sancho al becario que le acompaña. Se ve, como el caballero de la Mancha, como el último defensor de unos valores añejos, en serio riesgo de extinción. El periodismo de investigación, el de contrastar las noticias, el que obliga a tener tiempo y recursos para trabajar en las historias, el que prefiere dar una noticia bien a darla rápido, el periodismo que antepone el rigor a la audiencia, el que se preocupa más de informar que de entretener, es decir, el periodismo a secas, parece a veces, sobre todo en determinados lugares (muchas webs, muchas de medios tradicionales, también), algo tan desfasado, tan perdido en la memoria de los tiempos, como esos códigos de las novelas de caballerías que enloquecieron a don Quijote. 

Circulan por el escenario muchos de los defectos del periodismo actual y, por supuesto, también muchos de los defectos de los lectores, de la sociedad a la que se dirigen esos medios. La obra muestra una inteligencia poco usual y un grado de conocimiento de la realidad de los medios apabullante. Con acidez, de forma satírica, sin compasión, se exhiben muchos de los males del periodismo. La banalización de los contenidos, por ejemplo, de tal forma que se convierte en más noticioso un tropezón de Putin que su invasión de Ucrania. El toque sensacionalista que se le da a todas las informaciones, incluidas las que tienen que ver con el terrorismo, por ejemplo. La obsesión con los móviles (sin los que, literalmente, parecemos no ser capaces de vivir), con las redes sociales, con los hastag... Hay muchos momentos deslumbrantes en la función. Uno de los mejores transcurre en un metro, con la gente tuiteando de forma frenética y descontrolada, llena de ruido. 

Zenit es una obra excelente para toda la sociedad y, muy especialmente, para los periodistas. Y, sobre todo, para los propietarios de los medios de comunicación, quienes han cedido ante la presión del clic, de la audiencia a costa de todo. Habla de la renuncia a formar e informar, cediendo todo el terreno al entretenimiento, de los todólogos (los que opinan de todo sin saber de nada), de la banalización de los contenidos, del exceso de deportes en los medios, de la falta de interés por las noticias realmente importantes ("es que este corresponsal siempre habla de lo mismo, guerra y miseria, miseria y guerras"), de cómo los medios se copian los últimos inventos revolucionarios, que siempre consisten en algo que poco tiene que ver con hacer buen periodismo. 

Si algún pero se puede poner a la obra, quizá sería que pasa demasiado de puntillas por otros males del periodismo actual, como la concentración empresarial en muchos medios (sí hay un momento en el que la dueña de Zenit comenta que tres medios distintos son suyos) o, sobre todo, de la falta de independencia económica (es decir, de la falta de independencia a secas) de otros tantos, tan condenados a no molestar a anunciantes y accionistas, tan atados de manos. La brillantez y lucidez de Joglars en esta obra impactan. Es un necesario toque de atención, una luz de alarma para los que todavía creen en la necesidad del buen periodismo, para quienes no quieren que los periódicos se conviertan en recopilaciones de vídeos de gatitos, de zascas y de adivina quién ha dicho qué a fulanito de tal. Como los juglares de antaño, la compañía catalana canta las verdades, con ironía y sorna, en una sátira impresionante y altamente recomendable. 

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