Gente irritante y "películas lentas"

Ir al cine es una experiencia mágica e irrenunciable que sólo tiene un inconveniente: la gente. No es la mayoría de la gente, claro. Son una minoría, pero muy ruidosa e irritante. De un tiempo a esta parte, la mala educación de estas pocas personas ha ido en aumento. O mi tolerancia, en descenso, que también puede ser. No servirá para nada quejarme amargamente aquí, pero al menor que valga como desahogo. Hay una innumerable lista de comportamientos despreciables en los cines. No pretende este artículo ser una enumeración exhaustiva, porque sería imposible recordarlos todos. Sólo mencionaré los más insoportables. 

Empecemos por las palomitas. No tengo nada en contra de las palomitas como alimento. Me gustan, incluso. Tampoco tendría nada en contra de que se comieran palomitas en los cines, más allá de que los géneros palomiteros por excelencia me echan bastante para atrás, si no fuera porque la gente hace ruido al comerlas. El problema no son las palomitas ni los refrescos, sino la falta de educación elemental de quienes incomodan al resto de espectadores con sus ruidos molestos. Creo que al cine no se va a comer ni a beber, sino, qué locura, a ver cine. Pero aceptaría que otras personas no conciban esta experiencia sin su paquete familiar de palomitas si al menos las comieran en silencio.

Luego están los que llegan tarde. No sé si son siempre las mismas personas las que llegan tarde o en cada sesión se van turnando distintos espectadores para molestar a todos los demás. Si es así, su organización está perfectamente engrasada. Porque el caso es que rara vez no se vive esa escena. Siempre, siempre hay personas que llegan tarde. Y, además, suelen ser personas a las que les cuesta descifrar la complejísima información que incluye una entrada de cine. Por extraño que parezca, hay espectadores que confunden el número de fila con el de la butaca. Alguno llega incluso a querer sentarse en la butaca 5 porque están en la sala número 5. También es particularmente divertido cuando el cine está totalmente lleno y sólo quedan dos butacas vacías. La película está a punto de comenzar y entra una pareja que tarda media vida en percatarse de lo que resultaba bastante obvio: que esas dos butacas vacías serán las suyas. Rezo por que llegue el día en el que se prohíba la entrada al cine cuando haya comenzado la película. No se molesta a los actores, como en el teatro, pero sí al resto de espectadores. 

Siguiendo con el proceso, cuando ya todo el mundo está sentado en sus butacas, o no, llegan los tráilers. Y hay muchas personas que deciden que los tráilers no les interesan, lo cual me parece muy respetable. Pero también deciden, y eso no lo soporto, que tampoco tiene por qué interesarnos a los demás. Y ahí se equivocan. Siempre hay alguien que habla de cualquier asunto, y generalmente en un tono de voz demasiado alto, mientras otros intentamos ponernos al día de los próximos estrenos. 

Luego empieza la película. Y ahí ya llega el festival. Hay distintos tipos de especímenes. Uno de los más irritantes es el de quienes siguen hablando del mismo tema insustancial del que hablaban antes de que empezara la película, como si esos primeros planos no importaran de verdad, como si no estuvieran rodeados de personas que han pagado una entrada para ver una película, no para escuchar los dramas de los espectadores de la butaca de enfrente. En estos casos se pueden seguir distintas tácticas, teniendo claro, para no frustrarse, que habrá tipos con los que ninguna funcionará. Si están cerca, dentro del campo de visión, lo mejor es mirarles, a ser posible, tras girarse de forma brusca. A veces, cuando esas personas tienen un poco de educación, sirve para que se callen. Otras, no. También está el clásico siseo, que me temo que va perdiendo efecto, pero al que no debemos renunciar quienes queremos disfrutar del cine sin que tipos irritantes nos amarguen las películas. 

Afortunadamente, el cine tiene tal capacidad de atracción y tal magnetismo que estas actitudes insoportables nunca se sobreponen a la calidad de la película, al interés que despierta la trama que vemos en la pantalla. Pero ellos, insisten e insisten. Está también quien no habla de sus dramas cotidianos, lo cual es un avance, pero sí comentan cada plano con su acompañante, algo que resulta insoportable. Comentarios más bien estúpidos, lo cual no sorprende, claro. Si de verdad hay personas que no pueden disfrutar de una película en silencio, si son incapaces de estar callados una hora y media o dos horas, que se queden en sus casas viendo películas en DVD o en cualquier plataforma digital, sin molestar a los demás. Es más, estoy totalmente en contra del pirateo, pero si quienes van a consumir las películas de este modo son los que no hacen más que molestar al resto de espectadores en las salas, estaría dispuesto a reconsiderar mi posición. 

El sábado pasado disfruté de la maravillosa Doña Clara y estaba rodeado. A mi izquierda, una pareja en la que el hombre hablaba con frecuencia y hasta se le calló el móvil entre mis piernas en una ocasión. Por supuesto, no hice el menor intento de acercárselo. Lo habría pisado con gusto, pero simplemente me quedé quieto. Este tipo le dijo a su mujer en un momento del filme que la película era "un poco lenta". La mujer coincidía en su juicio, que este buen hombre entendió que nos interesaba a los que estábamos alrededor. Pues mire, no. No es lenta. Hable al menos con propiedad. Diga que no es capaz de mantener la atención en una historia más de una hora. Diga que es que, jo, no hay explosiones ni escenas de persecuciones de coches, sino dramas íntimos, diálogos e historias sensibles y delicadas. Diga que necesita ver su cuenta de Facebook o consultar el resultado del partido de fútbol, o que habría querido entrar a ver otra cinta, más básica. Pero no utilice lenta, automáticamente, para describir una película no comercial, no fácil de masticar, que da más peso a las historias personales, a la calidad de los diálogos y a la capacidad de provocar reflexiones del cine, que a las escenas de acción o a los golpes de efecto tan palomiteros. 

A mi derecha había otra pareja en la que él también lo comentaba todo, hasta el menor detalle, sobre la película. Estos, al menos, no debían de pensar que nos interesaba a los demás sus juicios, por losque al menos los hacían en un tono algo más bajo. Pero igualmente insoportable. ¿De verdad no pueden seguir una historia en silencio, guardándose sus malditos comentarios para cuando acabe la película? Parece mentira que en un lugar donde tanto se disfruta a veces surjan instintos homicidas. Si tuviera mascota bien podría decir, parafraseando a Diógenes, que cuanto más voy al cine (y conozco a la gente), más quiero a mi perro. 

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