María (y los demás)

Decir que Bárbara Lennie está en estado de gracia en una película es tan reiterativo como afirmar que por la noche se puede contemplar la luna. Una obviedad, algo evidente, un pleonasmo, como asegurar que hemos visto algo con nuestros propios ojos (con cuáles, si no). El estado natural de Lennie es ese. Deslumbra con cada interpretación. Encuentra el tono perfecto en cada papel. En María (y los demás), la ópera prima de Nely Reguera, da vida a la María del título. Lennie está presente en cada plano de la película. Protagonismo absoluto, acompañada, sí, de grandes intérpretes, y respaldada en un guión notable, pero llevando el peso de la cinta desde el minuto uno hasta un final abierto y sugerente. Sólo por disfrutar de una nueva exhibición de la actriz, vale la pena pagar la entrada para ver esta película sobre la familia, la factura que a veces pasa la generosidad y la necesidad de amoldar la vida cuando algo inesperado la pone patas arriba. Este filme indica también que Nely Reguera es una nueva voz del cine que habrá que seguir de cerca. 

María ha cuidado de su padre desde que, 15 años atrás, falleció su madre. Su progenitor (José Ángel Egido) acaba de recuperarse de un cáncer cuando comienza el filme. María ha estado a su lado en todo momento. Cocinando para él. Acompañándole al hospital. Entregada en cuerpo y alma. Sus hermanos llaman, se interesan de cuando en cuando, pero llevan sus vidas. Ella ha sido el pilar de la familia en las últimas décadas, ella cocina para todos, ella atiende a todo el mundo, cuida a quienes la rodean, pero no es cuidada por nadie. Todo cambia cuando su padre se enamora de una de las enfermeras que le atendió durante su convalecencia. Decide casarse con ella y el mundo de María se desmorona


La cinta tiene situaciones cómicas, sin duda, pero los espectadores no se ríen demasiado. Porque esas escenas despiertan más sonrisas de ternura, de comprensión, de lástima, que carcajadas hilarantes. Todos los personajes del filme tienen muchas aristas. El título de la película es muy acertado, porque remarca bien el protagonismo absoluto de María (Bárbara Lennie), pero también el peso de las relaciones familiares en su vida. Como en la de todo el mundo. Asistimos a comidas familiares, a reencuentros con un hermano que vive en Londres (magnífico Pablo Derqui), que tiende a picarse y a enfrentarse en conversaciones políticas con otro hermano, un poco pánfilo, a quien da vida Vito Sainz (uno de los protagonistas de Los exiliados románticos, de Jonás Trueba). a discusiones, a abrazos cariñosos... La familia como núcleo, como fuente de satisfacciones y de disgustos. 

Hay una frase hermosa que leí hace días que decía algo así como "nadie es tan inteligente como para saber todo el mal que causa". Y un poco de eso va también María (y las demás). De cómo, probablemente de forma inconsciente, las personas que más quieren a María y a las que más quiere ella son también las que más le hacen sufrir. Nada malo ha hecho su padre por enamorarse de una mujer. Nada se le puede echar en cara. Pero eso destroza a María, porque se descompone su mundo, porque, como afirma en una escena del filme, ahora tendrá más tiempo para ella y podrá dedicarse a terminar su novela, pero todos esas razones que enumera como motivos para estar feliz, en realidad, le asustan, le entristecen, le enrabietan. María, que es la generosidad en persona, que lo da todo y no recibe nada, apenas migajas de cariño, se encuentra perdida después de 15 años volcada en su familia, en su padre, en los demás. Y, por momentos, cae un poco ese egoísmo de los demás que tanto daño le han hecho. 

También tiene la protagonista del filme amigos, y uno más íntimo. Pero las relaciones son, aquí también, superficiales. Ella ama a ese chico, interpretado por Julián Villagrán, pero él sólo la quiere para pasarlo bien juntos, sin el menor compromiso. María acaricia el sueño de publicar una novela, en la que habla, sobre todo, de sí misma, de su propia familia. Coquetea con esa idea durante todo el filme, y fabula ser una escritora de éxito, improvisa ruedas de prensa en salas donde sólo está ella, se imagina a escritoras triunfales elogiando su obra y pidiéndole un autógrafo. Es una persona, en fin, vulnerable, que ha llenado su existencia en servir a los demás y ha recibido muy poco a cambio. Sus hermanos reconocen que haya cuidado de su padre, pero pronto llega el egoísmo, los roces, la incomprensión.

María (y los demás), nominada a dos premios Goya (mejor dirección novel y, claro, mejor actriz) y a dos premios Feroz, es una historia sencilla que conecta con el espectador, que le interpela. Va más allá de una comedia más sobre la crisis existencial de treinteañeros que no saben bien qué hacer con su vida. De hecho, no es una comedia pura. Hay escenas cómicas, pero el filme es más bien dramático. Hace pensar más que reír. Y resulta imposible no simpatizar con María, esa mujer entrega a los suyos a los que nada sale bien y que no termina de decidirse a dar un paso adelante para recuperar el timón de su vida. El final, abierto, pero que deja clara la decisión que termina tomando la protagonista, es un acierto. Una película chiquita, sin pretensiones, muy interesante. Y Bárbara Lennie. 

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