Pesadilla socialista

Lo único bueno para el PSOE de las catastróficas expectativas electorales que le otorgan el CIS y otras encuestas es que parece muy complicado que caiga más bajo el 26 de junio. Al margen de este consuelo menor, y probablemente falso, porque nadie garantiza que el suelo de los socialistas esté ya marcado, el partido liderado por Pedro Sánchez tiene pocos motivos para sonreír. Ayer César Luena decía que no había sorpasso por ningún lado, ni lo habría en el futuro. Y sonaba un poco a Zapatero negando la crisis en la campaña electoral de 2008. Más bien poco creíble. El CIS dibuja un escenario muy difícil de empeorar para el PSOE. Tercera fuerza política, condenado a ser juez de la política española, apoyando a su enemigo pasado o a su nuevo archienemigo. 


Tras las elecciones del 20 de diciembre ya se vio que los socialistas tenían el dudoso honor de poder elegir el modo de suicidarse que más les conviniera: dejar gobernar al PP, con lo que obviamente decepcionarían a la mayoría de sus votantes, o echarse en brazos de Podemos, lo que tampoco agradaría en exceso a quienes se sienten menospreciados por la formación de Pablo Iglesias (el contemporáneo), cuya primera misión es acabar con el PSOE. Era un callejón sin salida. Sánchez pensó que había encontrado una escapatoria con su pacto con Ciudadanos, pero era simplemente un escondite. Un engaño fugaz. Una forma de ganar tiempo. 

Sería injusto no reconocerle a Pedro Sánchez que esta situación catatónica del PSOE no es sólo responsabilidad suya. Parece evidente que a una parte de su electorado no le ha gustado que pactara con el partido de Albert Rivera. Y también resulta obvio que muchos votantes de izquierdas abandonan a los socialistas para apoyar a Unidos Podemos. Es algo que debería hacer reflexionar a los socialistas. No sólo a Sánchez, quien tiene escaso margen real de maniobra, y siempre tuvo las manos atadas, sino también a la dirección federal del partido, que condujo al líder socialista a pactar con Ciudadanos. Todas las demás puertas, abstenerse para que gobernara el PP o buscar acuerdos con Podemos, se le cerraron pronto. Entre la intransigencia de Iglesias y la rigidez de los barones regionales del PSOE, poco más podría haber hecho Sánchez tras las elecciones del 20-D

Lo paradójico de la encuesta del CIS es que cuanto mejor resultado obtiene Podemos, más probabilidades hay de que el PP siga en el gobierno. Esto es política ficción, claro. Uno ya se pregunta si en España existe algún otro tipo de política. Pero sí da esa impresión. No es descabellado pensar que un descalabro socialista como el que anticipan las encuestas acabaría con la carrera política de Pedro Sánchez. El PSOE tendría otro líder y, vistas las preferencias de sus barones, este sería más partidario de abstenerse para dejar gobernar al PP que de hacer presidente del gobierno a Pablo Iglesias. 

La política española se está polarizando y en este escenario pierden las fuerzas situadas más al centro, que ahora son Ciudadanos y el PSOE. El partido naranja parece asumir que se está consolidando, que ya está cerca de tocar techo. El partido de Rivera tuvo que gestionar unas expectativas enormes el 20 de diciembre, por lo que no le va tan mal partir en la carrera de la campaña en un segundo plano. Respecto a los socialistas, la situación es más delicada. Es poco probable que apoyen a Podemos, el de la cal viva y el desdén a los socialistas. Da la impresión de que un gobierno en solitario del PP, quizá asumiendo el peaje de echar a un lado a Rajoy, es la salida más probable tras las elecciones de junio. Pero tampoco habría que descartar aún unas terceras elecciones. Sigue la fiesta. 

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