Desde allá

"¿Es una historia homosexual, no?", le pregunta con cierta desconfianza un hombre a su mujer antes de empezar Desde allá, sentados en las butacas de al lado. "Bueno, he leído críticas y creo que va mucho más allá de eso", le responde. Terminada la película, la mujer tenía razón, a pesar de que estuvo toda la película cuchicheando y dando pellizcos al hombre para que no se durmiera. Pero esa es otra historia. En efecto, Armando, el protagonista de la historia, interpretado por Alfredo Castro, es homosexual y no se reconoce como tal. Se rechaza. En parte, de ese conflicto interno trata la película. Y de la homofobia, también, de la falta de respeto al diferente en una sociedad conservadora. Pero no sólo. Es la primera película venezolana que consigue el León de oro a la mejor del festival de Venecia. En parte, es también una historia costumbrista, una incursión en los barrios de Caracas, un acercamiento nada complaciente a los contrastes sociales en Venezuela, país del que tanto se ha hablado en España en los últimos meses. Peor tampoco es sólo eso. 

Presentada como la historia de un amor imposible, tampoco es exactamente eso. Quizá lo más trascendental de la película es el insoportable peso de la ausencia paterna en los dos protagonistas del filme. Su falta de cariño. El estado de indigencia emocional en el que se encuentran. Su desesperación. Triste, callada, silenciosa, secreta, en el caso de Armando. Impetuosa, violenta, iracunda, indomable, en el caso de Elder, a quien da vida Luis Silva. Armando, responsable de una tienda que elabora ortodoncias, de 50 años, paga a jóvenes de barrio de Caracas, a chicos de la calle, para verlos desnudos en su casa. No hay contacto físico. Sólo un placer efímero y culpable. Sólo quiere verlos. Todo cambia cuando conoce a Elder. Surge entre ellos algo más profundo. 


El nexo entre los dos protagonistas del filme, que mantienen un duelo interpretativo colosal en  esta cinta de Lorenzo Vigas, su notable ópera prima, es mucho más complejo que la amistad, el amor o la pura atracción sexual. Hay algo más complicado, más oscuro, más perturbador. El pasado, la vergüenza, la entrega hacia quien nos da cariño, la negación del amor, la complejidad indescifrable de las relaciones humanas, los traumas, la vulnerabilidad. Sí, probablemente la cinta va de eso. De la debilidad extrema de ambos personajes, de cómo los dos necesitan algo que no pueden encontrar en el otro. Desde allá es de esas películas que dejan espacios blancos, huecos que habrá de rellenar el espectador para reconstruir la historia. De las que te dejan pensar y te tratan como alguien maduro, en resumen. Se cuenta la historia con sutileza, con muchos silencios. Es una historia de pocas palabras y carente de artificios. No hay ni banda sonora. Juega la cinta con planos desenfocados para reflejar lo desnortados que se encuentran sus personajes. La cámara se pega a ellos. A su sudor. A su contrariedad. A su sufrimiento. 

La película es deliberadamente ambigua. Y se agradece. Rodada con extrema sencillez, casi con estilo documental, es una cinta sencilla, una historia mínima. Recorremos los barrios marginales de Caracas y comprobamos con qué facilidad prende ante la falta de oportunidades la violencia. Se ve miseria en esta historia dura, sin escapatoria, oscura. Jóvenes que se ven forzados a trapichear y robar, porque no les queda otra. Duelos de bandas. Desarreglos emocionales. Fiereza. De todo ello sufre Elder, quien ve en el "viejo marica" que le paga para que le acompañe a su casa, sólo para ser visto, una posible salida del futuro de indigencia y precariedad al que parece estar condenado. 

En buena medida, los dos personajes centrales del filme son víctimas de la sociedad. La violencia y la falta de oportunidades desde la cuna, en el caso de Elder, el joven que devora la comida cuando Armando le invita a un restaurante, que todo lo hace con impulsividad, como si fuera su última día en la tierra, con violencia desbordada, sin controlar sus instintos. La incomprensión y la necesidad de vivir en secreto su orientación sexual, en el caso de Armando, quien además está perseguido por un fantasma del pasado relacionado con su padre que se sugiere pero no se llega a explicitar en ningún momento de la cinta. Prisioneros ambos de un entorno asfixiante, desgarrado, sin atisbo de esperanza. Uno es un chaval violento y el otro, alguien herido incapaz de amar.

Es precisamente esa zona de sombras, todo lo que no se detalla en la cinta, lo que la hace más perturbadora y atractiva. No sabemos qué le ocurrió a Armando con su padre, a quien se nos presenta como un millonario con el que el protagonista no tiene relación, pero a quien odia profundamente. Elder también sufre la ausencia de su padre. Ambos son animales heridos que, a su manera, intentan darse protección. "¿Si tuvieras hijos, les pegarías?", pregunta Elder al hombre maduro que se ha obsesionado con él en un momento de la cinta. "No", responde lacónico. "Pues yo sí. Para que sepan de una vez lo que les espera en la vida", rebate Elder. Y este diálogo describe bien su estado anímico y el punto desde el que el joven afronta su relación con Armando. Por cierto, a la mujer que estaba sentada en la butaca de al lado en el cine le gustó la película "por sus silencios y por todo lo que ocurre fuera de plano". Al hombre no le agradó demasiado, aunque no se durmió. Vuelvo a coincidir con ella. 

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