La habitación

En el mito de la caverna, de Platón, un grupo de hombres vive encerrado en una cueva. No conocen otra realidad que las sombras que se reflejan en una pared. Para ellos, las formas son la realidad; no los objetos que las transmiten, que nunca han visto. Cuando uno de esos hombres sale al mundo exterior y conoce lo que hay fuera, de qué color son esos objetos que forman las sombras, qué hay más allá de la caverna, y después pretende contar lo experimentado a los demás, estos se niegan a asumir esa realidad. Una brillante reflexión sobre el conocimiento y los sentidos. Irremediablemente, La habitación, película de Lenny Abrahamson, basada en la novela homónima de Emma Donoghue (quien firma el guión), remite a esa alegoría de Platón. La diferencia es que esa historia era una ficción, un recurso empleado por el filósofo para reflexionar sobre el miedo a lo desconocido y el duro camino de aprendizaje de nuevos conocimientos, pero esta película está inspirada en hechos reales. Monstruosos, inconcebibles en cabeza humana, pero reales. 

Jack, el niño protagonista de la cinta, es como los hombres de la caverna de Platón. No conoce otro mundo que la Habitación en la que vive con su madre. Para él, nada es real más allá de esas cuatro paredes del cuartucho infame donde el viejo Nick encerró a su madre dos años de nacer él, fruto de una violación del despreciable secuestrador. En la primera escena del filme, el niño (hablamos más abajo de la sublime interpretación de Jacob Tremblay) da los buenos días al retrete, a las sillas, a todos los objetos del cuarto. Todo lo que está fuera es magia, irreal. Un mundo que no existe en realidad, procedente de la tele. Igual que en La vida es bella, su madre (Brie Larson) inventa una historia para intentar que el niño se tome como un juego la espantosa realidad de haber nacido en cautiverio. 

La película es conmovedora. Muy, muy dura. Pero no se recrea en los aspectos más tétricos del encierro. Adopta, y es un enorme acierto, el punto de vista del niño, lo que suaviza, en la medida de lo posible, el tremendo drama de esa madre que encuentra en su hijo la única razón para seguir viviendo, su única dedicación en la vida, lo que todo lo explica. La película está dividida en dos mitades bien diferenciadas, sobre cuyo punto de inflexión no conviene revelar nada aquí. Ambas partes son, a su manera, angustiosas, tiernas, dramáticas, asfixiantes. Pero es también una portentosa historia de amor materno, una cinta de supervivencia que ensalza el poder de la imaginación al tiempo que visita las zonas más oscuras del ser humano. Cada situación del filme, a cual más dura, es narrada con exquisita sensibilidad y buen pulso. 

El niño narra en voz en off su vida en la habitación y el transcurso dela historia. Él lleva el peso de buena parte de la cinta. Y lo soporta con una fascinante maestría. Hemos visto no pocas películas en las que hay niños que defienden un papel con soltura. Chavales con desparpajo que juegan a interpretar el papel, que basan en esa inocencia, en ese desconocimiento de lo que andan haciendo, de la seriedad de lo que se traen entre manos, su trabajo en el filme. Niños, en fin, que cumplen. Lo de Jacob Tremblay es otra cosa. Pocas veces antes vista. Yo no recuerdo ninguna interpretación tan extraordinaria e inapelable de un niño. Él es la película. La cámara no se despega del pequeño en todo el filme. Logra transmitir la agonía de las situaciones más asfixiantes. Los juegos con su madre. El miedo. La esperanza. Es una proeza lo que hace. No parece un niño. No pocos actores adultos envidiarán viendo esta cinta el talento desbordante del pequeño protagonista de La habitación

Sólo por semejante recital interpretativo, mucho más allá de lo que se puede esperar de un niño en una película, vale la pena ver esta cinta, a la que no le faltan virtudes. Pero es el asombro constante que causa la sublime interpretación de Tremblay lo que la hace inolvidable. Con él avanzamos por la historia. Él nos narra, con su visión, lo que sucede en la habitación y lo que les va ocurriendo a su madre y a él. El recurso de la voz en off, aquí plenamente justificado, permite ir oxigenando en parte la trama, densa, tremenda. Y le da altura. También, no lo negaremos, apela a la fibra sensible del espectador. Cualquier secuestro es una historia espantosa, pero con un niño de por medio, un niño que además cree que los árboles y los pájaros no son reales, sólo seres inventados por la televisión, cosa de magia, el dramatismo de la cinta se dispara. Pero, insisto, está bien tratado. No se regodea en la desesperación. Retrata bien la historia, y por tanto provoca en el espectador angustia, miedo, ternura. Pero bien rodado. Sin excesos ni alardes de ninguna clase. Es, quizá, la mejor película de las que fueron nominadas en los Oscar. 

En la ceremonia de los premios que cada año encumbran el cine de Hollywood, la protagonista de La habitación, Brie Larson, se llevó el galardón de mejor actriz. Y es de esos premios que te reconcilian un poco con la Academia de cine estadounidense. Porque si sublime es la interpretación del pequeño pero gigantesco actor que da vida a su hijo, lo mismo puede decirse del trabajo de Larson, madre coraje que protege a su hijo del monstruo que la secuestró con embustes y la convierte en su esclava sexual. Su hijo es lo único que le mantiene con fuerzas para luchar, para intentar escapar de esa caverna. Hay muchas escenas de una enorme potencia en el filme, pero quizá ninguna tanto como aquella en la que la madre revela a Jack que existe un mundo ahí fuera, que no es un invento de la tele. La habitación una cinta que no da un respiro emocional al espectador, ni cuando se sugiere que lo peor quedó atrás. Una película soberbia. 

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