Telecracia

En el acuerdo entre Ciudadanos y el PSOE se incluye el compromiso de tomar medidas para propiciar la conciliación de la vida laboral y la personal. Supongo que los periodistas que cubren la información parlamentaria no podrían evitar la risa al leer este punto del documento. Porque estas últimas semanas van a cinco o seis ruedas de prensa al día. A cualquier hora. Podrían Pedro Sánchez y Albert Rivera por empezar aplicándose ese compromiso a ellos mismos y a los periodistas que les siguen los pasos y que difícilmente tendrán vida más del Congreso. Hace unos años el añorado CNN+ desapareció de la parrilla para dejar paso a Gran Hermano 24 Horas. Hoy se han fusionado las dos ideas, un canal de información las 24 horas y un reality show que sigue la vida de los personajes en todo momento del día, en la información diaria del Congreso. 

Uno podía esperar cualquier cosa de la parálisis política, pero no esta saturación de ruedas de prensa vacías de contenido, de debates a través de los medios, de impostura máxima. Hemos entrado de lleno en la telecracia. La política es, sobre todo, la imagen que se da a cámara. Si hasta Rajoy frecuenta ya platós de televisión y los expertos más buscados en las televisiones son ahora los politólogos, es que algo ha cambiado. Quizá de la nueva política y del nuevo tiempo se esperaban otras cosas. Pero, de momento, lo que vivimos es un ventilar acuerdos, negociaciones, entendimientos y rencillas en las televisiones. Como los famosos a los que se les eriza la piel cada vez que ven una alcachofa, sólo que en versión seria, con impostada gravedad. 

El problema es que se habla mucho y se hace poco. Todos, en mayor o menos medida, con mayor o menor acierto, actúan de cara a la galería. Importa, sobre todo, la imagen que se da. Sólo así se explica, por ejemplo, que Ciudadanos y el PSOE lleguen a un acuerdo que saben que no suma apoyos suficientes. Pero hacen como que les da igual. Básicamente, porque les da igual. Porque no se trata de investir a Sánchez de presidente, sino de aparecer ante la opinión pública en este show de 24 horas como los actores que más se mueven, los que al menos llegan a acuerdos. En la telecracia en la que estamos instalados tendría pocas dudas de que lo de menos es que el secretario general del PSOE no sea investido presidente. De lo que se trata es de aparentar estar trabajando y tener cintura para llegar a acuerdos. Y, sobre todo, se sitúa a los dos otros partidos, el PP y Podemos, en las posturas intransigentes y radicales. Jugada maestra. 

Y lo cierto es que Ciudadanos y el PSOE eran señalados tras las elecciones como los grandes perdedores del escenario postelectoral. Los de Albert Rivera no serían tan decisivos como se presumía antes de la cita con las urnas y a Sánchez sólo le quedaba la opción de elegir si se suicidaba dejando gobernar al PP o buscando una alianza con Ciudadanos. Desde el 20 de diciembre las matemáticas no han cambiado y dos más dos siguen siendo cuatro, pero con no poca habilidad política quienes eran señalados como los peor parados de la cita con las urnas aparecen ahora como los que mejor lo están haciendo, según reflejan las encuestas, y podrían mejorar sus resultados en unas hipotéticas (más bien seguras) nuevas elecciones. No parece casual que los dos eslabones más débiles de la cadena tras el 20-D resurjan ahora como los más tendentes al diálogo. Porque, en efecto, lo han sido. Aunque sea sólo por hacer de la necesidad, virtud. 

Si esto fuera un reality show, que ciertamente se le parece, Sánchez y Rivera han pasado de ser los nominados a convertirse casi en favoritos. Justo lo contrario cabe decir de Rajoy. Ganó las elecciones, pero se quedó parado. Si algo demuestra el acuerdo entre Ciudadanos y el PSOE es que el PP también podría haber llegado sin excesiva dificultad a un acuerdo con el partido naranja. Tampoco sumaban, pero sí más que el acuerdo con los socialistas. Rajoy sería un poco ese concursante que se pasa el día tirado en el sillón y no participa en las tareas de la casa. El público se suele terminar cansando de esa actitud. Al presidente en funciones siempre le ha funcionado bien, pero todo ha cambiado a su alrededor y él parece no darse cuenta. 

Qué decir de Podemos. Ningún partido representa mejor la telecracia que la formación encabezada por Pablo Iglesias, que en buena medida nació en la televisión, gracias a la habilidad de sus líderes y a su notable capacidad retórica, infinitamente mayor que la media de la clase política española. Lo que pasa es que las actitudes arrogantes tampoco suelen funcionar en los realitys. Y a Podemos le está perdiendo la prepotencia de su líder. Pedir una vicepresidencia con más poder casi que la presidencia y multitud de ministerios sólo puede significar dos cosas: que se antepongan los sillones a las políticas (lo que decepciona en un partido que dice venir a cambiar las cosas) o forzar una convocatoria electoral. A Podemos le salvaría que el PP se echara atrás y permitiera gobernar a Sánchez, porque así se le entregaría en bandeja la oposición, que es un lugar que le va muy bien y en el que se crecería, entre otras cosas porque un posible entendimiento del bipartidismo clásico con Ciudadanos le daría la razón. Pero no parece que esto vaya a ocurrir. Hasta nuevo aviso, seguirán las ruedas de prensa, las visitas al confesionario de los concursantes del reality show. El público toma nota y lo único que está claro es que este show puede pasar factura a todos los actores. El espectáculo continúa. 

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