¡Ay qué sinrazón! No quiero
contigo cama ni cena,
y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que me vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba.
Una de las noticias cinematográficas de esta semana (no, no voy a hablar del estreno de la nueva de Star Wars que todo lo invade) han sido las nominaciones a los premios Goya. La novia, de Paula Ortiz, ha sido la cinta con las candidaturas. Después de disfrutar de esta película la primera reflexión obligada es que lo mejor de los premios es que pueden dar mayor difusión a filmes tan pequeños en distribución como inmensos en brillantez, tan poco publicitados como excelentes, tan minoritarios en su vocación como formidables. La segunda reflexión es que películas como esta, basada en Bodas de sangre, de Federico García Lorca, están muy por encima de algo tan antinatural, tan imposible, tan arbitrario, como unos galardones sobre cine. Nada menos. Y, por supuesto, de algo tan prosaico como las cifras de taquilla.
Hubo un momento ayer antes de empezar la sesión en la que estaba literalmente solo en la sala. Todo el mundo, en el estreno galáctico. Al final entraron seis personas más. ¿Y qué importa nada? ¿Desde cuándo el arte se mide con cifras? ¿Quién piensa que es algo que se pueda reducir a fríos datos, a números sin alma? Ojalá el reconocimiento de la industria y de la crítica sirva para que más personas vean esta película. La cinta es una obra de arte, poesía en cada plano. No hay secuencia insustancial ni diálogo sin lirismo. No hay plano que no arrebate. La historia de una mujer que se casa con quien no ama, o al menos a quien no adora con pasión como a otro hombre, que contrajo matrimonio dos años antes con una prima suya. "Me arrastra", dice la joven, extraordinariamente interpretada por Inma Cuesta, perfecta en todos los registros. "Me arrastras y voy, y me dices que vuelva y te sigo por el aire como una brizna de hierba".
Y eso es exactamente lo que hace esta historia lorquiana atemporal, esta prodigiosa película que es un pequeño gran milagro, una pieza preciosa, como las joyas de cristal que aparecen en la cinta. Arrastra al espectador. Lo atrae con una energía descomunal, como un imán a los metales, como dos enamorados frente a las convenciones sociales, como un volcán en erupción, como una brizna de hierba. "Callar y quemarse es el peor castigo que podemos imponernos", le dice Leonardo a la novia, que acaba de casarse con otro distinto a él. "Tengo orgullo", responde ella. Cada escena de esta película, cada instante, es poético, cautivador, fascinante.
Pocas películas perduran de verdad en el corazón, en las entrañas, del espectador, y de muy pocas se puede decir que son arte, poesía pura. Con La novia en cambio nos quedamos cortos si sólo afirmamos esto. Es exquisito todo. Perfecto. Sublime. Impecable. La fotografía de la película es cautivadora. Esas escenas del campo, ese caballo que conduce los deseos de Leonardo, esas tradiciones tan bien reflejadas, ese escenario natural que asfixia y consume a la novia. Esos cristales con sangre que le brotan de los labios y auguran el desenlace. La música, tradicional y también moderna, es portentosa y juega un papel relevante en la cinta. Los diálogos. Esos diálogos lorquianos, tomados directamente de la obra, en verso, en el tramo final del filme, el más hondo, el más brillante dentro de la deslumbrante brillantez general, el más potente, son insuperables. Como lo es el modo en el que está rodada la cinta. Quizá nunca nadie volvió a captar con semejante hondura la pasión amorosa como Lorca en estos versos desnudos de Bodas de sangre que embriagan y ahogan a quien los lee .
Las interpretaciones son espléndidas, con Asier Etxaendía dando vida al esposo en el casamiento y Álex García en el papel del hombre por el que la novia siente un torrente incontrolable de pasión. Y, por supuesto, Inma Cuesta, espléndida, sensacional en cada registro, brinda aquí tal vez la mejor interpretación de su carrera. Los deseos irrefrenables, la lucha contra lo que le dice el corazón, la entrega final al ser amado, el desgarro... Quien conozca la obra de Lorca ya conoce el final y quien no la conociera lo vislumbra al comienzo, pues el primer plano desvela el desenlace. A partir de ahí, poesía.
El reto titánico de mantener la esencia del teatro pasional de Lorca, de la belleza de sus diálogos, de la redondez y contundencia de sus personajes, se cumple con creces. Ahora que llegamos a final de año es inevitable pensar en la película del 2015. Algo totalmente arbitrario e innecesario. Quién pondría a competir a Beethoven y Mozart, quién a Lorca y a Neruda. Pero, si entramos en este juego, que al final es una excusa tan válida como otra cualquiera para hablar de cine, del arte, de lo que da sentido a la vida, yo no tengo dudas. La novia. Por su belleza a cada instante. No es preciosista, sino excelente. No es pretenciosa, sino sublime. Una obra maestra. Poesía, que está en otro mundo, en otro reino. Diríamos que la película sirve para reivindicar a Lorca si no fuera porque Lorca no necesita reivindicación alguna, pese a la vergüenza nacional de que aún no sepamos dónde está enterrado. En La novia gozamos de la pureza del teatro aliada con la grandiosidad y las posibilidades visuales del cine. Incendia, abrasa por dentro. El amor de la película, el lirismo de la historia, la pulcritud formal de la cinta. La película del año y mucho más.
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