Decadente e insustancial

Ni aunque Pablo Iglesias y Albert Rivera hubieran escrito a cuatro manos el guión del cara a cara de ayer entre Pedro Sánchez y Mariano Rajoy organizado por la Academia de la Televisión el resultado habría sido tan satisfactorios para sus intereses. Las cerca de dos horas de debate, que se hicieron muy largas, retratan con perfección eso de la "vieja política" de lo que tanto hablan los partidos emergentes. Un cara a cara encorsetado, más bien rancio, decadente e insustancial. Parecía un capítulo de El Ministerio del tiempo, no desde luego por la falta de ritmo de la que adoleció el encuentro entre los dos aspirantes, sino por el viaje al pasado. Costaba creer que este debate se celebraba en realidad en el año 2015. Incluso cuando Manuel Campo Vidal, que no tuvo su mejor noche, mencionó a Twitter ("nos mandan una pregunta a través de un Twitter) los espectadores dieron un respingo, preguntándose qué era eso de Twitter, tan metidos como estaban en esa realidad pasada, en esos años 90 donde, de verdad, creían que se producía aquel encuentro. 

Comenzó el cara a cara con Pedro Sánchez a la ofensiva, atacando, con todo a por el rival. No le quedaba otra. Durante esta campaña se ha ninguneado al candidato socialista, que se ve presionado a izquierda y derecha por las fuerzas emergentes y nada seguro del suelo que pisa en su partido. Era la única táctica posible. Ser agresivo. Intentar acorralar al presidente del gobierno. Mariano Rajoy, que se jugaba menos, cuya campaña, de Bertín a María Teresa, ha consistido en controlar daños, en asumir los menores riesgos posibles, tan sólo se defendía. Juego de ataque frente al catenaccio presidencial de quien sabe que le vale con no encajar gol en su portería, o incluso con una derrota no abultada, con no recibir una goleada. Los inicios fueron muy aburridos. Un diálogo de sordos, dos monólogos contrapuestos, sin puntos de unión. Ninguno de los dos candidatos escuchaba en realidad al de enfrente. Ambos contaban con sus papeles desplegados sobre la ochentera mesa camilla (media selva amazónica talada ante semejante aluvión de documentos) y ninguno quería salir de su discurso preconcebido. 

Las dos líneas centrales de la intervención de Sánchez fueron la desigualdad creciente en la legislatura de Rajoy y el ataque a la corrupción del PP. Las de Rajoy, la recuperación económica y la herencia recibida del PSOE. El líder del PSOE apretó mucho al presidente con un aluvión de datos, a los que el candidato popular respondió con el mismo número de cifras. Aquella afirmación de Mark Twain, hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas. Cualquier aseveración, cualquier planteamiento del mundo, cualquier visión se puede defender maquillando un poco las cifras, cogiendo estas y no aquellas, poniendo el foco en unos datos o en otros. Dos Españas, dos visiones, una apocalíptica y otra celestial. Pocas propuestas a ambos lados. 

Y cuando los espectadores parecían dormirse, cuando estaba claro ya que el ganador del debate sería quien aguantara ese sopor hasta pasadas las doce de la noche, llegó el encontronazo a cuenta de la corrupción. En realidad, fue una pregunta sobre Cataluña, de la que ayer sólo quería hablar el moderador en la mesa del debate, la que desencadenó la bronca. Sánchez le espetó a Rajoy que el presidente de España debe ser decente y que él no lo es por los escándalos de corrupción, sobresueldos y financiación irregular que le salpican. Rajoy respondió con un "hasta aquí hemos llegado". Vaticinó que el líder socialista va a perder las elecciones y le dijo que de eso sí podría recuperarse, pero que no logrará levantarse de esa afirmación ruin, mezquina y miserable. A partir de ahí, cerca de 20 minutos de descalificaciones mutuas. Me imagino a Pablo Iglesias y a Albert Rivera jaleando a los líderes del bipartidismo en ese "y tú más" constante. Frotándose las manos ante ese enfangado duelo muy decadente que a nada condujo. 

Entró entonces el debate en una fase lamentable en la que los dos candidatos a ser presidente del gobierno de España los próximos cuatro años mantuvieron una discusión de un nivel bastante más bajo que las peleas que se pueden observar en los patios de las guarderías. "Tiene usted un problema en los ojos y no ve bien"; le llegó a decir Rajoy a Sánchez, lanzado ya a esa confrontación estéril, de barra de bar. Al líder del PSOE se le fue hasta la sintaxis ("¿Esto va de usted o de yo?"). Y a muchos españoles, imagino, se les fueron las ganas de votar a cualquiera de los dos. Un debate faltón, sin propuestas, deprimente, de baja estofa. Si alguno de estos dos señores va a ser presidente del país, que apague la luz el último que se vaya. Dónde vamos. 

¿Quién ganó el debate? Sinceramente, creo que nunca tuvo menos sentido esta pregunta. Es cierto que ambos pueden convencer a su público, el que ya estaba convencido de antes. Sánchez, con su agresividad contra el presidente y su ataque directo por los casos de corrupción. Rajoy, por su defensa ardiente de la recuperación macroeconómica y por ese victimismo, ese hacerse el ofendido cuando Sánchez puso en duda su honorabilidad. Desde luego no ganó España, pues nada aportan posturas tan enfrentadas y duelos dialécticos de tan bajo nivel y tan insustanciales. Se trata, supongo, de cómo venda cada partido lo ocurrido anoche. De cómo interprete cada español el encuentro. Sirvió para constatar la mediocridad imperante en la clase política española y para comprobar cuán apolillado es un formato de debate como este. Quizá el último del bipartidismo, que ayer mostró su peor cara. 

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