Vuelve Bárcenas

Vuelve Bárcenas aunque, en realidad, nunca se fue. Un poco como Aznar. La casualidad ha querido que la salida de prisión del extesorero más famoso y locuaz de la historia del PP haya coincidido con su gran convención, un acto en el que todo el mundo sonríe y se felicita de lo bien que va todo y de lo necesario que es el partido de turno, en este caso el PP, para el país. Así que al partido del gobierno le ha salido de prisión un tesorero dispuesto a largar. Veremos hasta dónde llega y qué es exactamente lo que puede contar que aún no haya hecho. Es evidente que Bárcenas da el perfil de fanfarrón, de tipo con elevada autoestima encantado de haberse conocido, feliz de haber ascendido a la categoría de personaje público. Su salida de prisión fue uno de esos grandes momentos televisivos que quefan en la memoria del espectador. Lástima que TVE decidiera hurtar a quienes veían el Telediario de tan estelar intervención en cuanto Bárcenas pronunció las palabras mágicas "caja B", que cortaron como un resorte la conexión con Soto del Real. 

Bárcenas quiere hablar. Le encanta ser protagonista. Esa es la primera conclusión clara de su salida de prisión. Esa, y también que no lo ha pasado nada mal. Su abogado dijo cuando se supo que el extesorero había reunido los 200,000 euros de la fianza para quedar en libertad que estaba feliz de salir con el mismo pelo y el mismo buen aspecto, lo cual da una medida del personaje que estamos hablando. Es un tipo que, presuntamente, se ha enriquecido irregularmente, que tenía una millonada en paraísos fiscales (millonada que mucho mal pensado y mucha gente con sentido común cree que no es sólo de él, ya me entienden), que ha cometido delitos muy graves, pero él conserva su buena planta, su fachada de señor elegante, trajeado y engominado del barrio de Salamanca. Su porte serio. Sus buenas formas (ha cambiado incluso la peineta por un símbolo carcelario). Y su afán de protagonismo

Con Bárcenas ocurre algo muy peculiar. Él es sin duda uno de los símbolos de la detestable lacra de la corrupción que tanto asquea a la sociedad español. Y sin embargo, recibe más severidad de quienes un día fueron los suyos que de los que están en posiciones políticas contrarias a la suya, porque estos últimos saben que el extesorero calla más de lo cuenta, igual que lo saben los primeros, de ahí que les interese tanto desacreditar a quien les llevó las finanzas durante años. Desata pasiones Bárcenas. Sobre el predicamento del extesorero en la oposición al gobierno, qué decir. Son muchos los que esperan que el tipo que se llevó millones de euros a Suiza y nos defraudó a todos sirva ahora de ayuda al país tirando de la manta y arrojando luz sobre los puntos oscuros, que se intuyen numerosos, en el partido del gobierno. Es contradictorio tal vez que quienes están en las antípodas ideológicas de Bárcenas esperan tanto de él. Pero sólo lo parece. Al fin y al cabo, parece evidente que el extesorero puede ser el gran dolor de cabeza del partido del gobierno. 

Lo más divertido de todo este asunto, sin embargo, no está fuera del PP, sino dentro. Es cómico cómo ha ido evolucionando la postura de la formación del gobierno sobre Bárcenas. Primero, marcando distancias con él y no pronunciando su nombre, como si al hacerlo se estuviera recitando un conjuro. Por si las moscas, a Bárcenas no se le nombrada. Todo eran elipsis. Esa persona. Ese señor al que usted menciona. Ese presunto delincuente, todo lo más. La primera estrategia consistió en intentar demostrar que el extesorero era alguien que pasaba por allí, como un pequeño Nicolás que merodeaba por Génova pero en el que nadie reparaba. Por inconsistente, esa estrategia tuvo poco recorrido. Ese señor del que no recordaban ni el nombre resulta que era el responsable de la tesorería del partido y alguien que llevaba una contabilidad irregular de su puño y letra. Alguien que, presuntamente, repartía sobres con dinero en negro a los responsables del partido. 

Como la estrategia de hacerse el sorprendido con la existencia de Bárcenas no funcionó, como no les sirvió presentarlo como un fantasma, alguien que parece real pero en realidad era un ectoplasma que veíamos el resto de personas pero no ellos, los responsables del PP decidieron cambiar de discurso. Vale, Bárcenas existe. Pero lo echamos del partido en cuanto vimos el más mínimo indicio de delito en su actuación y desde entonces colaboramos estrechamente con la Justicia. El PP no se ha beneficiado de las irregularidades cometidas por Bárcenas, es una víctima de estas, decían. Pero tampoco coló del todo, porque descubrimos que el partido seguía pagando al extesorero después de haber fingido que le había despedido (ya saben, la celebérrima intervención del despido en diferido de Cospedal). Y además, lo de colaborar con la Justicia también quedó en entredicho cuando, ante la negativa del partido a dar todos los documentos que pedía el instructor, este tuvo que ordenar un registro de la sede del PP. 

Resulta que Bárcenas existía y, encima, el PP no había sido precisamente firme con él. Porque entre medias, y antes de que el gobierno lograra que el panorama mediático le fuera más amable, conocimos que Rajoy le había enviado cariñosos y afectuosos sms a Luis Bárcenas animándole a ser fuerte y diciéndole que estaban haciendo todo lo que podían, se supone, para aclarar su horizonte judicial. Rajoy, el presidente del gobierno. Pero aquí no pasó nada. Bárcenas entró en prisión y la nueva estrategia pasó a ser atacarlo. Y en esas está ahora el partido del gobierno. Ayer Celia Villabolos, siempre tan efusiva, dijo que Bárcenas debería dejar de esparcir mierda sobre los demás porque es él el que tiene mucho que ocultar. Otro político que se caracteriza por su sutileza, Antonio Hernando, recomendó al extesorero lavarse la boca con lejía cada vez que hable del PP o de Rajoy. Se ve que al señor Hernando le han marcado mucho esas frases que se le dicen a los niños en la infancia. Ya saben, "caca", "te lo voy a limpiar la boca con lejía", y así. Todo porque ayer Bárcenas reiteró que Rajoy sabía lo de la caja B. Total, que la presencia de un Bárcenas locuaz en la calle puede ser una pesadilla para el partido del gobierno y se ha convertido, paradójicamente, en una esperanza de la oposición. España, ese país en el que es imposible aburrirse. 

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