Al Assad, el tirano reforzado por el fanatismo

Sin duda, la irrupción del Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés), antes llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), es una de las noticias más preocupantes de los últimos años. Es un grupo terrorista fanático, expulsado de Al Qaeda por la crueldad de sus acciones. Una organización medieval que viola repetidamente los Derechos Humanos, persigue a todo aquel que no profese su religión, crucifica a los "infieles", esclaviza a las mujeres y supone, en suma, una odiosa amenaza a la civilización. El mundo está alarmado, con razón, por el creciente peso de esta organización terrorista, que controla aproximadamente un tercio del territorio de Siria e importantes zonas de Irak. Estados Unidos ha bombardeado posiciones del IS en Irak y varios países occidentales como Francia o Alemania han decidido armar a los kurdos para que combatan contra este grupo criminal que asesina a inocentes sin piedad. La situación se ha agravado hasta tal punto que Estados Unidos se ha mostrado en los últimos días dispuesto a combatir contra el IS en Siria, por lo que compartiría rival con el dictador Bassar Al Assad. Es el endiablado escenario de aquel punto del planeta, donde parecen estar condenados a elegir entre lo malo o lo peor. 

Conviene echar la vista atrás porque la dejadez de la comunidad internacional en el conflicto sirio ha dado alas al Estado Islámico. Es comprensible y razonable que Occidente ponga ahora el grito en el cielo por el auge de este grupo fanático y terrorista, pero no está de más recordar todo lo que estos países pudieron hacer para frenar la irrupción del IS y no hicieron. En marzo de 2011, los ciudadanos sirios se rebelaron contra el dictador que tiraniza a aquel país desde hace décadas. En el marco de lo que se conoció como primavera árabe, que lamentablemente ha derivado en un frío y aterrador invierno. En el principio, fue una revolución pacífica. Civiles protestando contra las prácticas autoritarias de su gobierno. Ciudadanos saliendo a la calle para pedir derechos y libertadas. El tirano Al Assad y sus secuaces reprimieron las protestas a sangre y fuego. 

La brutalidad empleada por el régimen sirio para reprimir las protestas derivó en la creación de grupos armados que decidieron emplear la fuerza para desalojar al dictador del poder. Poco después se creó el Ejército Libte Sirio, compuesto en su mayoría por soldados desertores de las fuerzas armadas de aquel país que se negaron a disparar contra su gente tal y como les ordenaban sus mandos. Lo que comenzó siendo una revolución pacífica pasó pronto a convertirse en una guerra muy desigual en la que la población civil, como en todos los conflictos bélicos, se llevó la peor parte. El conflicto se internacionalizó por ambas partes  (Al Assad recibió el apoyo de la milicia chií Hezbola) ante la incapacidad de la comunidad internacional por poner una solución. Se nombró a un mediador entre las partes, pero el régimen sirio jamás tuvo la menor voluntad de dialogar. Desde el principio hablaba de combatir a los terroristas, incluso cuando en las filas opositoras no había terroristas. Su odio ciego, su extremo empleo de la violencia y la prolongación del conflicto hizo que, en efecto, se radicalizara la oposición y que, sacando partido del caos imperante en el país, grupos terroristas se infiltraran en las tropas rebeldes. Entre ellos, miembros del Estado Islámico. 

Ahora que tanto preocupa, con razón, el surgimiento del Estado Islámico no debemos olvidar que su rápida extensión por territorio sirio no podría haber sido posible si la comunidad internacional hubiera reaccionado con más severidad contra el dictador Al Assad. Primero, China y Rusia son corresponsables de lo sucedido en aquel país, ya que siempre han protegido al tirano en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, anteponiendo así sus intereses económicos y geopolíticos al respeto a los Derechos Humanos. Segundo, Estados Unidos dijo que la línea roja que el dictador no podía traspasar era el uso de armas químicas, pero sí la traspasó. Apurado y deseando no haber hecho jamás esas declaraciones, Obama se vio obligado a anunciar una intervención militar contra el tirano, pero a última hora hallaron una fórmula (el vago compromiso de Siria de destruir sus armas químicas) que sirvió para resarcir, en parte, a Al Assad como actor de la comunidad internacional, para dar una bofetada a la oposición moderada siria y para permitir a la Administración estadounidense escurrir el bulto, pues intervenir en la guerra siria es algo que en absoluto deseaba. 

Si la comunidad internacional hubiera sido capaz de frenar la sangría siria (170.000 muertos, es la última cifra de la vergüenza del conflicto ofrecida por las Naciones Unidas), el Estado Islámico no habría avanzado de forma tan sencilla por territorio sirio. La oposición a Al Assad se ha visto obligada a luchar contra dos enemigos: el dictador que les tiraniza y el grupo radical que pretende devolverlos a la Edad Media. Por supuesto que hay otros factores clave para explicar el fenómeno del IS como de dónde recibe la financiación o la batalla violenta entre chiíes y suníes (el IS pertenece a esta última vertiente del Islam, mientras que Al Assad pertenece a la primera). Pero, sin duda, la inacción de la comunidad internacional en Siria permitió crear el caldo de cultivo perfecto para que los radicales del Estado Islámico se hicieran con el control de un tercio del país. Más de lo mismo podría decirse de la enorme inestabilidad que Occidente generó en Irak tras la intervención militar estadounidense. 

Ahora, podemos enfrentarnos ante una paradoja cruel y macabra en Siria. La de ver a Estados Unidos atacando al Estado Islámico, es decir, atacando a un grupo que combate a Al Assad. Sería un modo, pues, de reforzar la dictador sirio. Mientras, los civiles sirios que sólo desean vivir en paz y la oposición moderada que se ha ido viendo arrinconada dentro y fuera del país, son los grandes perdedores. Al Assad ve cómo puede salir reforzado por el fanatismo del Estado Islámico. De repente, el vil dictador que ha masacrado a su pueblo puede reivindicarse como un líder que garantiza estabilidad en Siria y que lleva tres años combatiendo a los terroristas. Casi puede presentarse como un aliado de Occidente contra el Estado Islámico. Una broma macabra, de muy mal gusto, pues Al Assad ha exterminado a su pueblo y ha pisoteado a los Derechos Humanos. No puede ser él quien se vea respaldado por el hecho de que un grupo fanático que le combate y que ha usurpado el papel de la oposición moderada siria también emplee sus mismas prácticas. Endiablado y laberinítico escenario el que se vive en aquella parte del planeta. Lo que suele ocurrir cuando se dejan pudrir los conflictos. 

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