Decadente y estéril batalla política

El pleno extraordinario del Congreso en el que Mariano Rajoy comparecía a petición propia para dar explicaciones sobre el caso Bárcenas tuvo poco de extraordinario. Sí, el presidente nombró al extesorero de su partido y reconoció el error de confiar en él. Pero poco más. Ni por su parte ni por la de los grupos parlamentarios vimos nada distinto de lo esperado. Una batallita partidista, un debate totalmente inútil en el que las gracietas estúpidas, las frases semi ingeniosas y los ataques de brocha gorda sustituyeron a los argumentos razonados y a lo que se debería esperar de un pleno del Congreso que versaba sobre un asunto relevante que preocupa a los ciudadanos. Ese tono de estéril combate de salón, de estercolero en el que reprochar al adversario político sus errores y atacar al otro para defenderse uno fue lo más destacable, y sin duda lo más deprimente, del pleno de ayer.

La mayoría de los políticos y unos cuantos periodistas no se han dado cuenta, o eso parece al menos, del momento en el que vivimos. Los ciudadanos no están para estas historietas. Tal vez en otro momento les divertía incluso (lo dudo, pero puede que sí) eso de ver quién ha ganado este o aquel debate parlamentario, qué orador se defendía mejor frente al resto. Quién construyó un discurso más sólido o lanzaba el ataque más certero contra su rival político. La ciudadanía no está para eso, en absoluto. No puede estarlo. Tratándose de un nauseabundo caso de corrupción que afecta al partido del gobierno, en un clima de creciente desconfianza hacia la clase política, con toda una generación de ciudadanos que mira con indignación a sus representantes. Porque lo que los parlamentarios olvidaron ayer es que los españoles no querían ver un duelo de bancadas o una tertulia de bajos vuelos entre tirios y troyanos. Lo que querían ver, lo que necesitaban ver, era a un presidente del gobierno dando explicaciones sobre un turbio asunto de corrupción que afecta a su partido

Pero para algunas personas parece que nada ha cambiado. Que podemos seguir debatiendo sobre estúpidas batallitas políticas. Sobre la presunta sagacidad de tirar de hemeroteca y emplear palabras del adversario político para defender nuestra posición. Así, hoy leemos en los medios quién ganó el pleno y esas paridas. Está claro quiénes no lo ganaron. Los ciudadanos. Porque no era esto lo que querían, aunque no podemos negar que sí era lo que se esperaba. Rajoy decidió que en lugar de dirigirse a los ciudadanos a través de sus representantes legítimos (que eso son, en teoría, los diputados del Congreso, aunque no cumplan con dignidad dicho cometido) centraría su intervención en atacar a Alfredo Pérez Rubalcaba, líder de la oposición. Genial. Lástima que se olvidara de los otro cuarenta millones largos de españoles a los que el duelo  estéril entre dos líderes políticos en franca decadencia les importa más bien poco. 

En teoría, el pleno de ayer no debería haber sido uno más. Pero lo fue. Pasó lo de siempre. Parlamentarios atacándose por intereses meramente partidistas, sin atender a razones, sin protagonizar un verdadero debate, recurriendo de manera permanente al y tú más, aunque para ello tuvieran que apelar sin aparente asomo de vergüenza a casos de hace más de dos décadas. En algo tenía razón Rajoy ayer: dijera lo que dijera, la oposición seguiría reclamando su dimisión. En algo tenía razón ayer la oposición: el reconocimiento de haber cometido un error al confiar en su extesorero no es ni mucho menos suficiente explicación sobre el caso Bárcenas.

Total, que si para algo sirvió el pleno de ayer fue para constatar que no se ha obrado ningún milagro y que el nivel de la clase política en España continúa moviéndose a sus anchas entre la mediocridad y el infantilismo. Parecía por momentos una pelea de patio de colegios, con la pandilla aplaudiendo al líder hasta cuando decía buenos días y la pandilla contraria abucheando o lanzando grititos. Con argumentos poco consistentes y juegos verbales que pueden quedar incluso bien en un plató televisivo, pero que no es lo que se espera de un pleno en el Congreso de los Diputados. 

Rajoy quiso dar la puntilla a Rubalcaba. Quiso defenderse atacando. Pero, se ponga como se ponga, la extrema debilidad del actual secretario general del PSOE, sus innegables errores del pasado y su frágil posición de cara a la ciudadanía según señalan todas las encuestas no era el tema del debate. Que el PSOE tiene que hacérselo mirar con urgencia es un hecho. Pero ayer no se hablaba de eso. Y a los ciudadanos eso no es lo que más les importa. Muchos tienen meridianamente claro que no volverán a confiar en los socialistas hasta que no hagan una renovación total. Muchos piensan que el bipartidismo está hundido y recelan por igual de PP y PSOE. Pues bien, el enfoque de Rajoy sirvió para reafirmar a éstos en su pensamiento. En efecto, el bipartidismo se sigue arrastrando de manera penosa, sigue aferrado a su manera de proceder habitual en el Parlamento, como si nada hubiera pasado. Para eso y parece convencer a los observadores que también siguen manejándose con lógicas del pasado y siguen disfrutando de los shows del Congreso, aunque estén tan distanciados del sentir de la calle y aunque ellos vayan a su historia dejando de lado lo que de verdad preocupa e interesa a los ciudadanos. 

El presidente del gobierno comenzó el discurso diciendo que sólo iba a hablar del caso Bárcenas y no de otros escándalos de corrupción, pero terminó pidiendo explicaciones al PSOE por el nombramiento de Luis Roldán. De su discurso de ayer hay un par de rasgos que indican un cambio de actitud. Por un lado, pronunció el nombre de su extesorero, todo un logro. Además, reconoció un error, aunque limitó su implicación en este caso a haber confiado en Bárcenas. Nada contó de los sms que le envió al extesorero animándole a ser fuerte y diciéndole que haría lo que pudiera por él. De los sobresueldos dijo que en el PP había retribuciones "como en todas partes", pero que él las declaraba a Hacienda y que hacer esto dependía de cada uno. Es decir, no puso la mano en el fuego por sus compañeros de partido. Él declaraba sus sobresueldos, pero no dijo lo mismo del resto de mandos del partido. 

Ahora es de esperar que Luis Bárcenas filtre nuevos documentos que intenten demostrar que Rajoy mintió ayer en el Congreso. La cochambrosa y partidista batalla parlamentaria tiene su réplica hoy en algunas portadas de prensa. Patético e insoportable escenario político con defensores a muerte y opositores sin descanso. Hay titulares de prensa que abochornan. Pensemos en el ciudadano no contaminado con este maniqueísmo tan español, con este sectarismo tan nuestro. ¿Qué sacó ayer en claro? Pues, básicamente, que era uno de agosto y salía o volvía de vacaciones. Eso y que lo de la clase política, de momento, no tiene remedio. 

Comentarios