"La globalización de la indiferencia"

La semana pasada, el papa Francisco realizó su primera visita oficial fuera de El Vaticano. Fue a la isla siciliana de Lampedusa, lugar de destino de miles de inmigrantes procedentes de África que buscan en Europa una vida mejor. Cuando Bergoglio llego al papado, algunos de sus gestos invitaron a pensar en cambios reales en la Iglesia. Ya entonces todo el mundo advertía que estos cambios serían lentos, pues hablamos de una institución francamente reacia a los cambios. Una especia de transatlántico al que, sobre todo en cuestiones dogmáticas, pero no sólo, le cuesta un mundo cambiar de rumbo. Pero el papa Francisco lo está haciendo, poco a poco. Sin grandes revoluciones, o sí, según cómo se vea, el pontífice está marcando una nueva forma de actuación nunca antes vista.

No vive en el apartamento papal, sino en la residencia de Santa Marta donde se hospedó cuando viajó al cónclave para elegir sucesor a Benedicto XVI. Ha nombrado a un grupo de expertos que actuarán como una especie de ministros de El Vaticano para lograr la reforma de la Curia. Ha cambiado la normativa vaticana y ha aumentado las penas por pederastia. En sus discursos, sencillos y claros, que llegan directos a la gente, ha criticado con contundencia el capitalismo feroz, aquel que no cuenta con el sufrimiento de las personas más débiles. Son pequeños cambios, tal vez, pero sí se percibe un golpe de timón al frente de la Iglesia católica. Menos boato y lujos, más apertura, tolerancia y respeto por el diferente. Más pureza en la acción de los católicos, porque la Biblia no hablaba de suntuosos palacios, pero sí de entrega al más necesitado, que yo recuerde. 

La visita de la semana pasada de Francisco a Lampedura fue conmovedora y no quería dejar de hablar de ella. Cargada de simbolismo, es la demostración más palpable de que el papa Francisco quiere ser, de verdad, el papa de los pobres, que quiere acercarse a las personas más humildes. Fue un viaje exprés, de apenas tres horas, pero su valor fue enorme. Arrojó una corona de flores al mar para rendir homenaje a los miles de inmigrantes que perdieron la vida en sus aguas en naufragios de las pobres embarcaciones donde intentan llegar a Europa personas que no tienen nada. Se encontró con inmigrantes africanos. Rezó por ellos. No se desplazó en el papa móvil, sino que realizó el trayecto por la isla en un jeep pequeño que le prestaron. 

Cada uno de esos gestos en la actitud del papa Francisco ya nos ganaron, pero fueron sus conmovedoras palabras las que agitaron las conciencias. "¿Quién de nosotros ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas, de todos aquellos que viajaban sobre las barcas, por las jóvenes madres que llevaban a sus hijos, por estos hombres que buscaban cualquier cosa para mantener a sus familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto... La ilusión por lo insignificante, por lo provisional, nos lleva hacia la indiferencia a los otros, nos lleva a la globalización de la indiferencia".

Qué sabia reflexión. Coherencia, es la palabra. Coherencia con sus gestos desde que llegó a El Vaticano. No quiso ser acompañado por autoridades políticas ni altos prelados en su viaje por la isla de Lampedusa. Sin apenas seguridad ni guardaespaldas. Pisando el suelo y estrechando la mano a quienes se acercaron a él. Continuó con su excelente intervención: "¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos? Ninguno. Todos respondemos: yo no he sido, yo no tengo nada que ver, serán otros, pero yo no. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en el comportamiento hipócrita. Miramos al hermano medio muerto al borde de la acera y tal vez pensamos: pobrecito, y continuamos nuestro camino, no es asunto nuestro, y así nos sentimos tranquilos".

Su conmovedor discurso sobre el drama de la inmigración criticó el individualismo y el egoísmo de nuestra sociedad. Golpeó directo al corazón, es de esos que hacen reflexionar. Culminó rezando a Dios de la siguiente manera: "Te pedimos ayuda para llorar por nuestra indiferencia, por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en todos aquellos que desde el anonimato toman decisiones socioeconómicas que abren la vía a dramas como estos. Te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas". Lo dicho, un papa coherente, honesto y esperanzador. Un papa distinto. 

Comentarios